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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las razones de una victoria

LOS RESULTADOS de las elecciones del 23 de mayo se hallan tan cargados de implicaciones políticas que su análisis amenaza con ocupar durante mucho tiempo las columnas de los periódicos. La impresionante victoria del PSOE exige la prelación en los comentarios. Este triunfo constituye el hecho más significativo. Los socialistas han logrado el 52,59% de los sufragios y han incorporado medio millón de nuevos ciudadanos al millón raspado que apoyó a sus candidatos en 1979. Mientras UCD se ha desangrado en Andalucía por su derecha, en beneficio de Alianza Popular, y por su izquierda, en provecho de los socialistas, el PSOE ha ganado terreno tanto a estribor como a babor. Sus nuevos votos no se deben a una mayor participación electoral, ya que la abstención de anteayer fue ligeramente superior a la registrada en los comicios de marzo de 1979, sino a una captación de parte de los sufragios perdidos por el centrismo, el PSA y el PCE. Dado que Alianza Popular ha conquistado 358.000 nuevos sufragios, presumiblemente oriundos de UCD, no parece aventurado suponer que la diferencia que resta hasta los 564.000 votos huídos del centrismo puede ser asignada al PSOE. Si a esos 200.000 votos residuales de UCD se suman las pérdidas de comunistas y andalucistas, el resultado final se asemeja de manera sorprendente al total de las nuevas adhesiones a los socialistas.Muchos quieren explicar la barrida del PSOE fundamentalmente por el recuerdo, todavía vivo, de la polémica sobre la vía andaluza para acceder a la autonomía. Los socialistas defendieron con ahínco el procedimiento del artículo 151, pese a que los resultados de las urnas impedían formalmente, por la dureza de las condiciones impuestas por la Constitución, emprender ese camino. Pero también los comunistas fueron celosos partidarios de esa postura y, sin embargo, perdieron anteayer más de un tercio de sus antiguos votantes. Los centristas, que boicotearon el referéndum andaluz mediante la consigna de la abstención, adoptada por Adolfo Suárez y la abrumadora mayoría de ministros y dirigentes de UCD hoy en el poder, han tenido que expiar sus culpas por el carácter provocador de la pregunta sometida a consulta y por sus errores de estrategia respecto a la autonomía andaluza. ¿Pero por qué, entonces, Alianza Popular, que también se opuso el 28 de febrero a la vía del artículo 151, ha sido perdonada por los 350.000 votantes que han castigado, por el mismo pecado, a UCD? Algo no funciona en la hipótesis según la cual la victoria de los socialistas se explicaría sólo o primordialmente por su apuesta a favor de la autonomía de Andalucía como nacionalidad histórica. El propio naufragio del Partido Andalucista, que ha perdido más del 60% de su electorado desde 1979 a 1981, así lo avala.

Las causas de la victoria socialista, de su capacidad para conquistar sufragios fronterizos en la derecha y en la izquierda, hay que buscarlas fundamentalmente en otros terrenos. De un lado, la impresentable campaña del voto del miedo lanzada por la CEOE, con independencia de los indiscutibles derechos constitucionales de cualquiera a utilizar la libertad de expresión para equivocarse, ha tenido el efecto bumerán de lanzar en brazos del PSOE a unos 200.000 antiguos votantes centristas y a una parte indeterminada de los 172.000 simpatizantes, perdidos por los andalucistas. La manzana agusanada ha sido para el Gobierno como el envenenado regalo de la madrastra de Blancanieves: y así, los corrimientos desde el centrismo al conservadurismo fraguista han sido causados por la imprudencia de Luis Merino, Soledad Becerril y demás candidatos y ministros centristas, al mordisquear el fruto prohibido. Pero al final de todo la escopeta empresarial se ha disparado por la culata., La conquista de votos centristas por el PSOE ha demostrado que la formulilla de la mayoría natural es una metáfora tal vez adecuada para la zoología, pero inapropiada para la situación política española. El tono jupiterino de una campaña montada sobre la descalificación del PSOE, al que se le ha acusado de enemigo de las libertades, no sólo no ha mermado el territorio electoral socialista en beneficio de la derecha sino que lo ha ensanchado con los votos templados procedentes de UCD. No cabe duda de que muchos electores centristas han huído despavoridos de su antiguo partido al oir lo de la mayoría socialcomunista, que tanto prodiga El Alcázar, en boca de Soledad Becerril, o al reparar en la insólita advertencia hecha por el propio presidente del gobierno de que detrás de la rosa socialista estaba el puño cerrado. El poder establecido soñaba con un país menos moderno, maduro y civilizado que el que tiene. Lo menos malo que se puede decir hoy del partido que sujeta al ejecutivo es que tiene una pésima información sobre lo que sucede en la calle y un concepto deformado, arcaico y rancio de la realidad.

Pero el PSOE además ha bebido en las fuentes del voto comunista. El PCE ha perdido 149.000 votos y no hay más destino para esos sufragios evaporados que su incorporación a las candidaturas socialistas. En junio de 1977 los comunistas especularon con la posibilidad de que sus magros resultados fueran consecuencia de la reciente legalización de sus siglas y de la resaca de la propaganda antocomunista del franquismo. Cinco años después tienen que contemplar cómo su mas importante feudo electoral, excluyendo Cataluña, es parcialmente conquistado por el PSOE. La crisis de los comunistas, desangrados por la escisión prosoviética -ya consumada en Cataluña y en larvado estado conspiratorio en otros lugares de España- y por la rebelión de los renovadores del ARI, ha tenido que influir en su descalabro andaluz, que puede contribuir al debilitamiento del eurocomunismo de Santiago Carrillo.

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Cabe concluir que el arrollador triunfo socialista se explica porque el PSOE ha logrado convencer a un amplio espectro del electorado de su capacidad de gobierno y de su maduración del poder. No conviene sin embargó perder de vista el carácter andaluz de gran parte de los líderes del partido, y el hecho de que en cierta forma los socialistas jugaban en casa. Al éxito ha contribuido por lo demás de manera decisiva el liderazgo de Felipe González, del que muchos ciudadanos hasta ahora próximos al partido del Gobierno esperan esas cualidades de firmeza, espíritu democrático, moderación, audacia e imaginación que parecen agotadas en el centrismo. Pero la oferta socialista tiene también la característica de reunir a un conjunto de personas que reflejan, en sus diferencias de temperamento y de acento, el pluralismo real de los votantes socialistas. La coexistencia de Alfonso Guerra y José María Maravall, de José Rodríguez de la Borbolla y de Rafael Escuredo, permite seguramente que hombres y mujeres de ideas e intereses diferentes se reconozcan en unas mismas siglas. El futuro del PSOE está estrechamente vinculado a su democracia interna. El tiempo dirá si la imagen de síntesis e integración que los socialistas han demostrado en Andalucía se extiende al resto o a buena parte de España.

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