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Tribuna:Centenario de la muerte de Darwin
Tribuna
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La nueva evolución del hombre

La obra genial de Darwin supuso una revolución en las antiguas ideas filosóficas y teológicas sobre la concepción del hombre como ser único y excepcional sin conexión biológica alguna con el resto de las especies animales. Según Darwin, a través de milenios de existencia, el caudal genético de las especies se ha modificado debido al proceso de la selección natural, esto es, la lucha por la existencia y la supervivencia de los más aptos, originándose así las diversas especies de animales que existen en la Tierra. Este artículo continua la serie publicada con motivo del centenario de la muerte de Charles Darwin.

Uno de los aspectos más interesantes en la obra de Darwin es el hecho de que el origen del hombre significó sólo un paso más en la evolución zoológica. La evolución de las especies y el hombre no se ha detenido. El ser humano, además de ser un producto evolutivo genético, está en plena transición cultural, una transición que lleva un ritmo progresivamente acelerado, con la ventaja de tener una perspectiva histórica del pasado y la posibilidad de la selección de un futuro.Darwin da una nueva esperanza frente a las ideas demoledoras de Copérnico y de Galileo. Es cierto que la Tierra no es el centro del universo, sino un pequeño planeta perdido en las galaxias, y también es cierto que el hombre no es el centro de la biología, ni en el tiempo, ni en el número, ni en el tamaño, ni en la longevidad.

Sin embargo, los seres humanos forman el eje de la consciencia cósmica, ya que tienen conocimiento de su propia existencia, de su entorno, de las leyes de materia, de la energia y de la información, pudiendo usar todo ello en provecho propio. Esta cualidad no es compartida por ningún otro elemento físico o biológico conocido.

Hasta hace poco, la evolución se ha desarrollado de acuerdo con un propósito -o falta de él- que escapa a nuestra comprensión, quizá porque no tiene lógica humana, pero sin que, al parecer, haya deseo de favorecer o de perjudicar a especies determinadas. ¿Por qué existen las moscas, los gérmenes patógenos o los erizos de mar? ¿Por qué hubo un reinado de reptiles gigantescos en la Era Terciarla y por que se extinguieron tan catastróficamente? Claro que existieron cambios climatológicos y ambientales, pero ¿cuál es la razón y el propósito de estos hechos? Todo ello ha estado determinado por el destino natural evolutivo que desde nuestra perspectiva humana nos parece ciego y caprichoso, o al menos falto de razón antropocéntrica, aunque también podemos pensar que muchos millones de años de evolución biológica no tienen por qué estar centrados en unos pocos miles de años de existencia de la civilización humana.

En la actualidad hay, sin embargo, un hecho evolutivo que es nuevo y trascendental: la existencia de cerebros inteligentes capaces de comprender y de cambiar la evolución de su entorno y de sí mismos. La superficie de la Tierra ya ha sido transformada con ciudades y carreteras. Las cosechas crecen según planes preestablecidos. Los ríos se cambian de curso para utilizar su energía hidráulica. Se empieza a manipular la síntesis de proteínas. Hay una ingeniería genética. El propio cerebro humano empieza a ser investigado y transformado. Desde ahora en adelante, el destino evolutivo no estará impuesto por ciegas fuerzas exteriores, sino que puede estar dirigido por el hombre mismo, de acuerdo con un sistema de valores, siguiendo razones éticas, sus deseos y su visión del futuro.

Al existir la posibilidad científica y técnica de influir sobre el futuro evolutivo tenemos que plantearnos el cómo y el para qué. Teilhard de Chardin suponía que la evolución de la materia, la evolución de la vida y la evolución del hombre eran partes integrantes de un solo proceso de evolución cósmica, una parte de la historia coherente de todo el universo. La dirección era hacia "el punto omega" formado por la colectividad armonizada de la consciencia, equivalente a una forma de superconsciencia, a la unidad de pensamiento de dimensiones planetarias. De acuerdo con Dobzhanski, el hombre no es el centro del universo, pero es algo mucho más hermoso: la flecha ascendente de la gran síntesis biológica, la especie más reciente, la más compleja, la más sutil de las capas sucesivas de la vida.

La ley biológica sigue actuando

De esta manera tenemos la posibilidad y la responsabilidad de concebir y desarrollar una planificación cerebral del hombre futuro, según hemos propuesto en 1973 en uno de los encuentros en la Fundación March. Sus objetivos han de ser universalmente aceptables, sin distinción de raza, ideología o cultura, y por ello sus bases han de ser biológicas y no políticas. Que esto es posible lo demuestra el uso de antibióticos y los fundamentos de la medicina, que son compartidos por todos los seres humanos. Parte de estos objetivos pueden ser el refuerzo de la identidad y de la libertad personal, así como una mayor integración social.

Al hablar del futuro evolutivo del género humano, autores de la solvencia de Dobzhanski, Ayala, Stebbins y Valentine afirman que la evolución orgánica futura permanecerá inextricablemente unida a la evolución cultural, como ya ha ocurrido durante los últimos milenios. Habrá, sin embargo, un predominio del desarrollo cultural, que está teniendo, y tendrá, unas consecuencias para la historia de la Tierra tan grandes o mayores que las que se derivan de la aparición de la vida celular.

El evolucionismo, junto con el determinismo económico, forma parte de la concepción marxista de la historia. Sin embargo, para Marx no habría una adaptación evolutiva, sino una intervención activa del hombre en la naturaleza. Según los filósofos marxistas, nuestra especie se hizo humana cuando comenzó a trabajar, y desde entonces la especie está sometida a leyes sociológicas y no a las biológicas. En realidad, las leyes biológicas continúan actuando y la evolución genética sigue su curso, aunque a un ritmo lentísimo, que no puede compararse con la rapidez y trascendencia de la evolución cultural. Karl Marx empleó la selección natural como la justificación científica para la lucha de clases, pero no es aceptable que un principio biológico que en efecto funciona en la naturaleza "animal pueda aplicarse directamente a las sociedades humanas. Darwin mismo escribió: "Qué idea tan necia prevalece en Alemania sobre la conexión entre socialismo y evolución a través de la selección natural".

En el pasado, la agresividad y la inteligencia superior determinaban una expansión de los genes agresores a expensas de los que eran poseídos por poblaciones menos agresivas y menos inteligentes. En la actualidad, dados los medios de destrucción atómica, un exceso de agresividad puede llevar a un holocausto tanto de los agresores como de sus víctimas, y por ello este tipo de agresividad tiene un valor adaptativo negativo totalmente indeseable para la especie humana.

La supervivencia de los seres humanos depende de la posibilidad de inhibir conductas destructivas mediante el uso de medios culturales. Afortunadamente, la gran flexibilidad del comportamiento social humano, tan bien estudiado por Wilson, permite ser optimistas respecto a la efectividad de estos cambios culturales que han de ser promovidos por sistemas educativos adecuados.

Cuando Darwin, en su histórico viaje en el Beagle, toco las tierras casi vírgenes de Patagonia quedó asombrado al comprobar el salvajismo de sus habitantes, llegándose a preguntar si seres tan primitivos pertenecian realmente a la especie humana. El asombro fue todavía mayor porque en aquel viaje el capitán Fitzroy retornaba con unos salvajes que habían estado tres años en el Reino Unido y que en este corto tiempo habían adquirido habilidades, gustos y mentalidad comparables a los de los ingleses.

¿Cuál es la verdadera identidad en cada uno de nosotros? ¿Los instintos primitivos o la nueva serie de valores y habilidades aportados por la civilización?

La evolución inteligente

La neurofisiología nos enseña que hay una dependencia sensorial tanto en la mente infantil como en la mente adulta.

Al nacer, casi el 90% de las neuronas del cerebro están aún por formar y su estructuración en esta fase de crecimiento sináptico muy rápido depende tanto del aporte alimenticio como del aporte informativo. Podríamos decir que la experiencia individual cincela las neuronas, dejando sus trazos en forma de cambios nucleoproteicos.

Ahora bien, a esta edad apenas hay funciones mentales desarrolladas, por lo que falta la capacidad de juzgar la información recibida del medio ambiente. De igual manera que la papilla alimenticia hace que el cuerpo crezca, sin que el niño pueda prepararla ni elegirla, la "papilla informativa" de conocimiento y de experiencias va formando la mente, con sus prejuicios, creencias y emociones. Al niño hay que enseñarle a andar, a hablar y a querer. Este determinismo educativo será decisivo para la evolución de la mente individual. La responsabilidad de esta estrilcturación mental no es personal, sino social.

es director del departamento de investigación del Centro Ramón y Cajal.

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