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Los J. R. de vía estrecha

En España hay más J. R. de los que parece. Eso es lo que se deduce de un análisis de gran parte de nuestra política, que quedó evidenciado en el espacio televisivo "Su turno", en el que se planteó la pregunta: "¿Es rentable ser malo?". El medio siniestro y medio risible tonto de la película televisiva Dallas resulta una significativa caricatura de algunas acciones políticas nuestras y de la que no se libran ciertos católicos. Es una figura que se ha ido delineando en nuestros tiempos de transición democrática, como la cosa más natural del mundo.Ha entrado en España un relente de maquiavelismo después de dos siglos de reaccionarismo frailuno enarbolando el estandarte de la rigidez moral que se evade de los problemas del mundo. Pero no ha entrado un maquiavelismo moderado de corte inteligente, como el que ejerció en la Francia del siglo XVII el cardenal Richelieu; ni un maquiavelismo radical, como el que vimos practicado por el paranoico Adolf Hitler o el astuto e hipócrita Stalin. El maquiavelismo español en auge es un maquiavelismo de vía estrecha que carece de verdadera inteligencia, como la de Bismarck, o de fuerza avasalladora, como la de los grandes dictadores de la historia.

Un adarme de filosofía de la historia iría bien a gran parte de la política española actual para comprobar que este maquiavelismo no es rentable a la larga porque el mundo está gobernado por leyes naturales que estos políticos desprecian. La estructura material y social obedece a unos resortes que una mirada limpia y sin prejuicios desvelarían fácilmente. El hombre, si es consciente, resulta suficientemente libre para dejarse llevar de la corriente positiva de la vida lo mismo en física que en biología o en economía. Y cuando no lo ha hecho, desacierta eligiendo un camino a contramano de la realidad evolutiva del mundo, que la ciencia actual ha desmentido. La humanidad ha evolucionado a todos los niveles fisicos, psíquicos y sociales cuando se ha dejadisr llevar por el dinamismo positivo que la evolución descubre en todas las cosas de este mundo.

El catolicismo auténtico, con sus doctrinas de la libertad del hombre y del valor positivo de la naturaleza fisica o humana, no atribuye los males -como algunos católicos mal informados- a una visión infantil y pesimista del llamado pecado original, que fue la que desgraciadamente nos imbuyeron de niños frailes y monjas educados en la visión catastrofista del mundo proporcionada por el nacional-catolicismo. El cristianismo, sobre todo de inspiración oriental, enseñó siempre una imagen optimista del hombre y del mundo. Lo malo para él no era la materia ni el fondo de todas las cosas. Lo único malo era lo que hiciéramos libérrimamente los hombres con ellas.

Este es el motivo profundo por el cual el maquiavelismo conduce a la larga al fracaso del hombre y de la sociedad, aunque a corto plazo pueda parecer que tiene éxito. La razón de este fracaso final es que no tiene en cuenta las leyes dinámicas positivas que constituyen el fondo mismo de la realidad; que no sigue esta dinámica abierta de la evolución de lo real, sino la regresiva que se opone, por puro egoísmo individual, a la expansión humanizadora.

Un pensador político de otra época, el francés Maritain, expuso esta gran verdad: el maquiavelismo sólo produce un triunfo aparente a corto plazo, pero a largo plazo lleva "a la destrucción de los Estados", como pasó en el caso de Hitler y de Mussoli- Pasa a la página 12 Viene de la página 11 ni. "La justicia y la rectitud moral tienden por sí mismas a la conservación de los Estados", porque siguen la línea de las leyes profundas que desarrollan el mundo. Pero para ello no hemos de ser ingenuos: hemos de luchar contra el desorden y la injusticia, lo cual requiere ese largo plazo. El éxito inmediato del maquiavelismo no es un verdadero éxito, porque además el gobernante en ese caso piensa más en sí mismo que en su país, y su éxito es "un éxito para un hombre, pero no para la nación". La moral, la auténtica moral, no consiste nada más que en favorecer inteligentemente el desarrollo de esas leyes estructurales del mundo. No es ninguna mojicatería, ni tampoco una inocente candidez: es la prolongación inteligente de nuestras inclinaciones naturales, como decía hace años un católico inteligente como el padre Sertillanges.

Este realismo cristiano no pretende acaparar al hombre que carece de convicciones religiosas, despreciándole como ciudadano. Al contrario, acepta y respeta la estructura meramente natural de toda realidad visible y social, sirviendo a todos por igual estas pautas naturales para la convivencia, sean ciudadanos creyentes o no creyentes. La moral no es un conglomerado heterogéneo de prohibiciones que paralizan la acción humana, ni un elenco de pecados, de los que está lleno el mundo puertas afuera de la creencia. La moral tampoco es un maximalismo inhumano que nadie pueda alcanzar en la práctica, a menos que huya del mundo. Hemos de confesar que "un cierto hipermoralismo que hace de la ética política algo impracticable es tan contrario a la verdadera ética como lo es el maquiavelismo". Este hipermoralismo irreal no sabe poner los pies en nuestra tierra de todos los días, y así "hace el juego al maquiavelismo". Como lo hemos visto en España en los numerosos ejemplos de quienes tenían en la boca sólo palabras puritanas, y eran los menos honrados en su actuación social, resultando los más hipócritas, fuese con intención o sin ella. Por eso, la auténtica moral se ríe de esa moral puritana que de todo hace ascos sin beneficio para el hombre.

Librémonos, por tanto, del hipermoralismo al hablar de ética política, porque paraliza la eficacia humana necesaria para desarrollar al hombre y a la sociedad. Pero huyamos igualmente de la tentación actual del maquiavelismo y, sobre todo, apartémonos de ese maquiavelismo de pequeña catadura que estaba cómo tentación latente esta semana en la sesión de "Su turno" donde se trató de ese problema. Debemos volver a nuestras fuentes éticas sociales, y no sólo a la de los grandes teólogos-juristas del siglo XVI (cosa que sería ya un adelanto respecto a nuestra política actual), sino a modelos como el de don José Verdes Montenegro, el profesor del instituto de San Isidro, el socialista y demócrata convencido que supo ser el educador inteligente de nuestra juventud de finales de la monarquía y II República, que supo inculcar pedagógicamente en sus clases y en sus geniales exámenes o en su inteligente texto de ética para el bachillerato un sentido positivo y realista de la conducta del hombre en sociedad.

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