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La falacia del modelo de sociedad

A veces el discurso político se excede en la manipulación de los conceptos y en el enfoque distorsionado de los temas. Es evidente que el tipo de argumentación política no es una argumentación neutral ni por supuesto científica y que no se puede predicar del político la wertfreiheit, la neutralidad, que Weber consideraba necesaria para el científico. El político en una sociedad democrática representa un sector del pluralismo social, ideológico y político y pretende exponer, defender y llevar adelante su punto de vista por los medios propios de las reglas del juego: a través del convencimiento, usando los derechos de expresión, de información, de reunión, de asociación, etcétera, y con el apoyo de la mayoría. En ese sentido sus planteamientos son siempre parciales, y nunca representan una verdad como la ley de la gravitación universal, pues, aunque en las ciencias físicas se ha rebajado el nivel de certeza al de probabilidad estadística, su objetividad es infinitamente mayor. Si se parte, de buena fe, de esas premisas y se relativizan las afirmaciones y las conclusiones de la argumentación política, las cosas quedan en su sitio, se reduce el dogmatismo que lleva a la confrontación y a la violencia y aparecerá más clara la imprescindible necesidad de la regla de las mayorías para acceder al poder, para mantenerse en el poder y gobernar y para cambiar a los gobernantes. La Constitución y sus reglas de acceso y de cambio del poder se explican racionalmente ante la constatación de que el discurso político no representa la expresión de una verdad indubitada, sino una opinión, una posición ante el mundo y ante la sociedad, por supuesto suceptible de un razonamiento a través de la filosofía política y jurídica, pero cuyo contraste político decisivo es el apoyo mayoritario de los ciudadanos. Estamos recordando algunos de los fundamentos de la filosofía democrática del mundo moderno, basados en la tolerancia, en el pluralismo y en la libertad.El funcionamiento del sistema exige la aceptación de buena fe de los puntos de vista que acabo, muy resumidamente, de indicar. Sin embargo, como apuntaba al principio, en este tema se han producido sofismas políticos de muy distinto signo en cuanto a sus contenidos materiales, pero con una idéntica pretensión: presentar sus afirmaciones como expresión de una verdad objetiva, derivada de una fundamentación científica irrebatible. La consecuencia y el peligro de esta insidiosa falacia está en colocar extramuros de la polis a todos los que no compartan esa verdad y justificar su persecución como herejes políticos, como incapaces de recibir la verdad o como locos o enfermos. La experiencia histórica pone de relieve que no exagero en la descripción de las consecuencias. Muchas intransigencias, muchos desequilibrios, muchas violencias y muchas muertes tienen su origen en esa distorsión. También la instrumentación de las instituciones, incluso las más altas, como las Cortes o los tribunales de justicia, y la manipulación de las personas se justifican en la necesidad de llevar adelante el punto de vista que se presenta como la verdad y que, como digo, es un enfoque distorsionado que llamo, con Bentham, sofisma o falacia central peligrosísimo para la vida política, que es independiente de sus contenidos materiales. Estos han sido de izquierdas o de derechas, a lo largo de la historia moderna, y, por supuesto, han planteado finalidades distintas, pero siempre manipulando los conceptos, distorsionando los enfoques, a través de un discurso político forzado, pretencioso y, en definitiva, falso.

Por empezar por la utilización de este sofisma, desde la izquierda, hay que señalar la pretensión cientifista del marxismo, en sus versiones contaminadas por el positivismo, tan excelentemente descritas por Eusebio Fernández en su libro Marxismo y positivismo en el socialismo español. De acuerdo con las derivaciones políticas de ese planteamiento se presentaba a la evolución social como determinada, como consecuencia de la lucha de las fuerzas productivas y la superación inexorable, en un momento histórico, de los sucesivos modos de producción. El socialismo era inevitable, y ese planteamiento se convertía, como dijo con razón Bernstein, en un determinismo secularizado, en un calvinismo sin Dios. Naturalmente, las consecuencias políticas de esa verdad científica permitían tanto manipular a las personas, sacrificando a las del presente en beneficio de las del futuro, como instrumentalizar a las instituciones al servicio de esa verdad inexorable. Los que no comulgaban con ella eran conducidos extramuros u obligados a creer a la fuerza.

Hay que decir que la riqueza de opciones de la izquierda, su sentido autocrítico y las consecuencias nefastas y terribles, concretadas en el estalinismo a que condujo ese planteamiento han dejado bastante fuera de juego, al menos en Occidente, desde hace muchos años ya para los socialistas, y con más contradicciones también en sectores comunistas, muy en crisis por esa causa, lo que ese dogmatismo ingenuo y mecanicista representa. Hoy sólo es; utilizado en Occidente por posiciones antagónicas a las de la izquierda para intentar mantener vivo algo que es mucho más resto del pasado que realidad actual. En ese sentido, se pueden insertar las técnicas de manipulación utilizadas por los empresarios en las elecciones andaluzas, y que formalmente, como ejercicio de la libertad de expresión, tenían derecho a utilizar, sin trabas, aunque merecen, desde el punto de vista de su moralidad, la más profunda reprobación, y desde otra libertad de expresión, como la que yo aquí ejerzo, deben ser rechazadas por insidiosas. El libre mercado de la inteligencia, y no la prohibición de los jueces, es el que debe decidir si tienen razón los empresarios con la manzana y los gusanos o los que denunciamos su utilización, y, parece que en Andalucía fue abrumadora la decisión de rechazo.

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Pero esta actuación de los empresarios, intentando resucitar su modelo casi desaparecido en la izquierda, y, por supuesto, desde hace muchos años en el socialismo democrático, nos introduce en la falacia del modelo de sociedad, planteamiento del tipo de los que aquí denunciamos, impulsado por la derecha, en Europa y en Estados Unidos y asumido, aquí en España, con un discurso político que manipula y distorsiona la realidad.

La sociedad de libertades es únicamente la sociedad que alcanza su orden y su justicia, sin intervención del Estado, espontáneamente, por el libre juego de la iniciativa de los particulares, quedando el Estado en un nuevo garante de esas iniciativas y represor de las violaciones de la autonomía de la voluntad. Desde los análisis de la escuela de Chicago, el enfoque económico se ha trasladado al Derecho y a la política, que se consideran con un mismo objetivo: la maximización de la riqueza. El Hayek de Los fundamentos de la libertad o de Derecho, legislación, libertad es representativo de ese orden espontáneo, garante de la libertad, frente al racionalismo constructivista que favorece la acción positiva del Estado, la praxis a través del intervencionismo del Derecho. También Posner y otros autores norteamericanos; Bertrand de Jouvenel y Jacques Rueff, en Francia, representan similar punto de vista. En España, la CEOE y sus colaboradores intelectuales, en Coalición Democrática y en UCD, expresan parecidos razonamientos.

Yo no coincido con esas tesis, pero no las incluiría entre los razonamientos falaces, entre los sofismas, si fuesen una opción más sometida a esas reglas de las mayorías a que antes me refería. No es así porque su planteamiento es dogmático. Afirman que el intervencionismo del Estado para corregir desigualdades, para promocionar la libertad y la igualdad, conduce al totalitarismo. Afirman que todos los socialistas son totalitarios que se visten con piel de cordero para esclavizar a sus conciudadanos si llegan a ganar las elecciones. Por eso es especialmente grave este sofisma, porque alienta la desconfianza en el partenaire de izquierdas, imprescindible en el pluralismo democrático; favorece el golpismo, y la ruptura de las reglas del juego, aunque no se explicite ni se quiera reconocer. Su catastrofismo para la sociedad democrática y para las libertades, si el socialismo gana las elecciones, es uno de los discursos políticos más falaces y más distorsionados, que debe ser abandonado si se quieren respetar las reglas del juego limpio.

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