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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Repercusiones psicológicas del aborto

Al margen de las consideraciones morales, el autor opina que toda interrupción voluntaria del embarazo actúa como un choque psicológico, al estilo de una neurosis traumática. A partir de una serie de muestras se afirma que los efectos sobre el psiquismo de la mujer, de muy diversa índole, pueden también extenderse sobre la relación de pareja y sobre los comportamientos masculinos.

La impresión que se obtiene del debate abierto sobre el aborto es que, en principio, es peligrosamente simplificador. Sí o no, a favor o en contra, las opiniones se alinean tras la metafísica del origen de la vida o la teología de mi cuerpo es mío.Es, por supuesto, la lógica de cualquier debate; sin embargo, nos queda la impresión de que se realiza un ocultamiento, que impide tomar conciencia de la complejidad de la situación que se crea en la mujer, en el hombre y aun en el resto de los hijos con la decisión de interrumpir el embarazo. La cual, legalizada o no, va a poner en marcha resortes muy íntimos de la persona cuyo alcance no siempre es sencillo prever.

Los datos que damos a continuación forman parte de una encuesta personal, prácticamente anónima, que, por la índole del tema, las dificultades de establecer relación que comporta su tipificación legal actual y el respeto de las circunstancias sentimentales inherentes al caso, no puede cumplir los requisitos de una encuesta epidemiológicamente seria, pero estimamos que sus hallazgos expresan la necesidad de una investigación en profundidad.

Se puede sentar la afirmación de que toda interrupción provocada del embarazo actúa como un shock psicológico, al estilo de una neurosis traumática. Sus efectos sobre el psiquismo de la mujer van a depender del grado de integración personal, pudiendo poner de manifiesto padecimientos psicológicos que hasta entonces permanecían latentes.

En la muestra a la que hemos tenido acceso han sido frecuentes las reacciones depresivas, no siendo raras las tentativas de suicidio; se desencadenaron reacciones fóbicas, algunas muy localizadas, como miedo a objetos, lugares o alimentos; pero, en ocasiones, las situaciones claustro o agorafóbicas llegaron a ser realmente invalidantes. En otros casos existieron alteraciones del sentimiento de identidad conllevando cambios en la conducta sexual, frigidez, homosexualidad y desviación hacia las drogodependencias.

Muchas de las enfermedades genitales que suceden a un aborto (infecciones, miomatosis, endometriosis) pueden ser catalogadas como manifestaciones psicosomáticas de equivalentes depresivos. La presencia del factor psicológico en su desencadenamiento lo pondría de manifiesto el hecho de que en el compañero masculino que ha colaborado en la decisión del acto abortivo se presentan asimismo infecciones genitales como orquitis, deferentitis, etcétera, al igual que el resto de la sintomatología depresiva, fóbica, alteraciones de la personalidad e impotencia antes aludida.

En las parejas es notable la existencia del aumento de la conflictiva interpersonal, llevando en general a la disolución real o simbólica de la pareja: abandono afectivo, infidelidad, etcétera.

Aunque falta en nuestras observaciones, los escasos autores que han investigado sobre el tema (Aray, Rascovsky) señalan de forma constante repercusiones sobre la prole: hay un aumento en la incidencia de accidentes, incremento de las infecciones, deglución de objetos peligrosos; situaciones de autoagresión cuyo significado psicodinámico no podemos entrar a explicar; no obstante, Aray insiste que el precedente de un aborto provocado en la madre influye poderosamente en la posibilidad de que la hija repita las mismas circunstancias.

Influencia de la estructura familiar

Desde esta perspectiva se vislumbra la posibilidad de valorar el aborto provocado como un síntoma psicológicamente predeterminado. Abundaría en esta dirección la frecuencia con la que la mujer y el hombre cuyas relaciones sexuales con una o varías parejas abocan a una gestación destinada a ser interrumpida artificialmente, provienen de estructuras familiares de una cierta tipificación: la madre ha sido vivida como fría, frustrada, vanidosa o idealista en exceso o afectivamente lejana o con frecuencia ha muerto durante los primeros años de la hija; la figura del padre reúne las características de no expansivo, mutable, brillante, pero, en general, ausente, utilizando con la hija una relación seductora más que la búsqueda de una auténtica profundidad afectiva. En todo caso, cualquier manual sobre psicología del adolescente informa sobre la influencia de una estructura familiar determinada y la probabilidad de embarazos en las chicas solteras.

Refuerza la sospecha de esta predeterminación el que un análisis biográfico, en los casos en que ha podido ser realizado, muestra tanto en mujeres como en hombres un estilo de vida basado en el fracaso -abortivo, en el amplio sentido de la palabra-, donde hay poco espacio para la creatividad personal o social, donde las aspiraciones vitales y la independencia personal no ocupan lugares preferentes en sus objetivos existenciales.

Situación que se pondría de manifiesto en aquellas mujeres que psicológicamente se instalan en una auténtica compulsión a la repetición del aborto provocado. Entronizándose en una espiral que podría ser descrita en los siguientes términos: un primer aborto es vivido como un auténtico vaciamiento de sus contenidos positivos -una castración en todo el significado del término-, tiene la sensación de haber perdido definitivamente sus capacidades de generación, de fertilidad y de aceptación por los otros; inconscientemente se tentaría un nuevo embarazo que la reasegurase el no haber destruido en ella dichas capacidades a la vez que utilizaría el sexo como el discurso predominante de la aceptación del otro. En ocasiones, el resultado es que este nuevo embarazo es llevado a término y guarda el hijo como expiación y reparación de la situación vivida como destructiva precedentemente.

Otras veces, reasegurada de sus capacidades, interrumpe este nuevo embarazo, con lo que, de no haber una elaboración de la situación, corré el riesgo de poner en marcha el mismo dispositivo. No falta quien ideologiza esta situación compulsiva como una forma de negar el sentimiento de culpa subyacente, haciendo ostentación de su derecho al aborto.

Un cierto paralelo de este síndrome compulsivo se puede observar en algunos comportamientos masculinos, donde la búsqueda compensatoria de actitudes viriles en portadores de una identidad sexual ambigua, hace que más o menos inconscientemente se pretenda la preñez de su compañera como confirmación de su potencia o capacidad generativa, al tiempo que fuerza un aborto en un intento de alcanzar un triunfo sádico y una degradación moral de la mujer.

La culpa, el poder, la soledad

En el origen de estas reacciones están la culpa, el poder, la soledad: en palabras de Erich Fromm, "la vida volviéndose contra sí misma en el afán de buscar su sentido".

Y aunque en parte son justificables por la presión social -ya lo dijo san Pablo, "que la ley hace el pecado"-, otra parte de esos origenes hay que buscarlos en que el aborto supone la interrupción de tín proceso de vida, algo que trasciende al propio individuo y que pone en marcha mecanismos muy íntimos relacionados con la propia capacidad de crear y destruir: actitudes frecuentemente ignoradas o latentes, pero que existen en la persona y cuyo estado de equilibrio o el predominio de alguna de ellas se ha ido desarrollando sutilmente, en general, fuera del campo de la conciencia, a lo largo de la propia historia.

Muchas de las repercusiones psicológicas aquí expuestas suceden en un número ínfimo de casos, otras es razonable pensar que son muy frecuentes. Si pensamos las cifras que se barajan de abortos provocados al año -entre 100.000 y 500.000-, no hay duda de que urge un estudio serio que permita planificar una prevención y una asistencia. Defender el derecho al aborto o su condena sin pensar en la situación humana que se origina nos parece un cruel e inútil ejercicio de fariseísmo.

es miembro del Grupo de Psicoterapia Humanista y profesor de la Escuela de Psiquiatría de la Universidad Complutense.

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