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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Del héroe de Cascorro al Angel Caído

POR SEGUNDA vez en cuatro días, dotaciones policiales dependientes de la Jefatura Superior de Madrid, cuyo máximo responsable es Gabriel García Gallego, han ignorado que su misión constitucional es "proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades y garantizar la seguridad ciudadana" y han provocado situaciones de desorden público mucho mayores que los conflictos que pretendían prevenir o atajar. Si el domingo por la mañana la zona del Rastro fue escenario de una desconsiderada redada que -bajo la consigna de una incierta lucha contra la droga o en favor del Mundial- practicó varios centenares de detenciones, la noche del miércoles deparó al Parque del Retiro madrileño el dudoso honor de servir de marco a una refriega en la que los confiados asistentes a una verbena y un grupo de vendedores ambulantes fueron hostigados por efectivos de la Policía Nacional como enemigos de la sociedad y como subvertidores del Estado. Los incidentes a los que había dado lugar la torpeza y la obcecación reglamentista de la Policía Municipal contra los vendedores ambulantes habían ya concluído cuando la intervención de la policía gubernativa los prolongó sin causa justificada. Botes de humo, cargas, porrazos, detenciones constituyen una disciplina excesiva para castigar la flaqueza de la carne de unos ciudadanos tan sólo culpables del pecado de pretender divertirse en una noche de primaveraTal vez el jefe García Gallego se vió a sí mismo, durante la mañana del domingo, como émulo del héroe de Cascorro cuya estatua se erige en la zona del Rastro y como animoso paladín de las buenas costumbres. Resultaría congruente, en tal caso, que el parque del Retiro, donde la figura del Angel Caído erige el único monumento del mundo al diablo, fuera contemplado por tan celoso guardian de la virtud como sospechoso recinto del vicio. Esa obsesiva fijación full-time por la moral pudiera ser la explicación de que otras misiones, infinitamente mas importantes para la seguridad ciudadana, asignadas al jefe superior de Policía de Madrid sean realizadas con mucho menor celo o con criticable descuido. A este respecto, es inevitable recordar que el brutal atentado de ETA Militar contra el edificio de la Telefónica en la calle Ríos Rosas pudo ser perpetrado por los terroristas sin ser molestados gracias a los fallos de los servicios de vigilancia de los que es máximo responsable Gabriel García Gallego.

Durante los últimos años los españoles han sido testigos de los positivos cambios que se han registrado en el trato dado por los miembros de la Policía Nacional a los ciudadanos cuando un control o un incidente callejero hacía necesaria su intervención. En líneas generales, los antiguos grises no producen ya en la sociedad esa sensación de temor y de inquietud que es el reverso del distanciamiento entre los ciudadanos y los cuerpos de seguridad destinados a proteger las libertades y el orden público. Es muy probable que unos incidentes tan graves y gratuitos como los producidos en el Rastro y el Retiro el domingo y el miércoles pasados tengan simplemente como causas la incompetencia de quien ha olvidado los límites de sus atribuciones y el marco constitucional y legal en que deben desenvolverse las actuaciones policíales. Desgraciadamente, si el Ministro del Interior no adoptara medidas destinadas a impedir que el mantenimiento del orden público siga sirviendo de excusa para la arbitraria, y anticonstitucional detención de ciudadanos y para el hostigamiento de los asistentes a las verbenas, cabría sospechar la existencia de un propósito gubernamental, consciente y deliberado, de calentar el clima social y de provocar tensiones callejeras con el exclusivo objetivo de influir, negativa y antidemocráticamente, en una delicada coyuntura marcada por el juicio de Campamento y las elecciones andaluzas.

Una verbena es una fiesta en la que quedan momentáneamente en suspenso, por la propia excepcionalidad de toda cita consagrada a la diversión y a la alegría, algunas de la reglas y convenciones de la vida ordinaria. En este sentido, la previa actuación en el Retiro de la policía municipal, dispuesta a aplicar puntillosamente las disposiciones del ayuntamiento sobre licencias de venta ambulante y cobro de tasas, muestra una "nula sensibilidad para respetar ese espíritu festivo cuyo cultivo el alcalde Tierno predica incesantemente a los madrileños. No hay fiesta sin comida y sin bebida, y si en un parque público no hay instalaciones abiertas para facilitarlas, los vendedores ambulantes serán bien recibidos por el público aunque no hayan pagado las tasas municipales. Una noche de verbena justifica la benevolencia hacia lo alegal y permite hacer la vista gorda respecto a quienes no tienen sus papeles en regla. Todo, en cualquier caso, antes que clausurar, a golpe de porra, detenciones y botes de humo y con un agresivo despliegue de la policía gubernativa, un inofensivo festejo, equiparado en los hechos represivos por las autoridades a una subversión social o a un atentado contra las instituciones del Estado.

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