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Reportaje:Crónicas urbanas.

Landelino, en camafeo de marfil

Manuel Vicent

Es probable que en la intimidad de su corazón el joven Landelino llegara incluso a dudar. Pero no es seguro. Cuando la estampida estética de mayo-68 llegó a España convertida en material de boutique -vaqueros, zamarras, bufandas, harapos de guerrero vencido y sombreros de granja mormona-, la gente como él estaba preparando oposiciones a abogado del Estado. La nueva música, el sexo repartido y las cabelleras de fregona se habían adueñado de las aceras de Argüelles. En aquel tiempo, todo el año era primavera en Praga. Estudiantes y policías se perseguían bajo las acacias en flor, desde el aula de Etica se arrojaban tazas de retrete sobre la caballería rusticana y cada noche se emitía un parte de guerra en el frente de la Universitaria. En cambio, Landelino Lavilla estudiaba para letrado del Consejo de Estado o notario, -registrador de la propiedad, técnico fiscal, inspector del Timbre, cosas como esas, diez horas diarias, con el cogote humillado ante un cuestionario de cuatrocientos temas, y arrastraba la babucha a cuadros por el pasillo recitando de memoria una retahíla de artículos del código, pruebas orales que a veces también le tomaba la novia en una cafetería. Juanita estaba sentada frente a Landelino, y entre ellos había dos tazas con rescoldos de café llenas de colillas de opositor.-A ver, cariño, repíteme el tema de la enfiteusis.

-¿La enfiteusis?

-Animo, amor mío. Yo te daré la entrada.

-La enfiteusis es...

En la cafetería se veían potras con minifalda que estrenaban una forma rabiosa de vivir. De repente se oía un estallido de vasos y un tropel de estudiantes barbudos, perseguidos por los guardias, irrumpía en el local saltando por la mesa donde la parejita de pichones se hacía arrumacos con la ley hipotecaria. Puede que Landelino llegara a dudar en el fondo de su corazón acerca de si debía ponerse también unos vaqueros, sobre todo cuando los domingos iba a misa llevando en la mano un devocionario a la altura de la tetilla y por su lado pasaban motocicletas cabalgadas furiosamente por revolucionarios de mayo y chicas liberadas abiertas en el trasportín. Pero Landelino era demasiado guapo y refitolero. No se podría imaginar su cadera sometida a la ardiente presión de un Levis salvaje. Lo suyo era otra cosa.

Fotografiado con carita de ángel empollón en el 'Ya'

En su día había salido fotografiado con carita de ángel empollón, iluminado con luz cenital, en las páginas del diario Ya al conseguir el premio extraordinario de licenciatura mientras su generación bailaba en Picadilly al compás de los trallazos de pelvis de las primeras gogo-girls enjauladas. Landelino Lavilla nunca bajó a un sótano ni husmeó el perfume de aquel hacinamiento de muslos, de braguitas perfumadas con Nina Ricci, de tetas sin sostén que se extendía en el ámbito color fresa de los nuevos garitos. Después de mil noches de vigilia sacó la oposición, apagó el flexo y pasó directamente de la mesa de estudio al despacho, al consejo de administración, a las alfombras de las altas secretarías, a los salones insonorizados de la banca, a ese espacio donde nunca se levanta la voz. La jerarquía eclesiástica vio en Landelino a un alevín puro, de clase muy fina. Había que evitar que le cayera en el terno algún lamparón franquista, ya se sabe, una mancha de chorizo, ahora que el régimen estaba en la agonía.

-El nuncio ha insinuado cierta opinión.

-¿Ah, sí?

-Hay que guardar a Landelino en un camarín.

-¿En el cofre del tesoro?

-Eso es. El día de mañana podría ser nuestra sota de oro.

-La cosa viene del Espíritu Santo directamente.

Landelino permanecía incontaminado

Landelino Lavilla era un joven pálido, usaba gris marengo para invierno y un tergal color crema en verano. Entonces ya tenía esa hermosura de estampita que causa estragos en el ropero parroquial e inspira confianza también a la mujer del primer accionista. Existe un erotismo de dictamen, y en ciertos ambientes produce gran admiración el trabalenguas jurídico, esa facultad de no encasquillarse jamás en medio del articulado, de sacar matices a la ley o de escabullirse entre los apartados de cualquier reglamento. En este asunto Landelino Lavilla era un valor sólido. Comulgar todos los días y verse avalado por la banca, estar en el secreto del designio de la Providencia y saber la combinación de la caja fuerte; eso no es el poder en sí mismo, pero es el reflejo más fiel del poder. Encima él besaba la mano a las señoras parando los labios a la distancia exacta, y además doña Juanita ya era su amante esposa y permanecía siempre a su lado, encargada de cepillarlo por dentro.

En aquella época Adolfo.Suárez estaba muy atareado limpiando los jaulones del franquismo para que entraran en escena los verdaderos señores, los servidores incontaminados del capitalismo puro, no demasiado montaraz, y del catolicismo suavemente atemperado al Papa de turno. Llegó Landelino con la cara lavada con jabón Lux, el pelo lamido con gomina, el guante de terciopelo, con modales de tresillo isabelino y la sonrisa plateada. Primero fue un atildado ministro de Justicia, después actuó de manera impecable como presidente del Congreso. Doña Juanita estaba siempre en el palco. Era un matrimonio perfecto: él allí, en la tribuna de la Cámara, muy tieso, hilando sutilezas reglamentarias, y ella en el balconcillo de invitados, con otras mujeres de diputados, haciendo calceta o jerseis de punto bobo o grano de arroz.

-¿Te gusta?

-Es ideal.

-Se me está yendo un poco de la sisa.

-Hija.

Y abajo se oía la voz de Landelino, que daba y retiraba la palabra a sus señorías con un esmerado manejo de la sintaxis y la profilaxis, vocalizando las labiales y paladiales, como quien habla a un sordomudo con la boca llena de mermelada. Todo parecía muy esfumado de alfombra en aquel círculo, pero en el banco azul ellos estaban a matar, cada uno con su daga en la manga. Adolfo Suárez iba ya sonado por las tarimas y detrás de las cortinas saltaban chasquidos de cuchilladas fatales. El mercenario había cumplielo el trabajo de preparar el camino a esa clase de políticos muy educados e incapaces de afanar un cenicero, aunque podían levantar con elegante soltura un pufo de 10.000 millones. No venían con la agresividad tecnocrática de los ejecutivos de antaño. Tenían una pinta más blandorra, levemente cleric.al, cargando el paquete genital en la derecha y el ademán de cuello torcidito entre la comprensión cristiana y la hipocresía florentina. En esa lucha negra de los suyos por el poder, Landelino permanecía incontaminado.

-Tú no te muevas del camarín.

-Bueno.

-Primero vamos a cargarnos a este.

-Mil gracias.

-Vete maquillando. Que alguien te pase el plumero.

Si usted ha visitado en alguna ocasión el alto despacho de un banquero, si ha pisado nioquetas financieras de un consejo de administración, si ha olido la dulzura. de una trastienda de nunciatura apostólica o de sacristía cara podrá intuir los marbetes, diseños o envases de esa clase política que le quitó a Suárez la trampilla bajo los pies. Esa gente vive en casa con muebles oscuros heredados del abuelo, con jamugas y cornucopias, un rastro del siglo XIX con olor a alcanfor. Trabaja en oficinas clásicas sin ficus ni nevera, sin lámparas italianas ni mecheros sorprendentes, todo muy denso y levemente raído, con perfil de camafeo, retrato ovalado, consola con misal y una marítilla traspasada con aguja de oro. Landelino Lavilla no tenía reflejos de camarilla, tampoco lo adornaban mañas de Maquiavelo y, por otra parte, nunca había pisado la calle. Si se analizara la suela de sus zapatos, se vería con claridad que tiene un brillo de salón. De casa al coche en la puerta, del coche al despacho del consejo, del despacho al entarimado, siempre con esa felpa bajo los talones que ahoga las pisadas. Había oído el rumor ele que en la vida había obreros, atascos en las calzadas, gritos en los patios de vecindad y camioneros en las carreteras. Se lo habían dicho de buena tinta, luego sería verdad.

-Tú no bajes del camarín.

-Bueno.

-El Espíritu Santo ha quedado en llamar.

-Eso espero.

-El vendrá por ti.

Saltó del retablo como un angelote desmelenado

Esperó demasiado, y Calvo Sotelo, incluso con su lentitud de pata de elefante, se le coló en la presidencia del Gobierno, aunque el desastre interno de UCD ya estaba fraguado y encima había llegado un gafe. Se produjo la desbandada a derecha e izquierda, y entonces Lavilla se quedó solo en el altar. Pero he aquí que Dios o tal vez la cocaína pueden hacer milagros. Calvo Sotelo convocó elecciones generales y Landelino saltó del retablo como un angelote desmelenado. Fue una sorpresa. De pronto se le puso el ojo luceferino y aquellas cejas tan dibujadas se levantaron en un arco de ira. Se ve que algún amigo golfo se lo había dicho.

-Hay unos polvitos blancos.

-¿Cómo dices?

-Póntelos en la nariz.

-¿Para qué?

-Te convertirás en el guerrero del antifaz.

-Que no se entere Juanita.

En el primer discurso electoral ya saltó la barda. Levantó la garra en el aire y parece ser que algún muelle se le disparó por dentro, porque aquello no era normal. Las frases ardientes le llevaban los extremos de la boca hasta las orejas, por primera vez en su vida un haz de siete hebras de pelo se le escapó del fijador y le cayó en la frente. Aún hubo más. En el segundo mitin Landelino Lavilla tomó la sublime decisión. En un instante de furia moderna se echó la zarpa al ombligo y se desabrochó el botón de la chaqueta. Ahora ya va disparado. La gente se ha llevado un susto tremendo al ver a este líder flamígero en un vuelo rasante de ángel fiero a media altura. Es el mismo susto que se ha llevado Landelino cuando se ha sentido rodeado por la multitud. Es como una máquina. Le echas una moneda y te suelta un párrafo bordado de sintaxis. Le echas dos monedas y emite una oración política más larga y a mayor velocidad. Le echas tres y entonces se embala en un editorial a toda mecha. Pero esto no es un análisis político, sino el retrato mágico de ese señor tan fino que se ve en los carteles cruzado de brazos.

En las capillas más estéticas se ha puesto de moda otra vez el amor puro. Llevar a la novia, incluso a la mujer legítima, bajo el paraguas cogida de la mano y frotarse las naricillas heladas a la luz de un farol de gas. El ruidajo, las greñas, los cuellos sudados, el sexo feroz, los gestos terribles y las guitarras eléctricas están heridas de muerte. Ves ahora a un pasota por la calle y parece que le han caído cien años encima. A los colegios mayores acude de nuevo una leva juvenil con corbatín de piqué y flequillo dispuesta a preparar notarías o registros, una cosa segura. Es como entonces. Cantaban los Beatles o los Rolling y aquellos salvajes de su generación estrellaban la osamenta en la oscuridad, pero Landelino comía pasteles y llevaba del brazo a Juanita a oír la conferencia sobre Rumano Guardini en el colegio mayor San Pablo. Todo ha vuelto. Ahora Landelino es un nuevo romántico. Exactamente parece un san Luis Gonzaga, algo talludo, que se hubiera decidido a tener familia numerosa.

La jauría electoral agita las pancartas en el pabellón, entona pareados vitoreando a su líder. ¡Landelino, tú eres divino! Hay que estar a la altura de ese fervor. Doña Juanita ha cogido a su marido, rescatándolo de la multitud, y se lo ha llevado al medio de la pista. Suena el bolero Dos gardenías, de Machín, y la pareja inicia el baile del mitin. Landelino trata de ser moderno y se aprieta de bajos contra su esposa. Pero ella le clava el codo en el pecho, como antaño, para mantenerlo a raya.

-Anda, deja que te meta pierna.

-No seas fresco.

-Mujer.

-Nos está viendo todo el mundo. ¿No te das cuenta?

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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