Una integración casi imposible
"Son antipalestinos; nos detestan; a nuestro barrio lo llaman Tal-el Zaatar (1); cualquier día nos matarán a todos". Nuestra interlocutora, joven profesora que trabaja en Kuwait, da libre curso a su angustia ante el odio que, según ella, alimentan los autóctonos con respecto a sus compatriotas.Sin embargo, el periodista que emprende un viaje por los diversos Estados del golfo Pérsico, lo más frecuente es que no oiga otra cosa que elogios hacia el país de acogida, elogios verosímilmente sinceros; tan evidentes y apreciados por un pueblo sin patria son los beneficios de la hospitalidad. Lo que no impide que los palestinos se quejen amargamente de su suerte. Esta ambivalencia se alimenta de las medidas discriminatorias que se aplican de manera general a los extranjeros y que, por otra parte, no están dirigidas necesariamente contra ellos.
La ciudadanía, fuente de preciadas ventajas y de privilegios, no se otorga más que raras veces y sólo a aquellos que hayan cumplido unas condiciones draconianas. En Kuwait, por ejemplo, el candidato a la naturalización tiene que demostrar que su familia residía en el país antes de 1920 y, al menos, llasta 1959.
Este ciudadano de primera clase -son los propios términos de la ley- no puede ser, pues, en razón de su situación, un emigrado palestino. Si éste ha de obtener la ciudadanía de segunda clase por haber vivido en Kuwait al menos a partir de 1945, no podrá ejercer sus derechos cívicos más que... veinte años después de su naturalización.
La concesión de la nacionalidad depende, en realidad, de la buena voluntad del soberano, que no se preocupa por las normas cuando se trata de "recompensar unos servicios prestados al, Estado". Así, unos 40.000 beduinos originarios de Arabia Saudí son kuwaitíes de primera clase desde 1971 (y también feroces, defensores del sistema establecido), de igual modo que en estos últimos años han sido adoptados en los diversos Estados del Golfo varios millares de iraníes e iraquíes, pero menos de cuatrocientos palestinos -de los cuales, alrededor de 250 en Kuwait y exactamente diecisiete en Barhain- sobre los 600.000 establecidos en la región han sido elevados a esta dignidad.
Inquilinos de por vida
Dignidad, porque las discriminaciones ejercidas con respecto a los extranjeros -mayoritarios en Kuwait, en los Emiratos Arabes Unidos y en Qatar- son múltiples, a menudo penosas, y siempre alienantes. Son excluidos de los puestos mejor remunerados, sea cual sea la superioridad de sus cualificaciones.
No se benefician ni de los préstamos sin intereses ni de los subsidios de ayuda al alojamiento a que tienen derecho los habitantes autóctonos. No tienen acceso a la propiedad, y están condenados a alquilar ad vitam su casa o apartamento, a unos precios prohibitivos, al estar los alquileres -que se encuentran entre los más altos del mundo- libres de toda traba legal.
Tampoco puede ningún palestino, lo mismo que ningún otro extranjero, lanzarse a los negocios, poseer una sociedad comercial o industrial, o especular en la Bolsa, sin que previamente se haya asociado con un ciudadano del país respectivo. En la mayor parte de los casos, la ley exige que este último tenga una participación mayoritaria en la empresa, la mayor parte de las veces se obtiene sin contrapartida.
Alto impuesto
"Es el impuesto más alto del mundo", nos decía, con amargura, un industrial palestino, antes de revelar que su asociado, que en 1966 le había proporcionado el equivalente de unas 25.000 pesetas, se encuentra hoy al frente de una fortuna de 6.500 millones de pesetas, sin haber puesto jamás los pies en la empresa.
La regla carece de excepciones: el ciudadano goza de prioridad en todos los campos, incluido el de la enseñanza. Esta primavera se les planteó a los palestinos un problema doloroso. Fueron advertidos de que, por falta de plazas, 13.000 de sus hijos, de los 18.000 que aspiraban a las mismas, no podían ser admitidos el próximo curso en las escuelas primarias del Estado. Como los establecimientos privados son demasiado caros, la mayor parte de los padres no sabía qué hacer. El mismo obstáculo existe en la Universidad.
Ocurre también que estas autoridades, a pesar de los medios financieros de que disponen, se abstienen, curiosamente, de acelerar el desarrollo de los establecimientos de enseñanza, al mismo tiempo que niegan a los extranjeros las bolsas de estudio que generosamente conceden a sus ciudadanos que desean proseguir estudios en otros países.
Los residentes árabes de nacionalidades distintas pueden, en caso de necesidad, dirigirse a sus Gobiernos respectivos. Los palestinos no tienen este recurso. Las escuelas creadas por la OLP en 1967 para paliar las deficiencias del Estado fueron cerradas, en 1975. De ahí los duros sacrificios aceptados por las familias de condición modesta; de ahí también la solidaridad activa de los más acomodados para asegurar el porvenir de la juventud palestina.
Todo sucede como si algunos Gobiernos del golfo Pérsico desearan empujar a los palestinos a buscarse otro refugio. Tradicionalmente numerosos en el cuerpo de enseñantes, su presencia se ha visto progresivamente reducida en estos últimos años -en cifras absolutas en Bahrain, en porcentaje en los demás países- en beneficio esencialmente de inmigrantes egipcios, cuyas opciones ideológicas tranquilizan a los jeques. En la función pública, de una manera más general, la preferencia se da a los asiáticos, menos exigentes y políticamente inofensivos, o a los árabes de diversas nacionalida-des a los que es posible devolver a sus países de origen a la primera extravagancia.
La era de la compasión se ha acabado. Los Estados del Gofo, que habían abierto de par en par las puertas a las víctimas de la guerra y de la ocupación israelí en un momento en que se encontraban faltos de mano de obra y de cuadros, han alcanzado el nivel de saturación, e incluso el de recesión después de la baja de la venta del petróleo. Por miedo a que los palestinos, golpeados con dureza por la guerra civil de Líbano, afluyan hacia sus orillas más clementes, la mayor parte de los Gobiernos del Golfo les prohíben, desde 1975, el acceso a sus territorios, a menos que cuenten con un contrato de trabajo.
La regla, aplicada al pie de la letra, ha tenido consecuencias de lo más penosas. Los expatriados ya no pueden recibir a sus parientes más cercanos, ni siquiera para una visita corta, y necesitan contar con los medios necesarios para ir a verlos allí donde se encuentren. Los que tienen la familia en Israel o en los territorios ocupados, donde, a su vez, tienen prohibido residir, se ven obligados a quedar con ellos en un tercer país que consienta en extenderles los correspondientes visados a unos y a otros.
"Para mí es un verdadero calvario visitar a mi hija, que cursa sus estudios en la Universidad de Ramallah", dice Hafez Tahbub, antiguo juez en Jerusalén y actualmente procurador general' en el Emirato de Chardjah. "Un paracaidista israelí, a menudo un chaval de veinte años, con la metralleta en la mano da a gritos la orden de desnudarme, se asegura de que no escondo arma alguna , vuelca mis maletas para vaciarlas de todos mis efectos personales y examinarlos luego uno a uno. Para mi mujer -que soporta las mismas humillaciones- y para mí, ésta es una pesadilla que nos obsesiona".
Los palestinos, por su parte, tienen la impresión de vivir en la provisionalidad. A todo empleado del sector público o privado que haya alcanzado la edad del retiro, se le requiere para que abandone el país en compañía de los miembros de su familia, cualquiera que haya sido el número de sus años de servicios. Y esto, siempre según la regla de que los permisos de trabajo y de residencia son inseparables.
Consecuencias penosas
Por supuesto, la ley se aplica a todos los extranjeros. Pero las consecuencias para un palestino son mucho más penosas en la medida en que él no sabe, la mayor parte de las veces, dónde podrá acabar sus días. No puede, desde luego, volver definitivamente a su patria de origen, ya esté la misma situada en el Estado de Israel o en los territorios ocupados. Si es apátrida, ningún Estado árabe querrá acogerlo o ni siquiera extenderle un visado de tránsito, por temor a que se instale permanentemente.
"En todas partes nos sentimos extranjeros", dicen los palestinos del Golfo. "No son integrables...", sostienen, por su parte, los habitantes autóctonos. "No queremos integrarnos", replican los primeros, "porque palestinos somos y palestinos seguiremos siendo". Podemos preguntarnos cuál de los dos nacionalismos, el nacionalismo exacerbado de los sin patria o el nacionalismo naciente de los pueblos del Golfo, refuerza más la voluntad de los palestinos de darse un Estado en el que, al fin, fueran soberanos en su propia patria.
1. Nombre del enclave palestino en Beirut que las milicias cristianas sitiaron y bombardearon de junio a agosto de 1976 y arrasaron después de su rendición. Resultaron muertos o heridos varios miles de palestinos.
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