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Elvis Presley continúa vivo en la música y las costumbres de muchos jóvenes de todo el mundo

Hace cinco años que murió el mítico 'rey del rock'

Hoy se cumplen cinco años de la muerte de Elvis Presley, el mayor exponente del rock and roll de la década de los años cincuenta y sesenta y uno de los principales mitos musicales y eróticos de la cultura anglosajona. A pesar del tiempo transcurrido, el recuerdo de Elvis continúa estando vivo no sólo en las discotecas y fonotecas privadas, sino también en los usos sociales de sus seguidores y en algunas características de la moda. El estilo Elvis es para muchos, además de una moda musical, un estilo, de vida."Elvis Aron Presley tenía un hermano gemelo. Su nombre había de ser Jessle Garon, pero nació muerto. La madre de ambos, Gladys, nunca aceptó esa pérdida, y convirtió al superviviente en portador de todas las virtudes potenciales de Jessie. A los cuatro o cinco años, Elvis comenzó a escuchar la voz de su hermano, que le empujaba hacia el bien. Al mismo tiempo sentía otra voz, tal vez la suya propia, que le empujaba hacia el mal. Un bello comienzo para una esquizofrenia galopante con pespuntes obsesivos y paranoicos".

Esta es, al menos, la opinión de la más brillante biografía de Elvis no traducida, la realizada por Albert Goldman en base a unos tres años de trabajo y más de seiscientas entrevistas, si hemos de confiar en las notas de su solapa. Lo cual es fácil, ya que Goldman fue también el autor de una biografía estremecedora de Lenny Bruce, otro gran mito americano, el entretenedor judío y maldito por excelencia.

Elvis no nació en Tupelo, sino más exactamente en Tupelo este. Apenas tenía dos años y medio cuando su padre, Vernon, fue condenado a tres años de penitenciaría por falsificar un cheque. No es que fuera un hampón, sino más bien un pobre hombre al que le dio por hacer esa tontería. Con eso y lo de Jessie, Gladys se volvió un poco superprotectora con el pequeño Elvis, que durmió con ella hasta la pubertad y al que no dejaba nadar, al que acompañaba todos los días hasta el colegio cerca no y al que no dejó jugar fuera de su vista hasta que tuvo más o me nos quince años.

Sobre esta edad se echó la primera novia, una tal Betty McCann, que trató infructuosamente de enseñarle: a bailar, ya que Elvis, ese superexcitante animal de escena, al parecer, no bailó jamás con ninguna chica. Aparte de eso, Elvis era un niño extremadamente religioso, tímido y reservado, pegado a las faldas de su madre y que cantaba a sus vecinos de barriada siempre que fuera de noche o se apagaran las luces.

Sólo que el cambio se produciría pronto. Hacia los dieciséis años, Elvis comenzaría a tener pesadillas de persecución con tendencia al sonambulismo. Poco después o sobre la misma época encontraba su peinado distintivo, tomado, según él mismo, de Tony Curtis, que aparecía en la película City across the river. También cambio de indumentaria: pantalones de cintura alta, abombados por las rodillas, pinzados y de color negro con una franja limón recorriendo la costura. Una camisa chillona y a correr. El pelo requería aglutinantes poderosos. La imagen estaba dada, el comportamiento se completó en cinco años más, cuando Elvis era ya un chulo callejero rápido con los puños. En sus ratos libres trataba de llegar a ser una estrella de fútbol americano y confesaba que su ambición era ser patrullero de autopistas del Estado de Tennessee. Entonces también hizo su primera presentación en público en un concurso local. Ganó.

En brazos de la química

Hacia el final de su vida era un señor obeso en estado semiincosciente que solía tomar Qaaludes, bifetaminas, Dexedrina, Placidyl, Demerol e inyectables de todo tipo y condición. Curiosamente, el caballo se lo picaba por vía subcutánea. Para él, pincharse en vena era el signo del yonqui, y Elvis era agente de la Oficina de Narcóticos y Drogas Peligrosas. Con nombramiento oficial y todo. Con esta química encima y un hambre desenfrenada, Elvis necesitaba de constante asistentia y vigilancia para impedir que no muriera al tragar mal un bocado. Los ayudantes, que debían transportarle hasta el cuarto de baño para impedir que resbalara y se partiera la cabeza, debían participar tanto de sus monólogos como de las sustancias que iba trasegando. Su casa, en Graceland, era todo un himno a la horterada suprema. Podía tener sofás estilo Luis XV, sólo que hechos exprofeso y forrados de escái, un nacimiento tamaño natural, una Venus de Milo de cerámica sobre la que, gracias a un sutil artilugio, cae una pequeña cascada de agua; una sala polinesia, libros falsos, un piano de cola regado de purpurina y algunos otros objetos...

En su habitación había tres pantallas de televisión, en las que solía observar, semiabotargado, películas de boxeo o a los habitantes de Graceland, merced a un buen sistema de televisión interior. Quería tener un Boeing 707, como el presidente, pero hubo de conformarse con un Convair 880, suficiente, en todo caso, para ochenta pasajeros. También seguía haciendo apariciones en público, sobre todo en Las Vegas. Cada vez más cortas. Cada vez más patéticas. Aunque milagrosamente seguía siendo un entregado practicante de kárate (cinturón negro). En abril de 1977 sufrió un colapso durante una actuación en Baltimore.

En 16 de agosto se levantó a las cuatro de la mañana queriendo jugar un partido de pelota. Tras el regreso a casa pidió sus medicinas para dormir. Moría seis horas después.

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