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La invasión israelí de Líbano

Los falangistas se niegan a proseguir su ofensiva contra los reductos palestinos en Beirut

La pretensión israelí de que las falanges libanesas de Bechir Gemayel hicieran el trabajo sucio de acabar con las fuerzas palestinas en el Beirut occidental parece condenada al fracaso. La negativa de las tropas del líder cristiano a proseguir su ofensiva contra los reductos de la OLP en la capital libanesa, colocó al ministro israelí de Defensa, Ariel Sharon, en la posición de acusado en la reunión que celebró ayer el Gabinete de Menájem Beguin.

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El Gobierno israelí se reunió en Jerusalén, en un clima extraordinariamente tenso y bajo la presidencia de Simcha Ehrlich, por ausencia primer ministro, para debatir un orden del día en el que Sharon era el blanco de todas las acusaciones.Contrariamente a las garantías dadas por el ministro de Defensa los hombres de Gemayel no habían proseguido su ofensiva contra las posiciones palestinas, sino que por el contrario, habían anunciado que no tomarían parte en la guerra iniciada por Israel, contentándose con rechazar cualquier ataque desencadenado contra ellos.

Y lo que es aún peor, la Organización para la Liberación de Palestina se declaraba ayer dispuesta a negociar directamente con EE UU para encontrar una solución a la crisis libanesa.

Por el contrario, Sharon había prometido que la destrucción de la infraestructura militar de la OLP provocaría su desaparición como fuerza política, mientras que en realidad los contactos del líder de la organización, Yasir Arafat, con Estados Unidos y Francia están en camino de "transformar una derrota militar en una victoria política", como ha afirmado un ministro israelí.

Se espera que el primer ministro Beguin diga hoy en Nueva York en su entrevista con el secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, que la OLP, destruida en el plano militar, no tiene ya ningún papel político que jugar y queda ahora abierta la vía para una reactivación de las conversaciones con Egipto sobre la autono mía palestina.

Pese a todo, una parte de los ministros israelíes temen que las propuestas de Sharon -que vinculan la retirada de las tropas judías a la creación de una zona de seguridad de unos cuarenta kilómetros de profundidad y a un acuerdo político sobre la crisis libanesa- se conviertan en una trampa para Israel.

A los dirigentes hebreos les preocupa que la OLP, al renunciar a su carácter militar para consagrarse únicamente a la acción política, obtenga para la organización la voz que tanto busca en unas negociaciones generales en la zona.

Todo ello significa que la confrontación entre Beguin y Sharon habría contribuido a hacer respetable a la OLP, y el Estado judío se vería obligado, contra su voluntad, a entrar en negociaciones con los palestinos a causa de las presiones norteamericanas.

Al mismo tiempo, a medidaque se deteriora la situación en Beirut, aumenta el riesgo de una reanudación de la guerra con los sirios, y la proximidad de las fuerzas de uno y otro bando en la capital libanesa contribuye a redoblar la tensión y a hacer posible un conflicto generalizado.

El equilibio inestable en Beirut inquieta a los dirigentes israelíes, que comprueban cómo se incrementa la influencia de Moscú en Damasco, con el constante aflujo de armas soviéticas para reemplazar los aviones y los tanques perdidos por Siria en una semana de hostilidades.

En definitiva, son varios los ministros que reprochan a Sharon que, al prolongar la guerra, se abra un abismo creciente entre el Gobierno israelí y su opinión pública.

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