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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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¿Por qué es apático el electorado?

La consolidación definitiva del sistema democrático en España es un largo proceso que no se agota, obviamente, con la simple promulgación de unos textos legales ni se resuelve en declaraciones más o menos rotundas y voluntaristas, sino que exige el hondo arraigo social de los principios y valores que lo sustentan.Me interesa hoy referirme a uno de los muchos aspectos implicados en este largo proceso y al que generalmente se presta una atención marginal, pero que constituye, a mi juicio, uno de los pilares fundamentales de cualquier sistema institucional democrático.

Estoy hablando de los partidos políticos, cuyo papel es insustituible como instrumento de enlace entre el poder político y la sociedad, y cuya estructura y articulación resultan de importancia capital para, el sistema. En general, se puede decir que un buen sistema de partidos garantiza la estabilidad y la eficiencia del aparato político y que a la inversa, resulta impensable la democracia sin un adecuado instrumento partidario.

No pretendo hacer aquí un análisis teórico de lo que debe ser un buen partido político, cuestión que, por otro lado, no se presta tampoco a generalizaciones, dada la enorme variedad posible de sistemas y tipos válidos; pero sí quiero, en referencia concreta a la actual realidad española, resaltar un punto que es para mí la clave del arco de todo nuestro sistema representativo. Y este punto es el difícil y necesario equilibrio entre los dos principios complementarios de autenticidad, y poderación que polarizan desde vertientes opuestas la dinámica interna de todos los partidos políticos españoles. Ambos principios resultan igualmente necesarios, pues si la autenticidad exige que cumplan con fidelidad su función representativa y sepan hacerse eco de la real voluntad de sus electores, la moderación impone a su vez una labor educadora de sus miembros, toda vez que resulte imposible en la práctica la plena plasmación de los ideales que inspira cualquier opción política.

Desde un punto de vista histórico, resulta claro que ha sido este último aspecto el que ha gravitado de forma más negativa para impedir en el pasado la consolidación en nuestra patria de un sistema estable, si no plenamente democrático, sí al menos liberal.

Quizá porque la estructura social española no estaba aún lo suficiente madura para ello, lo cierto es que, salvo excepciones que confirman la regla, las fuerzas políticas españolas han representado con "excesiva autenticidad" las aspiraciones populares, y ello ha sido causa de una radicalización sistemática de las posiciones políticas que ha hecho imposible una convivencia democrática.

El problema de la apatía

El trágico recuerdo de las dos experiencias republicanas es una confirmación evidente de esta tesis, como lo es, en sentido inverso, la adulteración y el falseamiento del sistema representativo a que hubo que recurrir para conseguir los excepcionales períodos de estabilidad (por ejemplo, en la Restauración) de que hemos gozado en nuestra historia moderna.

Sin embargo, creo que en el actual momento histórico la situación ha cambiado de un modo sustancial. El mayor peligro para la estabilización del sistema no proviene ya de la radicalización, difícil en una sociedad de clase media y en la que, por puro espíritu de conservación, ha acabado arraigando el espíritu de tolerancia que tan extraño parecía al talante español, sino más bien de la indiferencia y apatía que provocan en el electorado unas opciones políticas difusas y ambiguas, cuya significación difícilmente puede ser captada por los electores.

Está claro que no propugno una meta hacia posiciones irreductibles y excluyentes, que tan trágicas consecuencias produjeron en nuestro inmediato pasado; pero creo sinceramente que la apatía y el desinterés de nuestro pueblo, tan claramente manifestado en su decreciente participación en las distintas consultas electorales, constituye en este momento el peligro más grave que acecha a nuestro actual sistema político, que puede llegar a consumirse lentamente por nueva inanición si no conseguimos rectificar pronto el curso de los acontecimientos.

Y esta lucha contra el desencanto popular pasa necesariamente por una "autentificación" de nuestros partidos, que, improvisados apresuradamente al comienzo de la transición, no responden ya en algunos casos a las necesidades del momento actual. El proceso está ya en marcha y, con más o menos problemas y altibajos, acabará cristalizando durante los próximos años en una estructura dé partidos muy diferente a la actual, agrupada esencialmente en dos grandes fuerzas, conservadores y socialistas, claramente diferenciadas entre sí, sin perjuicio todo ello de su mutua tolerancia e incluso colaboración excepcional en los temas esenciales.

La transición política dura ya demasiado tiempo. Es necesario cerrar esta etapa, y los síntomas que acabo de apuntar son, a mi juicio, la señal evidente de que estamos entrando en su última fase y se abre ante nosotros un futuro diferente.

Quiera Dios que los partidos y la clase política española sepan ser dignos del gran pueblo al que tienen que representar y dirigir en esta nueva etapa que está ya comenzando, y en la que España tiene que quedar definitiva e irreversiblemente instalada en las coordenadas de espacio y tiempo que por mil razones le corresponden.

Antonio Hernández Mancha es presidente regional de Alianza Popular de Andalucía y primer candidato en la lista para las elecciones andaluzas por Córdoba.

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