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Un general que habla claro

No es ninguna novedad, pues hace ya muchos años que la gente sensata está alarmada y da gritos y susurros. Ahora, hace tan sólo unos días, los científicos reunidos en Viena (Unispace/82) han denunciado que algunos países -Estados Unidos y Rusia, por supuesto- están preparados para instalar bases en la Luna y en cualquier otro cuerpo celeste, amarillo, rojo, etc..De hecho, la cuestión arranca del 19 de noviembre de 1969. Ese día, miércoles, Charles Conrad y Alan Bean se horrizaron al ver que el suelo gris de la Luna se les venía encima. No pasó nada, estaba todo bien ensayado, previsto, calculado y computado. El Intrepid descendió con la suavidad de Alicia Alonso y se posó en el Océano de las Tormentas. A unos ochenta metros estaba el Surveyor 3, que lo había precedido unos años antes en el alunizaje.

Las instrucciones del Apolo XII fueron muy concretas. El objetivo prioritario de la NASA era lograr una técnica de descenso lo más perfecta posible. Además estaban los paseos lunares, tan sólo dos. En el primero se instalarían artefactos científicos, y en el segundo, se recolectarían rocas mediante las herramientas instaladas en el Surveyor 3 y luego se retornaría a la Tierra. Porque, en definitiva, de lo que se trataba era de obtener un mayor conocimiento de la historia lunar y, de paso, enterarse de lo que podía estar sucediendo en todo el sistema solar. Así de inocente.

El mundo entero fue informado con pelos y señales de toda la operación pacífica de la expedición. El ballet lunar fue seguido por millones de espectadores y, en su asombro, la gente no tuvo tiempo para pensar que los tres tripulantes -el tercero era Gordon- eran militares, con lo que las muestras o cualquier efecto que haya producido ese viaje -y los que siguieron- no sólo han sido puestos bajo la lupa de los civiles, sino que los expertos militares desmenuzaron, hasta la última partícula, los elementos lunares para cubrir un viejo objetivo que les quita el sueño: hacer de la Luna la más invulnerable de las rampas para el lanzamiento de cochetes atómicos. ¿Una locura? De ninguna manera.

Antes de que los sabios de Viena se reunieran en agosto de 1982, un hombre ya había puesto el dedo en la llaga. El general belga Victor Werner, en un congreso de polemología ciencia que estudia la guerra como fenómeno social-, ya estaba inquietando a los asistentes: "El primer país que logre establecer una base militar en la Luna dispondrá del más perfecto y más terrible instrumento de disuasión planetaria. Las grandes potencias se preparan para eso".

Mientras los civiles nos preocupamos con especulaciones sobre si en la Luna hay oxígeno, enanos, agua o gigantes, los militares apuntan hacia otras miras. Sigamos un poco más con el extrovertido general Werner: "Todas las informaciones recogidas por los astronautas son directamente explotables por los militares: la estructura del suelo lunar, su dureza, su resistencia a los choques y a las temperaturas son datos muy apreciados por aquellos que desearían ocultar algún día, allí, bases estratégicas".

Desde que las V-2 alemanas volaron sobre el cielo del Reino Unido, el mundo ha cambiado, y en especial las armas de la muerte. Hoy ya nadie se ríe de Julio Veme y menos aún los rusos y los norteamericanos, los dos candidatos más cualificados para guadañar el espacio.

"Nada más fácil que instalar una base de cohetes en la Luna. Los vuelos de máquinas automáticas, como las soviéticas Zonda, prueban que las posibilidades de la cibernética son ¡limitadas", aclara el general Victor Werner. El coste de la operación da risa. Tirando por todo lo alto -y digo esto sin ánimo de peyorativo-, los expertos estiman que con unos 50.000 millones de dólares tendrían de sobra. Eso era, a lo mejor, lo que Alan Bean y Charles Conrad estaban festejando cuando, al bajar del Intrepid, se pusieron a brincar en la Luna.

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