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Las declaraciones del terrorista italiano Savasta ponen al descubierto los entresijos del 'caso Moro'

Juan Arias

Ante el tribunal que juzga en Roma a los presuntos miembros de las Brigadas Rojas acusados de haber secuestrado y asesinado al líder democristiano Aldo Moro y a los cinco hombres de su escolta, Antonio Savasta, el terrorista arrepentido que fue carcelero del general norteamericano Lee Dozier, lleva hablando ininterrumpidamente más de una semana, y se asegura que aún empleará otra semana para acabar su declaración.

Si todo lo que ha revelado Savasta, que se ha confesado reo de diecisiete homicidios con una exasperante sangre fría, resultara cierto, podría decirse que ahora ya se sabe todo acerca del gran misterio del caso Moro, hasta los más pequeños detalles.Por ejemplo, los restos de are na encontrados en el doblez de los pantalones de Moro después de su muerte. Fue muy sencillo Mario Moretti se presentó un día con un cubo de arena y salpicó con ella los pantalones que vestía Moro antes de su asesinato. Un simple truco para despistar a los investigadores sobre el lugar de su prisión. El presidente del tribunal y los jueces populares es tán acribillando a preguntas a Savasta. Savasta afirma con cierta ironía que hubiera sido muy sencillo a la policía descubrir la guarída de Moro. El terrorista dice haber ido a los barrios de Roma e informarse en el ámbito del movimiento clandestino con total ¡mpunidad. Con ello trata de demostrar que los controles no sirven para nada: "Yo mismo", afirmó, "fui detenido e interrogado tres o cuatro veces por la policía, y no pasó nada".

Uno de los puntos más delicados del interrogatorio ha sido el relativo a los contactos internacionales entre las Brigadas Rojas y las otras organizaciones terroristas internacionales o con los servicios secretos de otros países. En este campo, Savasta ha sido muy explícito, pero también. poco creído por el tribunal. Ha asegurado,que en París no existía "ninguna agencia terrorista que distribuyera armas", que existía sólo "un grupo de compañeros que nos daba ayuda económica y trabajo a alguno de nosotros". Y por lo que se refiere a las otras organizaciones terroristas: "Las Brigadas Rojas somos como un ratón a su lado; nos hubieran aplastado". Admite sólo que la OLP ayudó con armas a la organización, y esto porque la Organización para la Liberación de Palestina "es un movimiento político".

Al referirse a la financiación de las Brigadas Rojas: "Nos autofinanciamos con secuestros y atracos", dice. "¿Cómo se lo gastaban?". "La contabilidad era muy rigurosa. El sueldo del brigadista era de 30.000 pesetas mensuales, excluidos los gastos. Se daba ayuda también a los que estaban en la cárcel. Y el gasto mayor era para comprar casas y para alquilarlas. Las armas eran siempre robadas o regaladas. Parte del dinero iba también para corromper a los guardias de las cárceles y para todo el material necesario para los atentados y para falsificar documentos, y también para viajes".

Otro punto crucial fue el de las revelaciones hechas por Aldo Moro en su prisión y sobre la autenticidad de sus famosas cartas a hombres políticos, a los familiares, al mismo papa Pablo VI. Savasta afirma que tanto las respuestas a los intertogatorios como las cartas eran de Moro, pero que a veces eran retocadas por Mario Moretti, que era su inquisidor. "¿Fue alguna vez drogado?", preguntó el tribunal. "Jamás", dijo Savasta. "Sobre todo, porque podía ser peligroso". Confirmó que Moro supo mantener a un alto nivel un debate político, pero que "no hubo modo de arrancarle secretos".

Tal vez no es casual que en estos mismos días el gran escritor siciliano Leonardo Sciascia, diputado radical y miembro de la comisión parlamentaria que investiga el caso Moro, haya hecho unas declaraciones explosivas que desmienten a Savasta, y todos saben que Sciascia es un buen conocedor del caso Moro.

Según Sciascia, el secretario del Partido Socialista italiano, Bettino Craxi, tiene razón al afirmar que quien maneja las riendas del terrorismo italiano es el gran viejo, un personaje insospechado que vive en la legalidad. Sciascia afirma que no conoce su nombre, pero hace de él este preciso identikit: "Un hombre más o menos de mi edad, 61 años, un miembro de la resistencia antifascista, y considerándola traicionada cree que así la continúa; alguien estalinista en su corazón, aunque externamente acepte, con rencor, la línea de Berlinguer y mantiene relaciones con los partidos del Este comunista".

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