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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Las Fuerzas Armadas y un Gobierno de izquierda / 1

Uno de los temas políticos más delicados, en todos los tiempos españoles, ha sido el de la buena o mala relación entre los militares y el poder civil, punto que cobra especiales matices ante la hipótesis de que la mayoría legislativa y el poder ejecutivo de la nación pasen a la izquierda en las próximas elecciones.El concepto golpista más extendido entre los que por ahí se repiten podría resumirse así: "Los gobiernos bajo los cuales se ha desarrollado la democracia han tenido signo derechista. A pesar de ello hemos vivido un ambiente de malestar, disgusto, tensión militar. El golpe del 23 de febrero se dio contra un esquema ideológico gobernado por la derecha, en el que perviven muchos reductos y personajes pertenecientes al régimen pasado. Si todo eso ha ocurrido bajo el dominio o la preponderancia de tendencias consideradas afines a las Fuerzas Armadas habrá de deducirse que un golpe militar será inevitable en cuanto cambie el signo y el inquilino de la Moncloa sea un señor que lleva el puño y la rosa prendidos a la solapa".

Esta argumentación, que tiene -en apariencia sólo, como en seguida veremos- una lógica aplastante, se completa en las mismas tiendas con otras dos. Primera: "Puesto que la llegada del socialismo al poder va a constituir un revulsivo de tal naturaleza que provocará el golpe de Estado, no debe preocuparnos el triunfo socialista en las urnas; en él se encuentra el detonante para una acción que acabe a la vez con la izquierda y con la democracia". Y segunda: "La instalación de los socialistas en el poder quizá no baste como estímulo o justificación del golpe militar. Pudiera ocurrir que las soluciones de Gobierno que el socialismo adopte, la moderación en la acción, el éxito de algunas medidas que ponga en práctica, el apoyo popular y la habilidad de los dirigentes del PSOE en el tratamiento dado a esa específica relación Gobierno-Fuerzas Armadas llegaran a constituirse en impedimento para el golpe mismo. En consecuencia, los militares habrían de actuar previamente a la llegada del PSOE al poder. No deberían ser Pinochet después de Allende, sino antes".

Los prejuicios tradicionales

Quien no haya escuchado en estos últimos meses lo que acabo de entrecomillar, o es que se hace el sordo, o es que vive en la Luna. Pero ante tales exposiciones cabe señalar otras, y la fundamental es que aquéllas parten de una premisa -falsa-, cual es considerar que necesariamente exista una incompatibilidad o enemistad irremediable entre las Fuerzas Armadas y ese sector de la sociedad española que identificamos como la izquierda. Hilando más fino: que las Fuerzas Armadas son radicalmente inconciliables con la libertad y con la democracia, o sólo son compatibles sí el poder es ejercido por el sector ideológico llamado derecha.

Esto se decía antes de la Corona: que era incompatible con un régimen democrático de libertades; hasta que la voluntad del rey Juan Carlos y la acción concreta de los dirigentes y las masas de la izquierda proclamaron la compatibilidad y sentaron las bases para hacerla posible.

Es cierto que todavía no se ha producido el mismo tipo de pacto institucional con el Ejército; algunos, de un lado y de otro, habrán de tomar a su cargo la activación de un proceso que concluya de manera similar a como ha concluido el de acercamiento de la Corona y las masas populares. Para que este proceso pueda asentarse sobre plataformas sólidas, por lo pronto habrán de liberarse ambas partes de lo que podríamos llamar los prejuicios tradicionales, señalándose que las bases para el entendimiento vienen dadas por la realidad de los hechos históricos, de los cuales no resulta en manera alguna una razón imperiosa de incompatibilidad. La más noble tradición del Ejército español es la del servicio a la libertad, y si es verdad que Narváez y otros espadones fueron exponentes del militarismo, también lo es que fue Riego el primero de los hombres de uniforme al que hay que dar la palma del martirio.

Los siglos XIX y XX

Las más apasionadas defensas del Ejército español que yo he escuchado en mi vida han sido al socialista Jiménez de Asúa y al liberal-conservador Ossorio y Gallardo; ambos señalaban que en el pasado siglo algunos militares se habían sublevado en la corriente de la tiranía, pero muchos más lo habían hecho en defensa de las libertades y de la soberanía popular. Alvaro de Albornoz, en su libro, no conocido en Espafía, sobre los caudillos militares, también historió el tema y llegó a la conclusión de que las raíces del llamado militarismo no estaban donde se decía estar, o sea, en los cuarteles, sino en las minorías civiles con influencia en los cuartos de banderas. Para el izquierdista Albornoz nunca había existido una real incompatibilidad entre el Ejército y la democracia, y la constante histórica ponía de manifiesto la servidumbre de los hombres de armas al lema de los generales Prim y Espartero: obedecer la voluntad nacional.

Desde finales del pasado siglo hasta el año 1923 no hubo en España golpes militares, a pesar de que existía un sistema democrático bajo la Corona. En la regencia de María Cristina y en el reinado de Alfonso XIII se sucedieron o turnaron veintitantos presidentes de Gobierno, unos liberales, otros conservadores -es decir, situados unos más a la derecha y otros más a la izquierda-, casi todos ellos civiles. La tensión militar en aquellos tiempos llegó a ciertas cotas, pero no hubo conspiraciones ni golpes de Estado. La única bofetada que un político ha dado a un general tuvo como protagonistas, por el lado de quien la dio, a un hombre de la derecha, José Sánchez Guerra, y, por recipiendario, al general Aguilera. La única vez que un Gobierno humilló deliberadamente al estamento militar fue consecuencia del pleito artillero originado cuando la dictadura de Primo de Rivera, que no era precisamente de izquierda: el director, los profesores y cadetes de la Academia de Artillería de Segovia fueron trasladados masivamente a las prisiones militares de Zaragoza, y para el traslado se utilizó un tren de ganado vacuno. El infamante viaje, que no se le hubiese ocurrido a ninguno de los llamados jabalíes de la República, fue ordenado por el dictador.

El famoso expediente Picasso, que se inició para esclarecer las responsabilidades del Desastre de Annual, en el que perdieron la vida millares de soldados españoles, fue defendido por los diputados socialistas -que habían estado en Marruecos- Indalecio Prieto y Marcelino Domingo. Se hicieron eco de un clamor popular que no iba contra el Ejército, sino que pretendía esclarecer hasta dónde había influido en la derrota la desavenencia personal entre los generales Barrera y Silvestre, causa del descalabro.

Los pronunciamientos militares fueron, como he dicho, cosa del siglo XIX, y ninguno se ejerció contra la Monarquía. En España no ha habido un solo golpe de Estado contra la Corona. El de Pavía no llevaba esa dirección. El de Primo de Rivera no fue a contrapelo del rey. El de julio de 1936 lo dieron los generales contra la República, y muchos de ellos creyendo que serviría para la restauración monárquica. La misma República, en 1931, no encontró oposición de los ejércitos: el famoso telegrama 2258, que cursó el ministro de la Guerra del último Gobierno de la Monarquía a los capitanes generales, terminaba: "Los destinos de la patria han de seguir, sin trastornos que le dañen, el curso lógico que le imponga la suprema voluntad nacional". El generalato permaneció, en 1936, leal en su mayoría al régimen que España se había dado, como solía decirse en aquel tiempo.

Los generales y Franco

Muchos españoles tenemos ya referencias de la época reciente que no hemos aprendido en los libros. De algo valen los testimonios personales. Yo he conocido en el exilio a los generales Herrera, Miaja, Rojo y Jurado, entre otros. Puedo decir que nunca vi en ellos otro perfil que no fuese el de militares auténticamente demócratas y patriotas de cuerpo entero. Querían ser enterrados de uniforme y con el féretro envuelto en la bandera de España, y luchaban aun desde el extranjero porque los españoles recuperasen las libertades y pudieran elegir régimen, esto es: estaban a favor de que se cumpliese la voluntad popular.

No todos podían clasificarse rojos. El mariscal del Aire Emilio Herrera, íntimo de Kindelán, ocupó la presidencia de la República en el exilio, pero tenía convicciones monárquicas. Fue, eso sí, enemigo mortal de las dictaduras y de los fascismos. Prefirió pasar necesidades y miseria antes que ponerse al servicio de los nazis. Durante el pasado régimen parecía que el Ejército era una piña en tomo a Franco, pero la verdad es que hubo generales que se enfrentaron a él. No querían la dictadura, sino la Monarquía democrática y constitucional, la Monarquía de las libertades propugnada por don Juan de Borbón.

Sigo con mis personales testimonios: al teniente general Alfonso de Orleáns, primo del Rey, a quien Franco tuvo confinado en una finca de Sanlúcar de Barrameda, le he oído las diatribas más feroces contra los regímenes dictatoriales. Juan Antonio Ansaldo, el inolvidable Juanán, coronel de Aviación, que se escapó de España en un avión militar junto al teniente coronel Alemán -historias estas de la oposición militar al franquismo que no se han contado en detalle-, llegó a ser en el exilio vicepresidente del Consejo del Movimiento Europeo, cuando Salvador Madariaga era el presidente, y su casa, en la frontera francesa, fue un refugio para los españoles que hostigaban al régimen de Franco. El general García Valiño se reunía en secreto con socialistas y obreros ugetistas que habían pasado por las cárceles. El general Aranda se ha llevado consigo los detalles de cien conspiraciones en las que él y otros militares tuvieron parte y a las que iban no del brazo de las derechas, sino de las izquierdas.

Cuando Indalecio Prieto y José María Gil-Robles suscribieron lo que se llamó el Pacto de San Juan de Luz se reinició la compatibilización de las izquierdas y la Monarquía, sin la cual el socialismo posterior, el de Suressnes, no hubiera encontrado el campo abonado. Hay que decir que los militares implicados en aquella operación -los aliadófilos- no pusieron objeciones a los socialistas, y que éstos aceptaron que el presidente del Gobierno de transición fuera un general, así como que otro militar estuviese en el Ministerio de la Guerra. De manera que ¿dónde está la incompatibilidad radical o visceral de los militares y las izquierdas democráticas? ¿Por qué ese afán en advertir que no hay militares demócratas o que las izquierdas van a triturar al Ejército"?

Hemos de referirnos a la etapa más reciente. En ésta el comportamiento del Ejército ha sido ejemplar incluso hasta el sacrificio. Que algunos jefes no estén conformes y susurren en los cuartos de banderas, que una docena de coroneles -entre seiscientos- se muestren descontentos y aun enemigos de la democracia, que un teniente coronel de la Guardia Civil acarreara algunas unidades -dicen que entre engaños, sin saber dónde y para qué los llevaban, más allá de prestar un servicio a España y al Rey"- son excepciones temperamentales y episódicas. Lo que cuenta es el comportamiento de la institución.

Víctor Salmador es escritor y periodista.

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