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La gran banda de Toshiro Akiyoshy ofreció un concierto excepcional en el Festival de Jazz de San Sebastián

El conjunto está considerado como la mejor orquesta norteamericana

Si el concierto del Modern Jazz Quartet trajo la sociología al Festival de Jazz de San Sebastián el de la Bing Bad de Toshiro Akiyoshy, el pasado jueves, nos trajo el exotismo. Todo resulta excepcional en esta gran orquesta. El mero hecho de que su líder tenga origen japonés y sea, encima, una mujer, ya la haría figurar en todas las enciclopedias. Que su marido sea además el principal solista añade un punto de originalidad. Que Toshiro, a sus 50 años se muestre en una espectacular forma física resulta casi milagroso.

La big band de Toshiro Akiyoshy se formó en el año 1973 y ha sido capaz de aguantar hasta ahora mismo. Este hecho subvierte todas las ideas que sobre la incidencia de las circunstancias sociales y la crisis económica en el mundo del jazz se habían pergeñado. Mantener funcionando diecisiete músicos full-time resulta en verdad otro prodigio.Pero todo esto se minimiza si lo comparamos con la banda real, la que suena. No en balde y desde hace cuatro años están considerados como la mejor orquesta americana, lo que es decir la mejor orquesta. No es que hayamos tenido muchas visitas de este histórico tipo de formación en nuestro país, pero hay una diferencia notoria entre esto y, por ejemplo, lo que nos ofreció Lionel Hampton. Aquello fue un simpático y agradecido canto al pasado, la Toshiro Akiyoshy es una máquina bien engrasada, perfectamente puesta a punto, en forma. Sus instrumentistas han crecido en ella y el resultado es un sonido y unas combinaciones compactas sorprendentes, apabullantes.

Como un camión desbocado

Técnicamente la orquesta es fantástica. El conocimiento que su líder posee de los diferentes instrumentos, conduce a que una flauta píccolo nos de la nota lírica sobre una orquesta lanzada como un camión desbocado. A un trompón bajo que nos recuerda el pavor del infierno mientras flautas y clarinetes inician una excursión pastoral. Y todo ello con un swing exquisito, comandando con energía por esta japonesa de pelo rizado y que pasa del impresionismo al expresionismo con la facilidad propia de un cuerpo vivo. Géminis sin duda.Y también sucede así con el resto de las cosas. Hay un bajista que parece la fuente de la creatividad, uno de esos tipos para los que cada paso es una aventura y una responsabilidad que se superan gracias a la disciplina, la inteligencia y la entrega. Un elemento increíble. Pero también hay un saxo alto de aspecto hawayano que lleva un monito de peluche colgado del instrumento. Y un tal Lew Tabackin, el marido famoso, el co-líder de la orquesta, el que toca un saxo tenor ¡sin micro! en este inmenso velódromo.

Para llenarlo de sonido (no es una frase, durante esos cuatro minutos inusuales me mantuve a unos sesenta-setenta metros de distancia). Sopla tempestades con su barba medio pelirroja. Pero con la flauta es sencillamente indescriptible. Hace cosas que no se pueden hacer, saca sonido de donde no hay, sube, baja, grita, llora, es algo inenarrable.

Ella toca el piano con energía, sin la presunta delicadeza que debiera caracterizar a su sexo. Pero en todo caso, parece más volcada hacia ese otro gran instrumento inabarcable que es su orquesta. Una orquesta que hace su música, con sus toques orientales, sobre esas partituras complicadísimas, siendo un lamento o el bramar de un trueno. Jazz moderno para una gran banda. Historia de hoy y de mañana.

Cinco mil personas aproximadamente congregó el conjunto Toshiro Akiyoshi en el Palacio Municipal de Deportes de San Sebastián, lugar donde se celebran los conciertos.

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