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Visita de Juan Pablo II a España

Sube a los altares una monja admirada por todos

El Ayuntamiento republicano de Sevilla, socialistas y radicales incluidos, aprobó en sesión extraordinaria declarar luto oficial en la ciudad por la muerte de Sor Angela de la Cruz y dedicar una calle a la monja que acaba de expirar, tras una vida aplicada a la convicción de que Jesucristo está al lado de los desamparados. Era un día lluvioso de marzo de 1932.

Lo que Angela de la Cruz Guerrero había hecho era fundar una congregación, las Hermanas de la Cruz, encaminada de manera específica al cuidado de los enfermos pobres y la ayuda a los necesitados. Esta actividad, realizada siempre en silencio y sin alharacas, sirvió a la compañía para ganarse la admiración de muchos y el respeto de todos. De ahí el acuerdo unánime del ayuntamiento y de ahí que en momentos turbulentos para los religiosos sevillanos el Frente Popular enviase piquetes de protección a la casa común. La beatificación de la fundadora, oficiada ayer por Juan Pablo II en la capital andaluza, se produce cincuenta años después de su muerte, cuando son ya 54 los conventos abiertos por la orden. Las investigaciones sobre la vida y la fama de santidad de Sor Angela, que la Iglesia exige en estos casos, no han ofrecido dudas sobre la conveniencia de esta beatificación, respaldada por numerosos testigos de su actuación.

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El tercer requisito se refiere al examen de los milagros que se le atribuyen. En este punto, las autoridades eclesiásticas han aceptado como milagro la curación, ocurrida en 1938, de Concepción García, que sufría neumonía aguda y había sido ya desahuciada por los médicos y que fue mejorando tras haberse encomendado a la monja. Aún vive y ayer asistió al momento más emocionante de su vida: la subida a los altares, gracias a su testimonio, de Angela de la Cruz.

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