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Tribuna
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Cortometrajes

Digo la tara, y no me entiende nadie; digo la tara y la rejama, y ya me entienden muchos; digo por fin la tara y la rejama, el tomero y el romillo, y veo que me entienden todos. El injusto poder de convicción de los sistemas viene del hecho -por lo demás, epistemológicamente necesario- de que el cerebro humano sea tan inercialmente, tan formalísticamente, analógico y combinatorio.Cuando el humor se constituye en género es que ha resuelto apartarse respetuosamente de las cosas serias, a fin de que éstas puedan ejercer sin embarazo su petulante tiranía. Así, la pretendida rebeldía del humorismo contra las cosas serias resulta un pacto secreto de complicidad.

(Jusnaturalismo y darwinismo) Siempre le echáis la culpa a los zapatos, pero mal hechos también lo están los pies. Ni la justicia despachándose por naturaleza ni -menos todavía- la naturaleza convalidándose por justicia.

Quien dice de su enemigo: "No entiende más lenguaje que el de la violencia" nos está descubriendo sin querer lo que, a su vez, de sí mismo se afana en ignorar: que él tampoco conoce otro lenguaje que ese. De lo contrario, no llamaría lenguaje al de las armas.

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(Una función del masoquismo) El duro se endurece mediante un ejercicio que consiste todo él en una especie de previa adaptación a la derrota, en su asimilación anticipada; ejercicio gracias al cual conseguirá, llegado el trance, exorcizarla y trocarla por victoria. Vencerá, pues, sólo a costa de haberse adelantado a perpetrar contra su cuerpo y alma tanto agravio como el que el enemigo habría llegado a inferirle en caso de no hacerlo.

(Los jariyíes y la batalla de Siffin) Rechazaron la posibilidad de que la verdad de Dios pudiese averiguarse por el conocimiento y la palabra de los hombres, pero aceptaban la idea de que pudiese manifestarse en el suceso de sus armas. Una vez más los hombres demostraron amar más las verdades que los conocimientos. Falso, pero seguro, éste parece ser su lema, pues las verdades son, naturalmente, siempre falsas, como demuestra el hecho de que su séquito no se componga de estudiosos, sino de guardaespaldas.

(Thatcher y Galtieri) Ahora, para acallar cualquier alegación, no sólo contra la aventura en sí, sino más todavía contra la reivindicación misma Y el sentimiento de que se alimentaba, tendrán el argumento sagrado de los muertos, la más leve objeción, aun totalmente exenta de ironía, se verá rechazada airadamente como ofensa gravísima y directa, como injuria de todo punto intolerable a los que yacen para siempre allí. Pero llamar estúpida la reivindicación es denunciar la injusticia de la que fueron víctimas. ¿Sacrosanto respeto hacia los muertos? ¡Justamente no hay sangre más vendida, traicionada y pisoteada que la de los muertos cuya memoria y cuyo honor se esgrime, con voz amenazante, para imponer silencio acerca de la causa por la que murieron y, en consecuencia, escudar la impunidad de los que los lanzaron a morir!

(Bruselas y Varsovia) Los romanos dijeron: "Si uis pacem, para bellum", pero los chinos, más honrados o más, sabios, dije

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ron: "Cuando la flecha está en el arco tiene que partir", o a estilo del refranero, castellano: "La flecha que entra en el arco jamás vuelve a la aljaba".

(La Ilíada) ¡Qué antiguas eran ya las armas, qué viejos eran ya los hombres, qué decrépito el mundo, qué anciana la palabra, ya en tu guerra, oh, rey Agamenón!

Los que se exaltan al decir:

"¡La humanidad con sus grandezas y con sus miserias!" se están valiendo de un recurso tan vil y repelente como archiconocido, y con arreglo al cual saben muy bien que, en clave de retórica, la compañía de las miserias no disminuye las grandezas, sino que, por el contrario, no hace sino resaltarlas y subirlas. Es la ley del contraste, que con sencillo acierto supo enunciar un personaje del Decamerón: "Entremedias de cándidas palomas añade más belleza un negro cuervo de cuanto pueda hacerlo un blanco cisne".

Confundir la historia

Los que como poniendo de su bolsillo la leña y la llama de su propio escándalo, exclaman: "¡Y que en pleno siglo XX tenga uno todavía que presenciar cosas así!" vuelven a confundir la historia con la asignatura homónima que los hombres se inventaron para que empezase a haber, también de hecho, historia, pues nos recuerdan al catedrático que dice: "¡Que todavía en sexto curso de carrera haya que oír semejantes disparates!". Concibiendo los siglos de la historia como cursos de una carrera de historiografía ponen, una vez más, en evidencia el acto originario de la que fue la invención avant la lettre por excelencia y por antonomasia. Si la expresión avant la lettre resulta equívoca y hasta contradictoria en este caso es por la equivocidad y la contradictoriedad del propio asunto, que es, si los hay, de los de áteme usted esa mosca por el rabo.

Pero ¿qué mayor prueba de que el futuro está ya escrito que la del periódico de cada mañana? ¿Cómo si no podrían pasar todos los días exactamente 32 páginas de cosas? Un mecanismo tan tenaz e indefectible no puede ser más que algo muy premeditado; resulta inconcebible como improvisación. Por eso, sólo el día en que venga algún periódico con, por ejemplo, tres páginas y trece diecisieteavos de página en blanco o bien dos páginas y ocho onceavos de página de más empezaré a pensar que tal vez es posible que, con todo, pueda en algún sentido hablarse de que hay, en cierto modo, porvenir.

(El periódico) Rebato de la muerte anticipada, / corroborante vida desvivida, / sibila del futuro acontecido. / La serie de los días futuridos / degrada en una sucesión minuenda, / precipitar de restas hacia el cero. / Y el ojo del presente van cegando / con su flecha lanzada hacia el futuro.

Las verdaderas novedades

Sólo aquella que corre gravísimo peligro de pasar inadvertida es una verdadera novedad. Por eso Herodes, que alguna experiencia tiene del asunto, extiende diariamente a la totalidad del censo su orden de degüello. El instrumento de ejecución es el periódico.

(El bautista) La cabeza cortada tenía el oído contra la bandeja, como auscultando en el temblor del oro el tenebroso porvenir.

No ha de extrañar que el ánimo en que me pone la mañana sea, cada día más decididamente, el de correr en el acto a presentar mi dimisión irrevocable. Pero no puedo darme tal satisfacción porque no existe el organismo idóneo para una dimisión como la mía.

No hay nada que pueda impresionarme tan desfavorablemente como el que alguien trate de impresionarme favorablemente. Los simpáticos me caen siempre antipáticos; los antipáticos me resultan, ciertamente, incómodos en tanto dura la conversación, pero cuando ésta acaba se han ganado mi aprecio y simpatía. Ese viajero que dice: "Buenas noches" al entrar en el compartimento del vagón; que apenas alza los ojos, sin interés alguno, a la comparecencia de viajeros nuevos; que ya no vuelve a despegar los labios hasta llegar a su estación, para decir: "Que tengan ustedes buen viaje", suscita en mí la convicción -probablemente tan arbitraria como injusta- de que en un choque o un descarrilamiento se portaría del modo más heroico y más socorredor; mientras que el dicharachero, que no ha parado en todo el viaje de hablar y de reír, de entablar relación con todo cristo, y no digamos si -¡horror!- hasta contando chistes por añadidura, me impone, en cambio, la más absoluta certidumbre de que no podría dar, en igual trance, sino el más bochornoso espectáculo de histeria y cobardía. La simpatía es un arcaísmo de quienes creen, quieren creer o necesitan fingir que hay todavía un medio, un ámbito de vida pública, en el que los hombres pueden allegarse en algún grado, de manera directa y espontánea, los unos a los otros. La antipatía es resistencia y repugnancia a simular y escenificar -abyectamente- un mundo que no existe.

Existe el mundo

Sin embargo..., ¡oh, sin embargo!, parecen adivinarse aquí y allá dispersas, débiles, inciertas huellas de que ha habido, de que ha podido haber, o por lo menos ha querido haber, alguna vez un mundo.

(Campana vespertina) Vendrán más años malos / y nos harán más ciegos; / vendrán más años ciegos/ y nos harán más malos. / Vendrán más años tristes / y nos harán más fríos / y nos harán más secos/ y nos harán más torvos.

Babiloníos somos; no nos vuelva la tentación de levantar ninguna torre juntos. Más bien ¡dejémonos ya de una vez por imposibles los unos a los otros, como buenos hermanos!

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