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Toros serios para la feria de san Isidro esperan en la Venta del Batan

Están encaladas las instalaciones de fábrica de la Venta del Batán, cuidado el césped, remozado el restaurante, que además bajó sus precios, y toros serios musitan sus enclaustradas soledades a la espera del toque del clarín y de la hora de La verdad, que les empezará a llegar él viernes, uno a uno, sin piedad y casi sin parar a lo largo de casi un mes.

Día a día, al caer de la tarde, seis toros o más pasarán a mejor vida, para triunfo, fracaso o quien sabe si tragedia de los diestros privilegiados que figuran en la feria de San Isidro, la más larga, severa e importante que el mundo taurino conoce, y para consternación de los detractores del espectáculo.Quizá a muchos les importa menos el trapío que esa embajada de rusticidad que se nos acerca a Madrid en el gran cercado del Batán. Quién se apoya en los muros de las corraletas para extraerles la psique a los cornúpetas y averiguar cuál embestirá y cuál podría llevarse un hombre por delante; quién para examinarlos de pitón a rabo y desvelar el fraude que se busca, por si acaso; y quién para integrarse en la microdehesa que le ha puesto delante la feliz iniciativa que tuvo hace 32 años aquél alcalde de la villa y corte que se llamaba Moreno de Torres.

No hay gente más absorta que la del Batán, ni nunca los toros vieron tanta corbata. El visitante de ley se sustrae del cosmopolitismo que le circunda y pasa las horas muertas contemplando a los animales que, naturalmente, no le hacen ni caso pues están a lo suyo que es comer..., dormir... tal vez soñar. Salvo alguna excepción, como el Pablo Romero zaino, hondo, corniapretado, que una vez expulsó a sus congéneres de los comederos, para rebañarlos, se adelanta a las candilejas, se encara con un matrimonio de bien, escarba, bufa, rebufa, hace ademán de embestir y tira derrotes al aire.

"Los Pablo Romero se pelearon esta mañana", dice quien lo sabe, "y por eso los han separado, mitad por mitad, en dos corraletas".

Normalmente, los Pablo Romero, con los Victorino, son las estrellas de la Venta, pero este año a la afición y asimilados les ha interesado más el trapío de la corrida de Martínez Benavides, que se lidiará el sábado. Varios de estos toros lucen alzada, cuajo y seriedad. Los Pablo Romero, en su típica capa de entrepelaos y cárdenos, con las redondeadas anchuras y los morrillos de queso-e-bola que son característicos de la casa, no vienen, en cambio, tan aparatosos como suelen.

Astifinos los de Ramón Sánchez, y en su debido tipo, hechos y armados, los Bohórquez, aquéllos para Fuentes-Paquirri-Domínguez, estos para Manolo Vázquez-Curro-Muñoz. En conjunto no están mal los toros del Batán. Aunque la afición, la de verdad, la docta y analítica, ve alguna desproporción, dos-que-bajan-mucho en lo de Ramón Sánchez, un escobillado en lo de Benavides, otro terciado en lo de Bohórquez, etcétera, y hace tan bien en verlo como en decirlo. Pero uno se acuerda de lo que hemos pasao aquí; de aquellas ferias de los años sesenta, en las que el más chico de estos toros hubiera sorprendido por grande, y de, las astas, para qué vamos a hablar. Algo se ha ganado. Mejor digamos mucho.

Por ejemplo, las novilladas que hay en la Venta, de Sampedro y de Buendía, muy justitas, dan el tipo de los toros que se lidiaban en Madrid por aquel entonces. Y uno se sitúa diez, quince, veinte años atrás: "¿Recuerdas? El ganado que había en estas corraletas no tenía más seriedad que esos novillos. Decíamos y oíamos decir: ¡Qué vergüenza! ¡No hay autoridad! Y alguien advertía: ¡Chist!, seamos prudentes, que pueden oirnos. Había un miedo inconcreto a que nos denunciaran por atentar contra el orden establecido, y los taurinos nos llamaban derrotistas. El Cordobés, Palomo, El Viti, Camino, etcétera, se ponían delante de eso, que además venía afeitado. Los Galache del famoso pleito entre El Cordobés y Palomo no tenían más presencia que los Sampedro con que se abre la feria".

Ahora la afición pasa pisando fuerte. En la plaza pisa igual de fuerte y grita más fuerte aún, sin que ocurra nada, hasta ahí podríamos llegar. Pero entonces, años sesenta del auge turístico, el seiscientos y todo aquello, en la plaza (¡y en tantos sitios, caramba!) ocurría, si te salías de madre. Y salirse de madre era protestar la desmañada presencia de los toros o una desangelada faena de Palomo, pongamos por caso. Un acomodador te podía denunciar, y te mandaba salir el guardia, así de claro. La valiente postura de la afición, y sólo eso, es la, que ha devuelto a Madrid ese toro astifino que no se veía en el Batán ni por encanto.

Este año aún no se han visto esos berrendos que algunos llaman "el toro pío". Hasta ayer teníamos los negros, con mayoría de zainos, y las habituales variedades de bragaos y meanos; los entrepelaos y los cárdenos, estos últimos con los hierros Buendía y Pablo Romero. En cuanto a las astas tampoco hay excesivas diferencias aunque, por supuesto, se ven el cornalón y el cornicorto; el corniabierto y el corniapretado; el capacho, el gacho, el bizco y el veleto. Algo es y más que habrá. Téngase en cuenta que sólo hay en la Venta 36 reses y son 150 las que han de pasar por ella. Mucho toro, sí.

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