Desaliento en la ONU
CADA AÑO las vísperas de la apertura de la sesión ordinaria de la Asamblea General de las Naciones Unidas están cargadas de malos presagios. Se cumplen. Esta vez la reunión que comenzará el 21 de septiembre es especialmente inquietante. El secretario general, Javier Pérez de Cuéllar, cree que, si no se hace algo rápidamente, la larga sesión acentuará "la tendencia ala anarquía internacional hacia la que se desliza el mundo". El sentido con el que Pérez de Cuéllar pronuncia la palabra anarquía es el de una falta de orden, de equilibrio; el de un predominio de los egoísmos, de los individualismos de las naciones. Nada puede preocupar más, lógicamente, a un secretario general de la ONU, en vista de que la Carta de San Francisco y todos los primeros textos fundamentales y orgánicos tendían precisamente hacia una ilusoria armonía. Tendían, sobre todo, en sus premios. La parte dispositiva era un poco más reservada, un poco más taimada. Por ejemplo, en la creación de un Consejo de Seguridad donde tendrían asiento permanente y derecho de veto los que entonces se llamaron cinco grandes, creando ya una contradicción entre el principio desigualdades proclamado y la especie de soberanía de esas cinco naciones, una de las cuales, la URSS, aparecía ya como disidente de las demás (China era entonces y durante mucho tiempo la que se residenció en Taiwan).Fue a partir de entonces, y de la oleada de vetos soviéticos -años más tarde vino la de vetos americanos -,cuando se obturaron numerosas salidas. El Consejo de Seguridad se convirtió en un arma política de poder. El con unto de problemas que se vierte ahora sobre la Asamblea General es en parte fruto del mal funcionamiento del Consejo de Seguridad, convertido en una arena para la lucha entre Estados Unidos y la URSS y para algunas pequeñas sublevaciones de los tres países a los que difícilmente puede llamarse ya grandes. La crisis del Líbano y la situación entera de Oriente Medio, el revolucionarismo y las dictaduras en Latinoamérica, los focos bélicos de Camboya y del Vietnam, las guerras etíopes, la cuestión del Sahara, la guerra de las Malvinas y sus con secuencias, son temas que el Consejo de Seguridad ha bloqueado. El sentido de orden que podría emanar de él, al condenar y reducir por lo menos las invasiones de un país por otro, y las violaciones de derechos humanos en defensa de los cuales la ONU redactó una carta esencial, se ha perdido en razón de los intereses encontrados de los grandes. Cada uno de los problemas surgidos en este año procede de otros anteriores, y hasta de decenios: han ido creciendo y convirtiéndose en guerras mayoressin hacer verdaderos intentos de atajarlos. Los intentos de hacer una reforma profunda de la Organización, a partir de un Consejo de Seguridad igualitario, sin veto y sin perennidad de ninguna nación, parecen hoy por hoy imposibles. Lo quiso hacer ya una organización regional, la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa, y no ha conseguido más que convertirse en una herramienta rota. La pretensión de Pérez de Cuéllar en estos momentos es más modesta: la de reunir al Consejo de Seguridad, representado por los jefes de Estado o de Gobierno, antes de la Asamblea General o durante su celebración, con objeto de desbloquear los grandes temas, incluyendo el del desarme. Esta intención está presente en su actual viaje a Moscú. La información occidental de este viaje, sobre todo la que procede de Estados Unidos, dice que Pérez de Cuéllar ha ido allí para tratar de conseguir una posición más realista soviética en el caso de Afganistán. Pero el caso afgano está estrechamente ligado a todos los demás.
No hay muchas esperanzas de que esa especie de gran cumbre del Consejo de Seguridad se celebre; y, si se celebra, de que arroje mejores resultados. El deslizamiento del mundo va hacia lo que Pérez de Cuéllar llama anarquía; en realidad, hacia un sentido del orden, de las relaciones de ricos y pobres, de armados y de inermes, que recuerda mucho al mundo de antes de la ONU.
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