_
_
_
_

"No tenía otra salida que la huelga de hambre", afirma el constructor que cobro al Insalud

Manuel Benavente, de sesenta años, aparejador y constructor de obras, ha hecho verdad por una vez el tópico de la tozudez aragonesa. Dos meses y medio de huelga de hambre, en dos fases, han servido de resorte final para conseguir el cobro de más de cien millones de pesetas que le adeudaba la Administración desde hace casi diez años, situación que le obligó a subastar sus propiedades.

Este empresario se siente orgulloso ahora de la actitud que adoptó. Antes no había sido capaz ni de estar un día a fruta para rebajar peso y ahora ha perdido casi veinte kilos. De todos modos hay una idea que ha alimentado su ayuno: "La esperanza de que iba a conseguirlo y que no había otro camino para cobrar".Hombre enormemente singular, su caso resulta inédito en muchos aspectos. Benavente es un empresario y su deudor un organismo oficial, el Insalud ahora, o el Instituto Nacional de Previsión cuando empezó la historia. "Ellos han sido siempre los mismos, menos el gerente de obras, que es un cargo nuevo y ha querido arreglar el problema, los otros son los mismos de siempre", comenta él al respecto. La huelga y la publicidad dada a la misma han movido montañas. En menos de un mes se agilizó la burocracia, se dictaron dos decretos y se llegó a admitir -previo urgentísimo informe- hasta el pago de intereses por el retraso. Manuel Benavente es hombre de mentalidad práctica, al que se ve acostumbrado a andar por asuntos legales. Cada argumento lo acompaña de fechas exactas y hasta de pruebas gráficas. Tiene más de cuarenta archivadores de cartón con la documentación generada por su historia. "He recurrido a recomendaciones, a la ley, a entrevistas, a cartas violentas, he escrito a todos los ministros que han ido pasando en este tiempo, al Rey, a los periódicos", dice para explicar su decisión de ir a la huelga de hambre. Incluso llegó a maquinar acciones de intimidación a ciertos funcionarios que "nos arruinaron porque sí o a lo mejor porque les quitábamos las obras a las empresas grandes", pero no se sintió capaz y al final optó por la huelga de hambre.

Época de prosperidad

El industrial aragonés es el ejemplo típico del hombre hecho a sí mismo. Aparejador municipal del Ayuntamiento de Alcañiz, comenzó en 1950 a hacer pequeñas obras, que poco a poco fueron ganando en envergadura. Tras pedir la excedencia, fundó una empresa, que en 1964 -con los doce obreros que habían trabajado con él como accionistas- se convertiría en sociedad anónima, Benasa. Llegó entonces la prosperidad: Benasa consiguió la adjudicación de las obras de la residencia sanitaria de Ibiza, las de ampliación de la de Jerez de la Frontera y las de la residencia de Cáceres. Y aquí empezaron los problemas. Según Manuel Benavente, su empresa consiguió la contrata por 156 millones de pesetas, frente a Huarte, que ofertó 165 millones, pero casi al término de la obra se le retiró el trabajo y se le concedió a otra empresa por 280 millones de pesetas.Benavente se arruiné y todo lo que había levantado se hundió. Hubo que subastar la finca, el ganado, los 6.000 melocotoneros, los terrenos y edificios de la empresa (que por entonces había llegado a tener una plantilla de trescientos trabajadores) para pagar a los acreedores, algunos de los cuales cayeron con él. En la actualidad debe entre 95 y cien millones de pesetas (trece a la Seguridad Social, doce a Hacienda y el resto a particular) y espera obtener del Insalud, tras el acuerdo logrado, más de 120 millones de pesetas. Los acreedores, en líneas generales, le apoyan.

Cansado de gestiones, en octubre del año pasado inició su primera huelga de hambre, de veintiocho días, de la que sólo obtuvo promesas. "Después no me hicieron ya ni caso y eso que me ayudó mucho el diputado socialista Pedro Bofill, que me conseguía las entrevistas, pero hacia el verano ya ni me recibían", señala.

La segunda huelga de hambre, este mes y medio que acaba de concluir, la planificó a conciencia. Se decidió a emprenderla después de convocarse las elecciones porque, según comenta, "si me pillan en medio no me hubiera servido de nada, hubiera tenido que volver a empezar". Primero se preparó físicamente comiendo cuanto podía para tener reservas. Se dirigió despues a su primer hospedaje, la parroquia de Belén, de Zaragoza, pero estaba ocupada por los trabajadores de Vitrex, encerrados también por un conflicto, y acabó en la de San Mateo, en el barrio de Las Fuentes. "Hay que buscar siempre iglesias progres, aunque a ellos no les guste ese nombre", justifica su elección, "y la verdad es que te apoyan totalmente, se preocupan mucho de los problemas de los pobres".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_