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Cerca de 500.000 trabajadores se concentraron en Roma para apoyar la huelga general

Juan Arias

Ayer Roma fue invadida por casi medio millón de trabajadores, llegados de toda Italia para adherirse a una huelga general de ocho horas convocada por los tres grandes gremios sindicales CISI, CJIL y UIL. Fue una manifestación imponente contra la Confindustria y contra las medidas de austeridad que el Gobierno está a punto de lanzar.

Sobre Roma caía fuego. Casi cuarenta grados. El calor apretaba ya a las seis de la mañana, cuando empezaron a confluir a través de ferrocarriles y carreteras obreros de todas las fábricas de Italia.Durante toda la noche, los grandes dirigentes, sindicales y los partidos políticos que habían apoyado la primera gran huelga general después de casi catorce años, estuvieron temerosos y perplejos sobre su éxito real. Se deseaba que pudieran desplazarse a la capital hasta 300.000 personas, pero nadie se lo creía, porque la decisión de la huelga había sido muy debatida incluso en el interior de las mismas organizaciones sindicales. Era un gran desafío, en un momento muy difícil. Si hubiera fallado, no se podría haber organizado otra huelga general en muchos años. Y era dificil, en estos momentos, paralizar a Italia y pedir a los trabajadores que vinieran a Roma excluyendo al mismo tiempo la caída del Gobierno en el momento en que éste se prepara a hacer llover sobre los trabajadores un auténtico aguacero de sacrificios económicos.

Era dificil sobre todo para el partido comunista, duro opositor del Gobierno, pero considerado al mismo tiempo por su base de militantes como demasiado diplomático.

Los tres medios sindicales se presentaban unitariamente a este enfrentamiento contra el patronato, pero todos saben muy bien que esa unidad es sólo aparente.

Por encima de las previsiones

¿Qué hicieron los trabajadores? Se volcaron. Vinieron más de los que se esperaban. La huelga fue un éxito. Una vez más, la clase trabajadora italiana dio un ejemplo formidable de responsabilidad política y sindical. Y no hubo incidentes graves. Todo funcionó bien. Menos una cosa: los obreros no dieron un talón en blanco a los tres secretarios generales del sindicato. Al contrario. Fueron todos ellos dura y repetidamente abucheados. A veces hasta con lanzamientos de objetos, como sucedió con el secretario general de UIL, el joven y agresivo Giorgio Benvenuto. Y hasta el bregado Luciano Lama, secretario general de CGIL tuvo un momento de rabia y, de impaciencia. Fue cuando, hablando del crimen que se estaba cometiendo en Líbano contra los palestinos, continuaron igualmente los silbidos. Lama se paró y, gritó enfurecido: "Me gustaría saber quiénes son los que tienen la desvergúenza de seguir abucheándome en este momento".Los tres líderes gritaron mil veces: "¡Viva la unidad sindical, viva la libertad y la democracia de la clase trabajadora.'" Y dijeron los tres que el patronato encontrará un muro de hierro en la clase trabajadora si éste se opone a la renovación de los contratos, si pretende discutir la gran conquista de los trabajadores italianos, que han sabido siempre defender el valor del salario real como en ningún otro país del mundo. Pidieron la abolición del secreto bancario contra las maniobras de la Mafia, la camorra y la masonería, y aseguraron a los trabajadores que el sindicato se opondrá con todas sus fuerzas a cualquier medida de austeridad que recaiga sólo sobre los hombros de los más débiles. Y que no aceptarán del Gobierno, de ningún Gobierno, cualquier tipo de política económica que no sirva para aumentar y defender los puestos de trabajo.

Con la política. actual del patronato, dijeron los líderes sindicales, llegaremos antes de finales de año a tres millones de parados.

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