Palabras para Beguin
Estimado señor: Permítame, en primer lugar, darle la enhorabuena, aunque retrasada, por el justísimo Premio Nobel de la Paz con que la distinguida academia sueca reconoció su desinteresada labor política en pro de la humanidad.Usted, créame, se merece eso y mucho más.
Confieso que en el presente año me ha desconcertado usted bastante, ¿cómo se podía llamar Paz para Galilea a una operación bélica tan bien dirigida por sus generales en Líbano? Esta aparente contradicción, que me mantuvo muchas noches sin poder conciliar el sueño, de pronto se tornó en admirable iluminación: semejante nombre, ahora lo veo claro, no es sino una sutilísima e inteligente acción de gracias para la academia que, tan justísimamente, repito, supo ver en usted a uno de los másgrandes valedoros de nuestra sociedad. Se trata, ¡qué ingenio el suyo!, de un homenaje.
Me entristecen muchísimo las críticas que se vierten contra usted, o contra Jomeini o Pinochet o la Junta Militar Argentina, o, incluso, contra su hermano mayor Reagan, a quien un escritor sudamericano tuvo la indecencia de llamarle "un vaquero metido a caballo en la Casa Blanca".
Porque, no es cierto, ustedes no son asesinos, ni fanáticos, ni torturadores, ni, mucho menos, caballos. Ustedes van mucho más allá de esta trágica realidad de desolación y guerra que mancha día a día las páginas de los periódicos del ilitindo. Usted, al igual que estos destacados líderes, es un extraordínario metafísico: ha comprendido perfectamente que la verdadera paz no se dibuja pícassianamente en una paloma, sino en la pulida y reluciente losa de una tumba bien cavada. El objeto de esta misiva es
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alentarle en esta humanitaria labor. Siga, por favor, en Líbano derramando generosamente, como hasta ahora, la infinita y eterna paz de los cementerios bien repletos. Algún día, estoy seguro de ello, le admirarán como yo. /
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