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El orden y el capricho en la vida y en el toreo

En el toreo, como en la vida misma, cabe escoger entre dos opciones en apariencia diversas, pero que, si se piensa, bien pueden ser, en el toreo y en la vida, complementarias. El placer y el orden son en lo taurino dos puntos de llegada, pero de una importancia tal que, aunque se produzcan el uno sin el otro, la no presencia de ambos implica el revolverse de la cuestión que se le presenta a quien, casi siempre con la mejor de las disposiciones, acude a la plaza.¿De qué sirve -y más cuando el genio brilla por su ausencia- ver un estupendo par al quiebro si su mismo ejecutor se muestra incapaz para ejercitar otra suerte con el toro? El dicho par puede, sin duda, justificar el tiempo perdído -nunca se pierde el tiempo en los toros-, pero no dará la medida de lo que el arte de torear es o, cuando menos, debe tratar de ser.

El orden en el toreo no es precisamente ese deseo de público ignorante y torero cuidadoso de sí de que la montera, en el brindis, caiga boca abajo. El esfuerzo del orden no se para ahí. El optimismo verá la faena del antes favorablemente destocado con la buena perspectiva que le otorga la feliz resolución de un simple hecho de fortuna. Pero quien trata de aunar diversión y vigor -tal vez porque en el segundo halla la primera-, preferirá fijar su atenciónen esos ayudados por bajo que aúnan sabiamente funcionalidad y hermosura.

El mérito de la honradez de la entrega

Bien sabe quien ha visto, quien conoce, que ni siquiera de la honradez de la entrega podrá surgir mérito bastante. Diremos, por ejemplo, que aquel diestro se empleó a ley, hizo lo que pudo. Pero la relación entre apetencia y posibilidad de hacer será la que marque la inexorable distancia. Podrá, incluso, haber orden, desarrollo perfecto de la lidia, el espectador quedará encantado de lo visto, de la belleza que lo bien dispuesto siempre implica, pero si no hubo al lado el puro placer del saber moverse -tan esencial al toreo como el orden- no se premiará sino el cumplir de quien, faltaría más, deberá, en todo momento, justificar su paga.

Quienes vimos el domingo tan buenos pares de Morenito o Méndez, o cómo se llevaba Esplá el toro con el capote a una mano, no dimos sólo por ello la corrida por buena. Y, sin embargo, hoy la daremos con ver a Manolo Vázquez citar de frente a Curro Romero, mover la mano con algo de deseo.¿Y qué ha de ver con esto el orden? Quizá la sola intención de conseguirlo, de hacer -como dicen Pepe Illo y Bergamín- racional lo poco o nada razonable. Es, a la vez, la hermosura del instante, eso que sólo produce el toreo, ese placer que puede nacer de la clásica asunción del oficio -por ejemplo, la faena con la montera puesta si no se brinda-, de lo bien hecho, pero que sólo se desarrolla en el orden -caprichoso por esencia en el toreo-, en la emoción siempre igual, distinta siempre, de la forma.

El orden es, pues, en los toros, también el cumplido capricho del estar, la buena elección de lo que no admite corregirse.

Desechar un lance, escoger otro

Querer vestir un traje de torear y no otro es, en el torero, una decisión tan sujeta a las decisiones que habrá de tomar en la plaza, como esa otra, más perentoria, más inapelable, pero igualmente unida a todo el ordenado conjunto de la lidia, que le llevará a escoger un lance y desechar otro. Es la esencia plena de la torería, de ese ser torero que comienza en lo elemental para irse haciendo en cada movimiento ante el espectador y ante el toro.

Como en todo lo que vive solo en el recuerdo, el ahora cubre con su sombra o su luz la ceremonia toda. El mundo está ahí, en el ruedo, origen y fin de lo que en él sucede.

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