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Kafka y el boniato

Don Alfredo Guillén, alcalde comunista de Sueca, se querelló contra un vecino que le llamó boniato en un pleno del Ayuntamiento. El juez absolvió al vecino por no hallar en el hecho tipicidad penal. Aquí el hecho no es el boniato, sino su metáfora.Parece claro que, con tan mal concepto del boniato, el paisano de tan ilustres suecanos como el futbolista Puchades y el escritor Fuster nunca podrá ser ministro de Agricultura. Ni en un Gobierno monocolor, ni en uno de concentración (y mucho menos si es de concentración parcelaria). Pero esos son problemas que tocan a la carrera política del querellante, y solamente a ella. Hay aquí otros, relacionados con la lengua, que a todos nos conciernen. Por ejemplo: la connotación no excesivamente favorable que los pobres tubérculos tienen. Encontramos en España una como a modo de tuberculofobia metafórica, no del todo lejana de aquella relativa a la enfermedad que algunos decían ver en La metamorfosis kafkiana. Otros hablaban de que la transformación de Gregorio Sanisa en escarabajo, en insecto, era una premonición de la condición judía entre los nazis. Y otros, en fin, un espejo de la situación del escritor en la sociedad, incomprendido por todos e incluso por él mismo.

Pero estábamos con la tuberculofobia de los tubérculos terrestres. Lapapa es una mentira muy gorda; el batato, un ignorante; el batatal, algo abandonado; el patatero, un oficial que no pasó por la academia militar... Y no digamos ya un boniato, que, a juzgar por la querella del alcalde suecano, debe de ser algo tremendo... Papas o papatas, boniatos y batatas son, por tanto, ejusdem farinae y calificación no grata para cualquiera, sea alcalde o no, sea miembro o no de eso que ahora llaman el arco parlamentario, y que viene a ser como una versión política de lo que en ciclismo, en las vueltas ciclistas, llaman la serpiente multicolor.

Seguramente, un metafísico hallaría en el mal trato lingüístico de los tubérculos una prueba evidente de nuestro atraso agrícola. El mal trato alcanza a otras plantas. Así, el garbanzo genera la palabra garbancero, que sirvió para vejar a Galdós. Según Cernuda, era Galdós el recreador de la "España viva y siempre noble" (Bien está que fuera tu tierra), que formaba el díptico español con la otra España, "adonde ahora todo nace muerto" (Es lástima quefuera mi tierra).

Verdad es -y esto ya no lo dijo Cernuda- que estas dos Españas se hacían una en el garbanzo, pues cuando el español de cocido y sacristía quería dar idea imperativa y categórica de universalidad, solía decir: "En toda tierra de garbanzos ....". Como si la ibérica legumbre señoreara el condumio universal yen su imperial gastronomía no se pusiera el Sol.

La realidad es muy diferente. Tanto que hace casi tres años, en el Congreso de los Diputados, hubo un debate sobre el caso. Nada menos que Fraga -entonces rebajado, y ahora creciente- preguntaba al ministro de Comercio por la suerte de garbanzos y judías. El ministerio importaba alubias argentino-chilenas y garbanzos mexicanos. Y como las legumbres tercermundistas eran más baratas que las españolas, hundían el mercado de lo genuino y auténtico. Pero es que, además, los garbanzos ultramarinos traían gorgojos (una especie de quinta columna que lleva el garbanzo dentro), y cuando el mayorista los mezclaba con los acreditados garbanzos leoneses, quedaban éstos perjudicados en su honra. Por eso el diputado, en plan ciceroniano, preguntaba, más o menos así: ¿Hasta cuándo el FORPPA abusará de nuestra paciencia?...

Después de todo -y antes que a Kafka- hay que recordar que nada es tan etimológicamente idéntico a Cicerón como el garbanzo (dicho cicer-eris, en latín). Y nada, por otra parte, tan semejante a un garbanzo con gorgojo como una manzana, andaluza o no, con gusano dentro.

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