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Crítica:El cine en la pequeña pantalla
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El buen Mihura

Maribel y la extraña familia es una muy fiel adaptación al cine de la comedia de Miguel Mihura. Este era un buen guionista de cine, o, más exactamente, un buen coguionista, pues daba de sí al máximo cuando le acompañaba en este trabajo un director de cine o un guionista técnico experto que le obligaran a ajustar su ingenio a la lógica del lenguaje cinematográfico sin caer excesivamente en la teatralidad, que a Mihura le brotaba tan espontáneamente como respiraba.Maestro del diálogo

Sin embargo, la teatralidad de las comedias de Mihura era tan poco gestual y campanuda, tan sencilla en su transcurso que parecía no tenerlo. Maestro del diálogo naturalista con caídas casi imperceptibles en el absurdo, Mihura hizo comedias cuya versión cinematográfica, si estaba bien cuidada, si había en los guionistas y el director amor al texto original, era fácil de hacer, puesto que podía trasladarse su esencia a la pantalla sin demasiado forzamiento, conservando casi al pie de la letra los propios tiempos de las escenas teatrales, tal como las había cencebido su autor.

Maribel y la extraña familia se emite hoy, a las 22

00 horas, por la segunda cadena.

Que de esta comedia resultase o no una buena película era ya cuestión de talento por parte de los traductores. Hay, a mi juicio, dos traslaciones dignas, muy aceptables, de Mihura al cine: la que hizo Fernando Fernán Gómez con Ninette y un señor de Murcia y esta Maribel y la extraña familia, dirigida en 1960 por José María Forqué, con guión del propio Miguel Mihura, Vicente Coello y Luis Marquina y una buena interpretación a cargo de la mexicana Silvia Pínal, Adolfo Marsillach, Guadalupe Muñoz Sampedro, Julia Caba Alba, Trini Alonso, Carmen Lozano, Gracita Morales y José Orjas. Todos los actores, sin excepción, son convincentes y transmiten a través de la pantalla la insólita, absurda y delicada gracia del original escénico. No es poco.

La película se ve con soltura, de un solo trago y sin que se nos ofrezcan ocasiones de perder nunca la sonrisa contagiosa que provoca, desde el comienzo, esta singular y entrañable historia de las dos viejecitas modernas, el joven a la antigua, las cuatro inefables prostitutas callejeras y el administrador golfante.

Bajo el aparato formal convencional de la comedia de, Mihura latía una visión, más agria y amarga de lo que parece a primera vista, de la vida y la gente española. No es una película excepcional, pero no defraudará a los que amaron el teatro de Mihura ni indignará a los puristas del cine: aquéllos pueden verla con garantía de que pasarán un buen rato y éstos, ciertamente, pueden irse a otra parte sin que se les produzca ninguna laguna en su cultura cinematográfica.

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