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Marruecos confía en mantener unas relaciones constructivas con el Gobierno de Madrid

Después de haber contemplado durante un tiempo con gran recelo el triunfo socialista en las pasadas elecciones, los marroquíes han perdido buena parte de sus aprensiones iniciales y confían ahora en sostener unas relaciones de Gobierno serenas y constructivas.

Esta modificación del estado de ánimo de nuestros vecinos africanos, que confirma diariamente la Prensa de los partidos, las declaraciones de algunos ministros del Gobierno marroquí a EL PAIS o las expresiones de altos funcionarios, se debe fundamentalmente a dos realidades concretas.La primera de ellas es la tranquilidad que han aportado las declaraciones pre y poselectorales tanto de Felipe González como de otros dirigentes del PSOE sobre lo que puede ser la futura política magrebí del Gobierno socialista. En segundo lugar, por el convencimiento que existe en Rabat de que, al fin y al cabo, Marruecos tiene en sus manos todos los ases -pesca, Ceuta, Melilla e incluso Canarias- frente a España.

No fue sólo el influyente ministro de Asuntos Exteriores y líder del partido Istiqlal, M'Hamed Bucetta, quien, en nombre de su grupo, expresó a EL PAIS sus deseos de "tener unas relaciones de cooperación con la nueva mayoría española". El ministro para las Relaciones con el Parlamento, Ahmed Belhaj, dirigente a su vez del Partido Nacional Democrático, de reciente creación, declaró a EL PAIS que "nosotros queremos que se consolide la democracia en nuestro país y alrededor nuestro, y, por tanto, pensamos que la victoria socialista es una demostración que ha dado el pueblo español de responsabilidad frente a las fuerzas que se encuentran en España, y en todas partes, que no aceptan el juego democrático".

La oposición marroquí, naturalmente, acogió con satisfacción los resultados electorales. Abderrahim Buabid, líder del partido socialista, declaraba a EL PAIS hace unos días que "la victoria del PSOE es una victoria de la democracia y marca la voluntad de cambio del pueblo español. Nosotros la consideramos como una victoria propia".

Es indudable, sin embargo, que el régimen marroquí, conservador y mantenedor de una democracia que, si bien puede presentarse dignamente en su contexto tercermundista, no es homologable con las europeas, ha recibido la llegada de los socialistas al poder en Madrid como un factor de acentuación de su aislamiento ideológico en su área geopolítica natural mediterránea.

Con una Francia socialista en su frontera norte, con dos regímenes hostiles en sus fronteras este y sur -Argelia y Mauritania, que se proclaman socialistas y progresistas-, se comprende que el régimen hubiera preferido el triunfo de los conservadores de Manuel Fraga, por los cuales apostó durante mucho tiempo y a quienes ayudó.

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A pesar de ello, justo es constatar un cierto fair-play, y el editorial del diario Le Matin del pasado día 3, firmado por el ministro Ahmed Alaui -portavoz oficioso de palacio-, que llevaba el significativo título de Victoria del régimen monárquico constitucional, en el cual realizaba la proeza estilística de no mencionar sino incidentalmente a los socialistas a lo largo de los tres folios del artículo, reconocía, no obstante, que "nosotros, los marroquíes, que tenemos el mismo régimen, sólo podemos sentimos satisfechos del estado de ánimo del pueblo español y de la simbiosis que en España, como en Marruecos, existe entre el soberano y su pueblo".

Estos discursos políticos tranquilizadores no pueden ocultar ni en Madrid ni en Rabat los problemas que surgirán en las relaciones entre los dos países y que, con toda probabilidad, aparecerán muy pronto. Para el régimen marroquí, el futuro socialista en España está hipotecado por el Ejército.

Para los progresistas marroquíes, cuyo denominador común fundamental es la persistencia del nacionalismo, la llegada del PSOE al poder abre la posibilidad, como recordó, esta misma semana el partido comunista, de plantear el espinoso problema de Ceuta y Melilla y los no menos difíciles de los trabajadores clandestinos marroquíes en España -que pasan de los 70.000-, del tránsito de los agrios con destino a la CEE y de unas relaciones comerciales y de cooperación que se basen en conceptos cercanos al "nuevo orden económico internacional" que propugnan los argelinos más que en el beneficio mutuo, como hasta ahora.

Estas perspectivas, que pudieran parecer pesimistas, tienen un límite esperanzador: la grave crisis económica de Marruecos impondrá en Rabat un realismo cierto, y en cuanto al conflicto que pudiera ser más serio -Ceuta y Melilla-, el nacionalismo marroquí sólo parece pretender en una primera etapa que se le reconozca a Marruecos soberanía sobre estas ciudades españolas.

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