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El pesimismo, la cultura y la esperanza

Tenía que escribir, pero dejaba pasar el tiempo. No quería que razones personales recientes me hicieran decir cosas demasiado de ir por casa. De cualquier manera, me había propuesto escribir estas líneas, me encontraba obligado a hacerlo, más que nada como respuesta a nuestra situación colectiva, donde el fascismo, disfrazado de democracia, persigue a la cultura como si se tratara de un cáncer. Y esto no es sólo un peligro coyuntural, lo es, aun más, para el futuro de nuestro pueblo.Desde fuera, desde Madrid sobre todo, nadie se explica bien qué pasa en Valencia. Esta ciudad es hoy una de las más contradictorias y confusas del Estado español. Valencia es un nido donde se cobijan intereses, envidias, apasionamientos, odios y pasotismos, y todo mezclado, para dar como resultado una especie de basurero que por no ser, ni huele; sin criterio, sin futuro, y con una falta total de motivaciones creíbles. El miedo y la inhibición se han establecido como sistema.

Yo me pregunto muchas veces si esto no será el resultado de cuarenta años de franquismo, si todos no estaremos marcados por una educación franquista, si la consecuencia de aquel "atado y bien atado" no será todo lo que ahora nos está ocurriendo: la lucha por el poder, la falta de ideales de futuro colectivo, el pactismo diario, el tiempo coyuntural convertido en el tiempo histórico, la pérdida de valor de la verdad por una confusión continua a las órdenes del chalaneo como medida de eficacia política, con los coroneles y generales siempre dispuestos a "salvar a la patria". Si todo esto no será la penitencia que habremos de pagar por los cuarenta años de dictadura, de alguna manera consentida, aunque no queramos aceptarlo.

Consideremos, por ejemplo, que en nuestra ciudad de Valencia no se puede decir, en el año 1982, que la lengua valenciana, la catalana y el mallorquín son la misma lengua. Si se habla del castellano, todo es normal; el español es el idioma que se habla en toda la hispanidad, tanto si es en Colombia, México o España, y además todo es una misma cultura, la cultura latinoamericana. Pero nosotros, los valencianos, no podemos tener una cultura propia. Está perseguida y prohibida. Nosotros no podemos decir que nuestra cultura autóctona es la misma que la de todos los catalanes desde hace siglos; hay una inquisición establecida que persigue a la cultura autóctona. ¿Por qué? Por decir la verdad, por defender la verdad. El poder no puede aceptar que el pueblo descubra que su fuerza es la mentira, que su política de intoxicacion es su forma de conservar el poder, que su dominio se basa en la falsedad. Es como si el tiempo no hubiera pasado y nos encontrásemos en la época de Galileo o de Lluis Vives.

Esta es la situación dramática, y podríamos añadir que absurda, porque en estos momentos discutir la autoridad científica de la universidad es incomprensible; y no sólo se la discute, sino que también se la hace callar. Pero el mal uso de la cultura no es una particularidad de mi ciudad, aunque Valencia represente un modelo ejemplar y vergonzoso de cómo no debe funcionar la cultura. Hoy, por desgracia, está demasiado extendida la idea de que la cultura es un lujo, una especie de ornamentación para embellecer a personas distinguidas o a algunos políticos, y que basta con pagarle de vez en cuando y ponerla en hermosos pedestales. Muchos políticos se llenan la boca cuando hablan de cultura. Toda una letanía de adjetivos maravillosos la envuelven, pero siempre es como un concepto abstracto, una palabra vacía, una más de las muchas que se utilizan en la floreada elocuencia actual.

Mandar sin ser el poder

Yo creo que ha llegado el momento de que todos los que nos dedicamos al trabajo cultural, que creemos y compartimos ideas y esperanzas comunes, hemos de decir no. La cultura no es una palabra más para adornarse en las campañas electorales. La cultura es el único camino para alcanzar el progreso y la libertad, para la toma de conciencia individual y colectiva. No podemos

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quedarnos quietos delante de la política cultural que se practica, con una tendencia cada vez mayor al populismo, un populismo que tantos recuerdos fascistas nos trae a la memoria. No se trata de hacer una cultura popular, una cultura para el pueblo, partiendo de la idea de que el pueblo es analfabeto y sin gusto. El pueblo, todos los pueblos del mundo tienen derecho a alcanzar la alta cultura, ésta es la única que puede darle la capacidad de elegir, el criterio, la libertad. Cuando al pueblo se le da populismo, lo que se está haciendo es mantenerlo en su status, en su encantadora estupidez, no darle la alternativa del cambio, de tomar decisiones, de ser un pueblo consciente, crítico, con capacidad para romper la diferencia de clases, teniendo en cuenta que también existe la diferencia entre clase culta y clase inculta. Así podrá tomar conciencia no sólo del porqué de su situación económica, sino también los motivos por los que no es libre.

Este es nuestro reto. Y que nadie nos venga ahora con la broma de recordarnos el despotismo ilustrado, aunque, por otro lado, un poco de ilustración no les vendría mal a algunos de nuestros políticos. Hay que tomarse en serio, de una vez para siempre, que hay que educar a la gente; y esto no quiere decir que se trate sólo de leer y escribir, de aprender tecnología. Hay que enseñarles a pensar, que es lo importante, porque la tecnología será siempre mejor si se hace por gente que piensa, por gente que es libre.

Todavía no sé bien qué es lo que se proponen algunos partidos políticos, si ganar las elecciones para obtener el poder o conseguir el Progreso de la colectividad, un progreso entendido como la realización del hombre en todas sus posibilidades. Yo, con esto, no estoy planteando el proponer la cultura como un partido político; lo que se trata es de convertirla en la conciencia de la política, en una cultura siempre crítica, capaz de orientar la política en beneticio de la colectividad. Hay que transformar la cultura en un hecho social que tenga gran fuerza en la opinión pública, como para mandar sin el poder, para decidir en qué condiciones otros podrán gobernar. Ya sé que esto es de alguna manera lo que se ha propuesto siempre la cultura a través de la historia, pero de una forma aislada, un poco solitaria. Ahora, de lo que se trata es de hacerlo todos en común, de transformar la cultura en la ideología de nuestro tiempo.

Había reflexionado muchas veces sobre mi país valenciano y llegado a la conclusión de que todos los que habíamos Juchado durante muchos años por la recuperación de nuestra identidad, de nuestra libertad como pueblo, habíamos cometido el error de despreciar el poder político; nosotros eramos poetas, estudiantes, músicos, maestros, gente del teatro, artistas, médicos, etcétera, no teníamos nada que ver con la política de la democracia. Las cosas comenzaron a ponerse negras, muy diferentes de lo que habíamos pensado; parecía que sin el poder no se podría hacer nada. Pero ahora estoy convencido más que nunca de que esta ha sido nuestra gran virtud: el poder embrutece y corrompe.

No queremos mandar, lo que queremos es que los que manden lo hagan bien. Por eso estamos obligados a conseguir un gran potencial como conciencia social, como ejemplo para los demás. Hemos de ser jueces implacables de nuestra historia diaria. Sólo eso nos justificaría, porque defender la verdad es defender la libertad. Todo lo demás es engañar y explotar al perdedor oficial de la historia: al pueblo.

Andreu Alfaro es escultor

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