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Tribuna:
Tribuna
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¿De qué signo es usted, señora?

Estoy hasta aquí -aunque me esté feo el señalar- de este desvergonzado florecimiento de supersticiones de toda laya, astrologías, parapsicologías, mística de hongos, lágrimas de vírgenes, apariciones de ovni, pitonisas, portadores de la energía universal..., que no se ganan sólo la credulidad del ignorante vulgo, sino la atención de los ciudadanos ilustrados y los espacios de la radio y de la Prensa serias (¿cuál no tiene por lo menos su columnita de zodiacos?), y sobre todo, ¡tan a la par, en tan pacífica convivencia con el fantástico desarrollo de la ciencia oficial y sus hazañas en los espacios astronómicos, en los intríngulis del protoplasma genético o en las revelaciones arqueológicas de civilizaciones sepultadas!¿Dónde se ha visto semejante contubernio? Nos cuentan que en otras edades, por ejemplo, en las que llaman Medias, había una creencia oficial y verdadera, la fe ortodoxa (con a su servicio lo que entonces hubiera de ciencia autorizada, más. bien bajo nombre de filosofía), y frente a ella, las otras creencias, las de los herejes iluminados o las brujas de aquelarre, quedaban enérgicamente condenadas y separadas, purificadas por el fuego cuando hacía falta, que se viera bien la diferencia entre fe verdadera y supersticiones; y nos cuentan asimismo que en edades más avanzadas, las de la Ilustración y el triunfo de la razón que disipa las tinieblas, la dignidad del nuevo saber rechazaba con no menos energía, y recluía a las ciénagas de la vergüenza y de la mofa, cualquier asomo de supersticiones o de magias: ¡fuera usted a preguntarles a Newton o a Leibniz o al propio fray Mendel de qué signo del Zodiaco eran o si creían en las ánimas de difuntos!

Mientras que ahora... Ya ven el caso: lo mismo les anuncian una conferencia o les largan un tomo sobre la revolución mutua de las estrellas gemelas o el mutuo retorcimiento de los cromosomas que sobre la técnica del levantamiento de horóscopos o el influjo radiante del aura de la conciencia sempiterna: con la misma impunidad y desvergüenza, con el mismo acatamiento y seriedad por parte de los públicos respectivos, que en buena parte son además el mismo para lo uno y para lo otro; y mucha gente, claro, seguro que ya ni distingue bien cuándo le sirven ciencia de verdad y cuándo pamemas hechiceriles; más: abundan en el mercado ya productos (en la literatura o películas de ciencia-ficción que dicen, en los consultorios de sexualidad y en tantos sitios) que, habiendo agarrado por acá algo de la vulgarización científica y por allá otro tanto de los viejos y nunca muertos temores y esperanzas supersticiosos, consiguen una síntesis o mezcolanza capaz de llevarse engañadas a largas filas de crédulos y consumidores.

¿Qué pasa entonces?,-me preguntará acaso alguno-, ¿es que me lanzo a atacar las supersticiones en defensa de la ciencia, porque resulta ahora que yo creo en la ciencia verdadera? Nada de eso: bien por el contrario; lo que hago, remedando lo que el viejo campesino andaluz le dijo al que venía al pueblo a predicarles no se qué evangelio protestante, es decirles a todos esos trapaceros y clarividentes: "¿Qué me vienen ustedes con creencias ni saberes?, ¡si tenemos aquí la ciencia verdadera y todavía no creemos!". ¿Es que no basta con los engaños y falsedades de la ciencia, cada vez más dedicada a servir a otros intereses y a disimularle al público sus vacíos y contradicciones, que encima tengamos que cargar con esta sarta de mentiras y fascinaciones suplementarias?, ¿encima del aparato y pedantería de las ciencias oficiales, las monsergas y pretensiones de las videncias y las magias?

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Mutua tolerancia

Pero justamente lo que más hace sospechosas tanto a la ciencia como a las supersticiones en nuestros días es lo bien que se llevan la una con las otras, codeándose y complementándose mutuamente, rindiendo pleitesía la superstición a la ciencia, abriéndole tolerante sonrisa la ciencia a la superstición, como quien dice "pasa, que bajo el manto de la fe todos cabemos, y para atender a los diversos gustos o necesidades de los clientes, de todo ha de haber en la viña del Señor"; con lo cual ya declaran bastante una y otra la mentira de sus pretensiones: declaran esas magias y místicas de mercado, por la servilidad con que acatan a la ciencia, que nada pueden ofrecer de vislumbre de más allá ni misterio alguno; declara la ciencia, con su tolerancia de la superstición, que bien averiados deben andar sus artilugios cuando no pueden denunciar los embustes de las más zafias y prehistóricas religiones.

Que a la ciencia oficial la acatan las supersticiones y la adulan servilmente no hay más que ver para comprobarlo la manera en que las nuevas brujas y adivinos aseguran a sus clientes, en complacientes entrevistas o por las acogedoras ondas radiofánicas, sobre el fundamento científico de sus cábalas y operaciones; o la estulticiacon que imitan la tecnicidad y especialización de las ciencias serias algunas de las supersticiones de más éxito, como la astrología: esa misma que, ante su único fundamento acaso en la observación, a saber, el frecuente parecido de rasgos de carácter entre personas nacidas en la misma época del año, tiene que escamotear la más elemental explicación racional del hecho (que, siendo decisivo para la formación de la persona el primer año de la vida, los nacidos por las mismas fechas sufren en el mismo orden el ciclo de las estaciones por primera vez: ¿a que nunca han oído formular semejante perogrullada?) para poder acudir a los cuentos babilonios de ascendentes y conjunciones de estreflitas; eso sí, tratando de meter en la vieja urdimbre algunos de los términos y nociones de la reciente astronomía, o también el ansia con que levitadores y parapsicólogos, adoptando la jerga y las rutinas experimentales de la ciencia seria, procuran ganarse el reconocimiento de la autoridad científica y la entrada en las academias oficiales.

Que la ciencia, por su parte, consiente y solicita el contubernio con las supersticiones no sólo se manifiesta personalmente en sus empleados, cuando un doctor en Física Nuclear puede sin escándalo acudir a sesiones espiritistas, mandarse hacer el horóscopo o contribuir, comprando el libro, al negocio de la puesta al día de las profecías de Nostradamus (lo cual ya es bastante indicio, pues alguien que de veras se hubiera asomado por el estudio a la oscuridad y contradicciones de nuestro conocimiento no tendría ganas para tales frivolidades), sino que la ciencia oficial niÍsma, a través de la falsificadora divulgación para las masas, en la promoción de cuentos y telespectáculos de naves espaciales, y cuartas dimensiones, y conquista de galaxias, llegando a la oficial organización de la caza de platillos volandores o a los presupuestos estatales infinitos para la realización técnica de las profecías de Julio Verne, está alentando el desarrollo de toda clase de creencias y supersticiones, sumisa ella misma a la necesidad de sostener la idea de progreso y ofrecer un futuro a la humanidad. Y no quiero recordar aquella ejemplar manera (pues no fue el reino de Hitler más que un espejo exagerador, pero fiel, de la normalidad) con que se conjuntaban bajo el nazismo la exaltación de la ciencia y el culto de agüeros y hechicerías.

Bueno, y entonces ¿qué?, ¿que no hay misterios? Pues claro que los hay, pazguato: no sabemos lo que hay entre cielo y tierra, no sabemos lo que pasa en un grano de arena, y quien penetra en una investigación científica cualquiera no hace sino descubrir lo torpe de nuestro saber, lo siempre más complejo y misterioso de su mundo. Pero justamente por eso, porque son misterios, porque no se sabe, ni te los va a revelar la ciencia misma, que por la vulgarización y la especialización no hace más que disimularlos; ni mucho menos doctrinas y manejos de iluminados y nigrománticos, que en el momento en que los dominan, los nombran, los enseñan y los venden, demuestran con eso mismo que no eran ya tales misterios. Los unos y los otros quieren darte, amigo, la seguridad y la salvación, que se ve que es lo que necesitas, y con ello te cierran el corazón y la razón para sentir el aliento del abismo de este imposible en que rodamos y nos multiplicamos.

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