El ocaso del Estado Providencia
El agotamiento, o incluso la quiebra, del llamado Estado Providencia se advierte con suma rapidez desde 1974. Semejante aceleración proviene de los cambios registrados en el orden económico internacional a consecuencia del. encarecimiento de. los crudos y, sobre todo, de la división internacional del trabajo en curso, así como por la actual revolución tecnológica, que empeora la posición comercial de las viejas democracias industriales.Ante tales cambios, estas democracias no reaccionaron, ni reaccionan, con una adaptación eficiente por la vía de la expansión de la productividad apoyada en una reconstitución del diferencial tecnológico que amparase sus altos costes del trabajo y sus elevados gastos públicos.
Ello explica la pérdida de cuota de mercado sufrida por el conjunto de las economías europeas y la caída paralela de su relación real de intercambio en el comercio exterior. Más a ras de suelo, esos cambios y la falta de adaptación eficiente ante los mismos traducen un importante empobrecimiento colectivo, aunque no uniforme, de los países europeos. Y a causa de la rigidez de los mercados del trabajo, caldeados además por la cultura reivindicativa y del peso excesivo del gasto público, explican en añadidura la aparición del paro en gran escala, así como la fuerte escasez de capital dispuesto a ser invertido en esas circunstancias.
Ahora bien, los tres cambios antedichos sólo constituyen una faceta o dimensión inductora de la crisis económica que azota a las democracias. europeas. Sólo constituyen, como veremos, un factor de aceleración del agrietamiento de los Estados Providencia, al potenciar sus contradicciones frente al nuevo orden de competencia internacional.
Tenemos a paises qué con parecida dependencia energética del exterior y parecidos niveles de desarrollo económico inicial, se han comportado de manera muy distinta frente a la crisis. Japón, y en general la zona no comunista del Extremo Oriente, han mostrado a lo largo del período mencionado una enorme flexibilidad y dinamismo que los sitúa en imágenes de boom, sin apenas desempleo. En el otro lado, países como España, no más dependientes que los anteriores del precio de los crudos (o de los altos tipos de interés norteamericano), le han adentrado en un verdadero marasmo económico, cuyo exponente más destacado es la fortísima tasa de desempleo, seguida por los déficit de la balanza de pagos y por la inflación. Incluso dentro de la CEE la crisis ha dejado sentir su peso con intensidad desigual, bastente menor, por ejemplo, en la República Federal de Alemania e Italia que en Bélgica o Dinamarca-. Las expectativas de reactivúión también difieren según los países.
Esta desigualdad de escenarios pone de relieve que una clave muy ilustrativa para entender las dificultades económicas actuales se halla enfactores internos motivadores de la falta de adaptación eficiente a los cambios económicos internacionales. Factores que, sin duda, poseen una raíz común o predominante para toda Europa (en la medida en que todos los países europeos pierden posiciones en el concierto económico mundial). Pero qué también poseen rasgos singulares relativos a los distintos países cuestionados (en la medida de que unos declinan más que otros),
Los rasgos comunes y los rasgos singulares que impiden o dificultan la adaptación eficiente al nuevo orden económico internacional han de corresponder al excesivo peso de los comportamientos y actitudes de los individuos de los grupos y de las organizaciones que no tienen que ver o que son negativos para los requisitos del desarrollo económico en las- postrimerías del siglo XX, de acuerdo con los niveles de competitividad alcanzados en el mercado mundial; así como al excesivo peso de las rigideces que dificultan la flexibilización económica.
Dadas las condiciones de aparición y evolución de la crisis, esa correspondencia es más bien tautológica.
Así las cosas, en cuanto a los rasgos comunes que impiden o dificultan la adaptación eficiente del nuevo, orden económico internacional, es momento de reflexionar sobre las causas últimas y generales de la ausencia de adaptaciones eficientes en los países europeos, que contrarresten las actuales tensiones de empobrecimiento colectivo generadas por los cambios en el orden económico internacional.
Debe observarse,ante todo que el inicio del empobrecimiento colectivo ha hecho imposible continuar la expansión del Estado Providencia y, aún más, ha forzado y está forzando el desmantelamiento, siquiera paulatino, de esa orientación política y económica.
Causas últimas del declive
Pero también debe sospecharse que la quiebra del Estado Providencia y las causas últimas explicativas de la gravedad de la crisis son dos caras de la misma moneda. Que el Estado Providencia multiplicaba en su seno factores de declive suficientes para sentenciar su fracaso histórico, y que los cambios en el orden económico internacional se limitaron a precipitar o adelantar su ocaso, aunque fuese con peculiaridades un tanto inesperadas.
En efecto, el Estado Providencia es la creación mas antidarwiniana -o más daltoniana a las consideraciones a largo plazo sobre evolución de la sociedad moderna- que imaginar se pueda. Y genera con toda evidencia múltiples factores deletéreos o de declive, que tarde o temprano dejan su huella negativa como mutaciones desfavorables o desventajosas para las sociedades afectadas.
El Estado Providencia no se limita a introducir tensiones de redistribución de la renta según objetivos de equidad o progresistas; o a ampliar incesantemente los contenidos funcionales de la burocracia enmernia de los de otros agentes sociales (individuos, fámilias, empresas privadas), que ven disminuir sus perfiles de esfuerzo y de riesgo al compás que disminuyen sus dimensiones de libertad y responsabilidad. Ni tampoco detiene su huella en la erosión de las tasas de ahorro y de inversión, al compás inflacionario de las presiones redistributivas y de expansión del gastó público, y al hilo de la consiguiente revolución consumista de expectativas populares y de la cultura reivindicativa donde todos ganaban siempre y aceleradamente sin atender a las posibilidades objetivas del sistema económico, y ni siquiera a los problemas del crecimiento.
Como consecuencia, de semejantes alteraciones socioeconómicas, que implican un desprecio al núcleo reproductor de la economía, se desencadena un gran déficit de espíritu empresarial, en el sentido schumpeteriano del término y una gran aversión al riesgo. Disminuye relativamente el número de empresarios, y en algunos de los que quedan se observan tendencias al conservadurismo, a conectarse al orden administrativo y burocrático, a resistir en las industrias tradicionales, rehusando las lides de la tecnología avanzada. Con carácter más general se debilita en todos los órdenes el espíritu de iniciativa en libertad, que se ve anegado por un clima rígido donde unos, sin arriesgar nada, dan órdenes, y otros, la gran mayoría, las cumplen un tanto pasivamente.
Aún más alla, mengua el espíritu de innovación y de creatividad, compon ente necesario para el éxito del esfuerzo de investigación científica y tecnológica y para el auténtico progreso.
En contraste de semejantes desplomes se multiplica por doquier el estilo de los buscadores de rentas de situación, que persiguen al canzar status lo más rígidos e inmodificables posibles, coherentes con objetivos de consumismo máximo de inmediato. Se multiplican la inautenticidad, el Aparentismo y el ilusionismo.
Se trata, a ojos vista, de mutaciones desfavorables, incompatibles con una regulación eficiente, a largo plazo, y en libertad reflexiva, de los sistemas socioeconómicos. Se trata de mutaciones que, una vez alcancen peso suficiente, impulsarán un camino de declive y decadencia.
Se trata, en definitiva, de un fracaso histórico, con envergadura similar al del socialismo real, que también tiende al bloqueo interno y a una esclerotización relativamente rápidos.
¿Cómo salir de semejante hoyo, una vez que se hace irremediable el desmontaje del Estado Providencia?
Desde luego, la recuperación in tegral no dependerá única ni principalmente de la moderación en el precio de los crudos, y ni siquiera de la esperada reactivación relativa en Estados Unidos. Aunque dicho precio se redujese sustancial mente, y aunque EE UU recobrara un ritmo apreciable de desarrollo, Europa no volvería fácilmente por sus fueros anteriores: el mapa económico internacional se ha alterado desde 1974. Ante esta áspera realidad, es preciso desencadenar un enorme esfuerzo de competitividad, de flexibilización, de iniciativa y de innovación que, por desgracia, choca irremediable mente con los comportamientos y actitudes daltonianas o negativas para el desarrollo económico en las postrimerías del siglo XX, y que choca igualmente con las innúmeras rigideces institucionales, jurídicas, administrativas, educativas y culturales que han hecho mella en las sociedades europeas.
Los cambios generalizados y en profundidad necesarios son desde luego muy arduos de implantar en las democracias populistas y permisivas, a la vez que conservadoras, donde la mayoría de la población recibiría el palmetazo del rejuste, y la convicción de que sus estilos deben ser corregidos o alterados, sin chivos expiatorios. Donde habría de reconocerse que gran parte de la ordenación sociopolítica resulta ya arcaica y obsoleta, incluyendo en ese arcaísmo al grueso de las actividades del sector público, desde sus variopintas hasta las típicas empresas públicas deficitarias o el más humilde desarrollo regional de carácter benéfico y asistencial.
Del desaliento a la esperanza
La Humanidad continúa superando múltiples metas, la economía de mercado no revienta, y en ese camino Europa, por primera vez en su historia, ya no resulta imprescindible para el resto del mundo. En estos términos, Europa afronta el reto histórico de un profundo remozamiento, a favor de la libertad reflexiva y en dirección opuesta al desacreditado Estado Providencia, que de no realizarse conlleva necesariamente la más clara de las decadencias, presididas por el empobrecimiento colectivo y el paro masivo.
La propia gravedad de la situación actual, la inexistencia de senderos indoloros de recuperacion -las últimas y tenaces esperanzas se están volatilizando en lo que podría tildarse de holocausto de los residuos keynesianos- y el ejemplo de países no europeos que avanzan inexorablemente (Japón) o que se disponen a encarar el reto con resolución (EE UU), representan golpes durísimos contra las renuencias o conservadurismos.
Representan una firme perspectiva de que la crisis, enfrentada con las fórmulas convencionales y superficiales, se hace insostenible. Y que, ante la disyuntiva del derrumbe o del cambio, se impondrá sin tardanza este último, aunque sea como mal menor o como purga a las amedrentadas sociedades del Viejo Continente.
Es lástima que para que las cosas se arreglen antes deban estropearse tanto. Pero, en buenas cuentas, lo decisivo es adquirir conciencia de la situación y que se arreglen. Tal vez el mundo del socialismo real no posea siquiera semejante consuelo y deba sufrir alteraciones históricas sensiblemente más dolorosas, sin alternativa válida a la dictadura militar y a convulsiones de desintegración.
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