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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El desencanto en Polonia

ORDEN EN Polonia. Pequeños paros, incidentes, intentos de manifestación, cientos de detenciones. Pero la huelga general convocada y preparada por el movimiento Solidaridad para conmernorar, en la prohibíción, el segundo aniversario del momento en que fue declarado legal no se ha producido. La dictadura de Jaruzelski no ha desperdiciado uno solo de los medios a su alcance para desmontar la jornada de protesta: desde el fusil y las detenciones preventivas a las visitas de propaganda a las fábricas y las elevaciones de salario. Por si fuera poco, un anuncio sorpresivo: la visíta del Papa el año que viene, hecha pública en vísperas de la convocatoria de huelga, viene a reforzar la imagen de Jaruzelski, bajo la línea de la no violencia y la pacificación deseada por la Iglesia. Todos sabían que participar en los movimientos podría costarles demasiado caro. Orden en Polonia. Pero nadie ignora, dentro y fuera del país, que las autoridades no tienen la adhesión del pueblo.No todo lo que no ha sucedido puede imputarse a la fuerza de la represión. Otras veces la noción de riesgo no ha impedido la elevación de un estado de necesidad -necesidad material y de dignidad y libertad humanas- y, sobrepasando los peligros, el pueblo polaco fue capaz de construir y organizar su protesta. En los últimos tiempos la resistencia de Solidaridad ha perdido su mordiente. Por una parte está la noción de imposibilidad: la dictadura implantada y sostenida desde la URSS ha planteado visiblemente la decisión del bloque del Este de no perder ese país. Por otra, las propias dudas sobre el camino a emprender. A partir de un cierto momento surgió una división profunda -que llegó a poner en duda la autoridad del propio Walesa- entre los radicales, que pretendían llevar al máximo la subversión contra el orden injusto, a costa de lo que fuese, y los moderados -el propio Walesa-, que trataban de rehuir el camino de lo imposible y buscar pactos, acuerdos, negociaciones, progresos relativamente lentos.

La Iglesia católica polaca, cuya influencia es absolutamente decisiva en toda la historia reciente de Polonia, y sobre todo de este movimiento, eligió siempre esa moderación, quizá porque su información propia le daba la noción de hasta dónde se podía llegar. En los últimos días la retirada de la Iglesia ha sído muy notable, hasta alcanzar un punto inesperado: el acuerdo entre el cardenal primado, Glemp, y el general Jaruzelski para que el Papa visite Polonia en el mes de junio. Para muchos fieles este acuerdo es inverosímil: no aciertan a construir en su imaginación de futuro la estampa del Papa polaco y del general saludándose en el aeropuerto de Varsovia o participando en ceremonias comunes. Temen que el régimen lo presente como un cierto espaldarazo y el resurgimiento de la idea inicial de Jaruzelski como redentor sacrificado, como el hombre que pierde honor y ,patriotismo para salvar al país de la invasión extranjera, no es ahora fácil, de admitir. Una parte del alto clero polaco se ha opuesto hasta el final a la visita, que tampoco parecía muy del agrado del propio Papa, pero han prevalecido la tesis de Glemp y sus esfuerzos en este sentido.

Sin duda el Vaticano tiene informaciones suficientes como para suponer que el viaje es oportuno o necesario. La importancia de la Iglesia en el proceso polaco es indiscutible. No sólo porque el Papa sea polaco, sino por una larga tradición de intervención política del clero en aquel país, en el que el comunismo tuvo que acostumbrarse a convivir con la jerarquía, y esta con el comunismo. El Vaticano no ha producido un mentís convincente respecto a las acusaciones que se hacen en Roma al arzobispo Marcinkus de haber prestado fondos del Instituto de Obras para la Religión (IOR) al sindicato Solidaridad, y el apoyo de la jerarquía católica a la disidencia política y sindical ha sido evidente, y evidenciado por la propia visita de Walesa al Papa. Por lo demás, es sospecha extendida que esta influencia vaticana en la crisis polaca pudo haber sido el motivo real de la conspiración que se puso en marcha para asesinar al Pontífice el año pasado. Conspiración que los jueces romanos comienzan a entrever y que envolvería a servicios secretos internacionales. Por eso algo habrá obtenido Wojtyla a cambio de¡ anuncio de la visita, anuncio que tan bien le ha venido al régimen militar. Algo aún más serio que la promesa de libertad para el líder sindical encarcelado. Pero nada sabernos. De momento solo conocemos el fracaso de la huelga general de ayer.

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Si monseñor Glemp ha llegado a un acuerdo para evitar males mayores, o para conseguír algunas condiciones que permitan aliviar la vída del pueblo y el ahogo de la resistencia, tendrá un valor positivo. Nadie quiere ver a los polacos conduciendo una protesta insensata o imposible en la que continuaniente pueden verse abandonados por quienes les alentaron en un principio. Sin embargo, la creación del desencanto es un hecho visible: la jornada de ayer es una derrota para la disidencia polaca frente a la dictadura militar y el régimen comunista. Será difícil, por no decir imposible, volver a levantar lo que se edificó con tanto sufrimiento. El proceso de normalización está en marcha. Los ejemplos son ya sabidos: Checoslovaquia, Hungría... Pero Polonia debe ser todavía una esperanza en las posibilidades de cambio de un mundo que no puede verse condenado a ser simple satélite. El final de esa esperanza sería dramático para todos.

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