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El trabajo, el lenguaje y el deseo

Más allá de las distintas acepciones de cultura en su versión alemana (Bildung, Kultur) o inglesa (culture) subyace siempre la misma oposición básica y fundacional en torno a la cual adquiere el término significación, la oposición naturaleza / cultura. Cultura significa siempre el elemento diferencial del hecho humano respecto al orden natural: hay cultura ahí donde se revela esa diferencia. El hombre, desde que es hombre, establece de forma instintiva y espontánea su diferencia respecto a la naturaleza, subrayando esa diferencia con signos distintivos, signos de identidad cultural. No se conforma con su existencia de ser natural o con la genericidad animal que constituye su base material, sino que da a esa genericidad una forma específica y diferenciada. Se revuelve contra su propio físico poblándolo de señales, retuerce su corporeidad, deforma sus labios, atraviesa los lóbulos de sus orejas con agujas, elabora o transforma su cabellera, puebla de imágenes su pecho, su bíceps, sus espaldas, amplía labios y narices, comprime los pies de la mujer, llena de tatuajes su natural. A través de todo lo cual produce cultura o transforma su propio natural en objeto cultural. De idéntico modo procede con los objetos que necesita para satisfacer sus elementales necesidades naturales, para consumar el intercambio o metabolismo que establece, en tanto ser corpóreo, con la naturaleza. Más allá de la necesidad, sobrepasándola, trascendiéndola, más allá de razonamientos funcionalistas o utilitarios, el hombre, desde que es hombre, trata siempre de establecer distancias progresivas con la naturaleza, cociendo la alimentación cruda, condimentando los alimentos hasta modificar la forma de éstos, convirtiendo su vestuario y su vivienda, lo mismo que su alimentación, en objetos culturales.Potencias del espíritu

Tomando como base la reflexión hegeliana sobre las "tres potencias del espíritu", podría decirse que el hombre se define en virtud de un triple éxtasis entrecruzado, sintético y dialéctico del elemento natural: éxtasis laboral, en virtud del cual intercala entre él y la naturaleza el instrumento o herramienta; éxtasis lingüístico, en virtud del cual rebasa el modelo estímulo-respuesta de las señales animales ("lenguaje de las abejas") mediante el complejo dispositivo de preguntas-respuestas, nuevas preguntas-nuevas respuestas en que se resuelve la vida en común animada por el lenguaje; éxtasis erótico, en virtud del cual queda suspendido el orden de la necesidad -el esquema necesidad-satisfacción- mediante la promoción de un orden carente de base "real" en donde halla el hombre, desde su infancia, satisfacción a su deseo en la ficción o fabulación onírica, en la fantasía. De este modo se constituye la cultura, en razón de ese triple éxtasis propiciados por lo que Hegel llamaba "las tres potencias del espíritu": el trabajo (y su objetivación en las herramientas), el lenguaje y el deseo (y su objetivación en las fantasías, los sueños y las fábulas). Hay cultura en la medida en que se constituye esta infraestructura constituida por la trinidad trabajo-deseo-lenguaje. Todo objeto cultural es, siempre, efecto, cristalización y producto de estas tres potencias entrecruzadas. Todo objeto cultural halla su especificidad en el predominio -que es siempre de grado- de una o dos de estas potencias. Pero, aun supuesto ese predominio, siempre interactúan las tres potencias. Cualquier utensilio humano lo demuestra, hasta la más sencilla hacha prehistórica.

Animal ingenioso y soñador

Allí donde hay producto cultural, lo onírico y lo verbal mediatizan lo instrumental y lo instrumental mediatiza, a su vez, lo onírico y lo verbal. El hombre es, a la vez, laboral (homo faber), verbal (animal que posee lenguaje, animal político) y erótico-fabulatorio. Ciertamente, los modernos ingenios -el aeroplano, el submarino, la bomba atómica- resuelven necesidades funcionales: ganar tiempo al espacio, explorar lo desconocido, rematar exigencias bélico-políticas. Pero también, y al mismo tiempo, esos ingenios realizan deseos fabulados desde antiguo: volar, matar en un abrir y cerrar de ojos a todos los enemigos reales o potenciales.

El hombre es animal ingenioso y soñador. Ambas cosas a la vez. La cultura es la resultante de esa productividad humana ingeniosa, verbal y soñadora. Todo objeto cultural tiene siempre cierta dimensión de obra de ingeniería, de obra verbal y de obra erótica u onírica. La filosofía de la cultura debe promover reflexiones sintéticas que eleven las. unilateralidades -científica o metodológicamente justificadas- de las ciencias humanas (marxismo, psicoanálisis, lingüística), profundizando en la interacción de los tres niveles recortados por esas ciencias: lenguaje, trabajo y deseo.

Hay historia, en sentido riguroso del término, allí donde se abre la dimensión futura. Es más: lo que hace que un ser histórico es el hecho de que el futuro sea la fuente fundamental de sus estímulos o motivaciones. Esto es lo característico del hombre. Y lo característico también de la cultura humana, la cual tiene por fundamento la misma finalidad hacia la que se orienta. Cultura e historia son, en este sentido, términos, si no sinónimos, sí al menos intrínsecamente vinculados, manifiesta siempre un excedente respecto a las premisas temporales previas y pretéritas de su configuración. Es, de hecho, algo siempre distinto a la mera reproducción estática de un programa ya fijado y constitutivamente pretérito. Es, más bien, la diferenciación, mayor o menor, de una "tradición", que en el objeto se actualiza a través de una peculiar variación o metamorfosis del "modelo" al cual se halla referido.

Y bien, este carácter histórico, orientado hacia el futuro, del hecho cultural puede perseguirse a través del triple éxtasis citado y de sus objetivaciones características. Todo instrumento o utensilio, toda manifestación verbal, toda ensoñación o fabulación, revela esta historicidad.

La herramienta transforma el medio físico del hombre y determina la transformación de su medio social, hasta el punto de determinar el sistema de relaciones sociales de dicho medio. Se produce así un interjuego entre el bagaje de utensilios y herramientas que constituyen la cultura material y el medio social humano. El lenguaje revela esa misma dinámica: es "lengua" sincrónicamente dada en la que cristaliza y se coagula el sistema de signos distintivos de una comunidad social, es institución social. Pero es también "habla" que actualiza ese tesoro de la memoria común que es la lengua popular, introduciendo transformaciones, variaciones o metamorfosis de ese legado verbal.

Todo sueño es anticipación de un futuro que se quiere, y que en ocasiones responde al pronóstico por razones nada mágicas, nada oraculares; todo sueño es expresión de un deseo, y el deseo es la dimensión de apertura del hombre hacia lo que excede lo que es, lo que se tiene, el orden real del presente o del pasado-presente, las presencias. Todo deseo apunta hacia lo ausente: eso que no está, que "ahí no está", pero que se quiere presenciar mediante el presentimiento vinculizado a través de sueños o fantasías.

Mientras el móvil o la causa de la conducta animal es siempre algo pretérito que se repite o reproduce, el móvil o la causa de la conducta humana o cultural debe verse en el futuro que se anticipa o se vaticina, que se pronostica o pretende "programar". Entonces el presente es el efecto no de la actualización de un programa dado y pretérito, sino de un pronóstico o vaticinio (bien o mal fundado, eso no importa para lo que aquí quiero señalar).

Y el pasado memorizado -en la medida en que fue efecto de ese mismo dinamismo tan singular- no es sino la selección, producida por la memoria, de aquello que encierra aún virtualidades de actualización histórica. La tradición cultural es entonces fondo virtual de posibilidades de futuro. Desde estas premisas puede entenderse la peculiaridad del triple éxtasis humano: del trabajo, del lenguaje y del deseo. Esa peculiaridad es su intrínseca historicidad, revelada en su capacidad de transformación, modificación, plasticidad, perfeccionamiento (eso que a veces se llama "progreso").

Eugenio Trías es profesor de Estética de la Escuela Superior de Arquitectura.

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