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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Francia-RFA

EL PRIMER acto de gobierno de Helmut Kohl, apenas nombrado canciller de la República Federal de Alemania, ha sido correr a Francia para visitar a Mitterrand. La amistad y una cierta unanimidad de los dos países la inició el gran abuelo de Kohl, el legendario Adenauer, cuando se entrevistó con el no menos anciano y mucho más mítico De Gaulle, hace veinte años, y cambiaron discursos floridos: "La amistad entre Francia y Alemania es como una rosa de la que brotarán siempre flores y capullos", dijo el rígido guerrero frío Adenauer; De Gaulle creyó necesario superarle para decir que nada de rosa, sino una rosaleda entera: "Una rosa sólo dura el espacio de una mañana, y lo mismo una muchacha -de niño se aprendió bien su Ronsard-, pero una rosaleda dura mucho tiempo cuando se quiere". Más allá de lo lírico, entre Francia y Alemania pesa un pasado de varias guerras y ocupaciones, y unos millones de muertos mutuos. La reconciliación fue un admirable ejemplo de sentido europeo y se trata de que lo siga siendo.La velocidad de Kohl al visitar París durante unas horas trata sin duda de indicar que las diferencias ideológicas no cuentan y que los ataques que ha hecho al socialismo desde la oposición sólo tienen valor local. El mismo lo ha subrayado en su discursillo, con un tono de humor y entre risas: "Miterrand es socialista y nadie puede decir eso de mí y de Genscher", para indicar que no es un obstáculo. Puede, en efecto, no serlo, e incluso hay algunos púntos de vista muy comunes. Mitterrand es más atlantista que Giscard, y ha marcado más distancias que su predecesor con respecto a la URSS: Reagan ha aceptado, vista esta situación, que Mitterrand atase a cuatro ministros comunistas en su Gobierno. Va a conectar mejor con Kohl en ese sentido que con Schmidt. Ni un ni otro parecen decididos a renunciar a algunas ventajas que da a sus economías la "apertura al Este" y la relación con la URSS. Kohl tiene unas elecciones pendientes en el mes de marzo, en las que ha de refrendar o petder su cancillería, y no le interesa por ahora renunciar al voto del miedo a la guerra y a la reaparición de las tensiones. Mitterrand vive una situación económica muy difícil y no querría perder el apoyo al franco que pueden darle el marco y el dólar.

Todo esto se va a ver en la reunión de trabajo que dentro de quince días celebrarán los dos países; la visita de Kohl ha sido solamente un prólogo cortés y hasta entusiasta. Puede que más adelante surjan conflictos. En principio, las dos naciones tienen interés en compartir esta especie de hegemonía europea que se ha desprendido hasta ahora de sus acuerdos parciales, y mantenerla no sólo en su relación bilateral, sino también en el Mercado Común y en la OTAN. Francia puede tener hoy el temor de que Kohl salte por encima de ella para reunirse con el Reino Unido, donde la Tatcher mantiene puntos de vista conservadores con respecto a la política mundial que pueden conectar más fácilmente con los de la nueva coalición gobernante en Alemania Occidental. En todo caso, los movimientos, las palabras y los actos de Kohl pueden considerarse todavía como provisionales, por lo menos hasta la fecha electoral.

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