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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

China, Estados Unidos y la URSS

SE ENTIENDE que la visita del presidente rumano, Ceaucescu, a Pekín intenta una mediación para que se normalicen las relaciones entre la URSS y China. No es tarea fácil, aunque sí oportuna. La disputa ideológica tiene más de veinte años: aparecieron en ella problemas antiguos, de la época de los dos imperios -fronteras discutidas, minorías oprimidas-, y contemporáneos -falta de ayuda por parte de Stalin y, al mismo tiempo, reproches chinos a la URSS por la desestabiliación-. Por añadidura, en estos veinte años, una fijación de la política exterior china ha consistido en la reiteración de la amenaza armada soviética y del riesgo de guerra provocado por la URSS. Así, en los tiempos de la coexistencia -Kennedy-Krutschev-, China denunció una colusión contra ella, y el tema se volvió por pasiva cuando en la época de Nixon se restablecieron y acrecentaron las relaciones China-Estados Unidos y Moscú vio una alianza contra ella. La inclinación de China hacia Occidente y las profundas reformas interiores que se produjeron a partir de la muerte de Mao eran datos esenciales en este amplio y difícil contencioso.La oportunidad del intento de Breznev de aproximarse a China y de la posible mediación de Ceaucescu se produce porque hay un malestar creciente entre Pekín y Washington o, por aclararlo más, entre Pekín y Reagan. El presidente de Estados Unidos procede de una época y de una facción que consideraba a China un enemigo aún más peligroso que la URSS. Se había enfrentado a ella en Corea y estaba frustrada porque los políticos no habían consentido en arrojar sobre China las bombas atómicas que pedía el general Mac Arthur. De esta facción y de esa época, de la que procede Reagan, y que en gran parte alienta su política de hoy, procede la frase en la que, cuando al fin se admitió que China y la URSS estaban enfrentadas, comentaba: "Esto solamente indica que ahora tenemos dos enemigos, en lugar de uno". Es más: cuando Estados Unidos reconoció a China y la dejó entrar en la ONU en lugar de la China de Jiang Jieshi (la China de Taiwan) y comenzó un intercambio importante, esa facción que hoy tiene poder lo consideró como una traición a un viejo aliado.

Reagan trata, pues, ahora de reparar esa traición y de mantener la vieja desconfianza hacia la China continental. Con ese fin acaba de solicitar del Congreso que se apruebe un crédito para enviar armas a Taiwan por valor de cien millones de dólares. El proyecto nació en diciembre, y desde entonces Pekín está mostrando abiertamente su disgusto; ha dejado circular el rumor de que podría reducir el personal diplomático en Estados Unidos, de que podría reconsiderar las conversaciones estratégicas (parte de la operación global de Estados Unidos frente a la URSS) y que, en cambio, podría volver a aproximarse a la URSS. Las armas de Taiwan y las visitas de Weinberger a Manlla y a Corea del Norte pueden estar dando sensación a Pekín de que Reagan está construyendo en torno a ella un cerco.

El endurecimiento exterior de China corresponde también a otro interior (en China, la política interior y la exterior son unitarias). Hay un intento de volver a poner en pie un comunismo deteriorado por las decisiones del propio Estado. Así, en el Diario del Pueblo vuelven a denunciarse "la influencia de la ideología decadente capitalista" y la "ideología feudal". Se trata de paralizar la reforma agraria que introdujo la noción de incentivos y estímulos económicos y que, según las nuevas críticas, está desbaratando el conjunto de los planes económicos y "está apartando a China del camino del socialismo y regresando a un sistema de granjas independientes". Se trata de imponer nuevas restricciones a los periodistas extranjeros: un periodista chino -Li Guangyi, director de un periódico financiero- ha sido condenado a cinco años de cárcel por "comunicar secretos de Estado al Extranjero"; en realidad, por haber cornentado libremente sus puntos de vista a los corresponsales extranjeros en Pekín.

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En principio, todos estos movimientos parecen calculados, sobre todo para cargar sobre Reagan las responsabilidades y para asustar a Estados Unidos con la posibilidad de una reanudación de relaciones con la URSS: susto conseguido, puesto que Washington se apresura a enviar a China una misión especial para explicar y para negociar. Porque, mientras tanto, China sigue negociando con Occidente y basando su economía en esos intercambios. El 24 de marzo se firmó un acuerdo entre China y la Occidental Petroleum Company (Estados Unidos) para la producción y exportación de carbón (con la desesperacíón de Australia, que cubría las exportaciones de carbón a Asia), y en el mismo acto de la firma el presidente de la Occidental, Arman Hommer, explicó expresamente que la dificultad de relaciones entre China y Estados Unídos no influiría en el futuro de esta empresa. En el período 1980-198 1, los intercambios comerciales entre los dos países han sido de 6.000 millones de dólares, y no se espera más que aumentos en los ejercicios siguientes.

Los movimientos políticos chinos están destinados, sobre todo, a explicar a Estados Unidos que puede acudir a una polítíca de recambio, y que en el actual momento de Asia no les puede convenir nada una China adversa. Probablemente, Reagan tendrá que disipar sus viejos fantasmas -una vez más- al contacto con la realidad.

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