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La CEE busca fórmulas de compromiso para solucionar el problema de la aportación presupuestaria británica

Soledad Gallego-Díaz

La Comunidad Económica Europea (CEE) intenta salir de una de las peores crisis de su historia y restañar el daño político sufrido en las últimas semanas, aunque sea con una solución, reducida y provisional, que permita simplemente ganar tiempo y aplacar los ánimos. El Consejo de Ministros abierto ayer en Bruselas ha reconocido ya su fracaso y su incapacidad para encontrar una solución de largo alcance para el problema británico. Ni Londres es capaz de imponer su criterio ni los nueve de convencer a la dama de hierro.

Los ministros de Asuntos Exteriores de los diez, reunidos en Bruselas, discutieron ayer diversas fórmulas para solucionar el problema de la aportación británica al presupuesto de la CEE, al menos en el presente año, pero al cierre de esta edición existían aún serias divergencias en cuanto al montante exacto que recibiría Londres y el sistema por el que se llegaría a dicha cifra. Mientras los belgas, presidentes de turno del Consejo, se muestran "moderadamente optimistas", los portavoces de la República Federal de Alemania no ocultaban su escepticismo.La CEE conoció la semana pasada uno de los peores momentos de su historia con la ruptura del compromiso de Luxemburgo y la consiguiente aprobación de los nuevos precios agrícolas, pese al veto británico, así como con la ruptura de la solidaridad de Italia y de Irlanda con el Reino Unido a propósito del conflicto de las Malvinas. Dos jornadas de tensión y declaraciones enérgicas han dejado paso a una semana de prudentes negociaciones para intentan borrar la desastrosa imagen ofrecida y el sentimiento de humillación británico. Ni siquiera las declaraciones del presidente francés, François Mitterrand, que, en el mejor estilo gaullista, invitó a los británicos a reconsiderar su pertenencia al Mercado Común, enturbiaron la delicada labor diplomática que, detrás de las bambalínas, han realizado y realizan aún las cancillerías europeas.

Ganar tiempo

El tiempo ha ido pasando en discusiones interminables y en lugar de vislumbrarse una solución, los ánimos se han encrespado aún mas. La única posibilidad, ha afirmado la presidencia belga, es ganar unos meses más. Pero incluso un arreglo tan modesto -que dejaría abierta la puerta a futuros y graves enfrentamientos- exige una flexibilidad difícil de lograr en los momentos actuales.

Londres sigue reclamando que los nueve le devuelvan cerca de mil millones de dólares este año, mientras que sus socios se atrincheran detrás de los ochocientos millones. Un pequeño esfuerzo podría permitir una mutua aproximación sobre los 925 millones o los 950 millones, pero todavía quedaría por lograr el acuerdo sobre las emergencias. En efecto, Londres afirma que podría aceptar una cifra razonable, pero sólo si existe una cláusula de salvaguardia, de forma que si su contribución se dispara este año y sobrepasa los cálculos iniciales (1.300 millones de dólares) los nueve se verían obligados a ampliar el cheque.

Aun en el caso de que los diez realizaran un pequeño milagro hoy en Bruselas -lo que no parece fácil- la crisis británica ha obligado a los nueve a abrir la caja de los truenos, el compromiso de Luxemburgo o la regla de la unanimidad. El ministro británico, Francis Pym, lo planteó inmediatamente en la mesa de discusiones del palacio de Egmont: ¿Por qué hasta ahora cualquier país ha podido acogerse a dicho compromiso para problemas aun menos decisivo que el nuestro, mientras que en el caso de los precios agrícolas nuestro veto ha sido olvidado? Los ministros se han comprometido a reflexionar sobre el auténtico alcance del compromiso firmado en 1966 y discutir sobre él el 20 de junio.

La tarea es de vital importancia para el futuro de la CEE porque lleva dentro la semilla de la "Europa de dos velocidades", una idea que gana adeptos entre algunos de los países fundadores y que supondría modificar la esencia misma de la actual Comunidad. Si los diez no fueran capaces hoy en la capital belga de encontrar el mínimo acuerdo necesario para enterrar el hacha, nadie duda en la CEE que la aparente calma de Margaret Thatcher puede saltar en pedazos y pasar a la acción. Hasta ahora la diplomacia británica ha jugado espléndidamente la baza de la moderación, pero el Tratado de Roma les proporciona suficientes armas como para no esperar inactivos al fin de año.

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