Destrozos en la OUA
EL GOLPE de Estado de Kenia -uno de esos generales tercermundistas intentando derribar a uno de esos presidentes electos- es una desgracia más para la cumbre de la OUA que debía comenzar en Trípoli el día 5 de este mes y que desde hace semanas tratan de preparar, sin resultado, los ministros de Asuntos Exteriores de los 51 países que forman la organización africana. Kenia es el país que preside actualmente¡ la OUA, y su ministro de Asuntos Exteriores, el doctor Robert Ouko, se distinguía por sus esfuerzos en encontrar un compromiso que hiciera posible la cumbre. La historia de la OUA es la historia de los compromisos: de esta forma, en los 19 años que hace de la promulgación de su carta -la Carta de Addis Abeba- se han ido acumulando legislaciones, estatutos, cláusulas, protocolos, apéndices, jurisprudencias que hacen de la organización uno de los instrumentos menos manejables de un mundo en el que, por cierto, todos los intentos de unidades regionales internacionales -y la Comunidad Europea no es una excepción- sufren de este mismo mal.El punto muerto de Trípoli se centraba precisamente en una cuestión de procedimientos, referida a la participación de la República Arabe Democrática Saharui: admitida en febrero pasado en el seno del Consejo de Ministros de la Organización por la mayoría simple requerida, necesitaría ahora, para ocupar su escaño en la cumbre, una mayoría de tres cuartos, y no los reúne. Una cuestión fuera de toda lógica (no puede haber dos procedimientos que se contradigan o que, unidos, tengan función paralizante), pero no poco habitual. El cuarto más uno -o dos, o tres: la oposición varía- de los países, que se oponen a los saharauis parece irreductible ante todas las ofertas: entre ellas, la de que la República en entredicho acepte de una manera provisional no estar presente en la reunión. Concesión hecha, sobre todo, en favor de Libia, país organizador de esta cita africana en la que ha puesto todo entusiasmo, no sólo por el orgullo de la hospitalidad, sino por el de la esperanza de obtener la presidencia de la OUA en el próximo período, presidencia que sería enormemente rentable para Gadafi en estos momentos en que se siente bloqueado y amenazado por Estados Unidos. La forma de bloqueo jurídica por parte de ese cuarto consiste en no presentarse en Trípoli: no hay quórum, no hay reunión.
No hay que descartar, evidentemente, que sea esta importante posibilidad de Gadafi la que forme el núcleo principal del boicoteo de la conferencia de Trípoli. Desde un punto de vista africano, hay un desgarramiento clásico izquierda-derecha entre sus miembros. La RADS representa una izquierda y tiene el apoyo de los países a los que Reagan define como "vicarios de la URSS" y de algunos otros que están incluso fuera de ese entredicho. Sus contrarios son, naturalmente, Marruecos (nación que ocupa oficialmente el territorio saharaui, aunque militarmente no haya conseguido el control del territorio) y las naciones que, dando el sentido inverso a la frase anterior, serían los "vicarios de Estados Unidos". Esta reducción de términos -derecha-izquierda, la de prosoviéticos y proamericanos, a pesar de su impropiedad, da todo el tono de decepción y amargura a la crisis de la OUA. Sería erróneo remitir la crisis solamente a un asunto actual v local.
En realidad, la crisis nace al mismo tiempo que la fundación, y tampoco en esto la OUA es distinta de las otras organizaciones mundiales, sea cual sea el color de sus miembros. Trató entonces, cargada de ilusión, de diseñar un nuevo futuro para un continente recién liberado de la colonización, aunque ya el panafricanismo de gran envergadura había sido gravemente herido -el asesinato de Lumumba, la misteriosa muerte de Hammar-ksjoeld fueron algunos de los más trágicos episodios-. Si la colonización clásica desaparecía, sobre Africa había nuevos designios de no perder sus materias primas y su mano de obra barata, de continuar utilizándola como fuera. La presión de los antiguos colonizadores, la reaparición de castas y clases en cada país, la acumulación de etnias distintas en países recién creados o, por el contrario, la división de éstos por fronteras coloniales; los golpes de Estado, los regímenes opuestos, la terrible concurrencia por aliviar un hambre y una miseria que no han cesado; los idiomas adquiridos o ancestrales, las religiones, las manipulaciones de las dos grandes potencias, han terminado por ser más fuertes que el espíritu de unidad, de panafricanismo y la utopía de la salvación.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.