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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La escisión de los comunistas catalanes

EL CONGRESO fundacional del Partido de los Comunistas de Cataluña ha materializado la amenaza potencial mas temida por Santiago Carrillo y los dirigentes eurocomunistas desde que iniciaron -tras la invasión de Checoslovaquia en agosto de 1968- el pronunciado viraje que ha alejado al PCE de la liturgia de la III Internacional, el alineamiento incondicional con la estrategia exterior de Moscú y -el canon del marxismo-leninismo.Hasta el presente, las tentativas de crear, bajo los auspicios de la política soviética, otro partido comunista que escindiera a la militancia y al electorado del PCE bajo las viejas banderas de la intolerancia ideológica, el sectarismo político y la defensa del bloque de Varsovia se habían saldado con una derrota. Tanto Eduardo García, antiguo responsable de la organización del PCE, como Enrique Lister, general de la guerra civil española mitificado en el cancionero popular y alto grado militar del Ejército soviético, fracasaron en sus esfuerzos por arrebatar las siglas y la legitimidad histórico-político a Santiago Carrillo. La fracción pro-soviética de los comunistas catalanes, aun sin conseguir apoderarse de la dirección del PSUC, ha conseguido, sin embargo, balizar una amplía cabeza de puente en el asalto al eurocomunismo, que puede significar muy serios quebraderos tanto para Antonio Gutiérrez y Gregorio López Raimundo como para el resto de sus correligionarios españoles. El nuevo partido, en efecto, no es un invento de hombres del aparato, como sucedió en los ensayos anteriores de Eduardo García y Enrique Lister, ni tampoco la tentativa de dar estructura organizativa a esquemas ideológicos abstractos nacidos como flores artificiales en el fragor de las habituales luchas intrapartidistas. El PCC ha surgido, en gran medida, por iniciativa de conocidos dirigentes sindicales del cinturón industrial de Barcelona y dispone de una militancia asegurada en la clase trabajadora afiliada a Comisiones Obreras. Mientras en anteriores tentativas prevaleció la voluntad de imponer desde fuera a los militantes un rígido catálogo de lejanos mandamientos ideológicos, ajenos a sus problemas cotidianos y a su entendimiento de la política práctica, en esta ocasión el movimiento fundamentalista, aunque ayudado y propiciado probablemente por instancias exteriores, tiene sus raíces en el propio movimiento comunista catalán. Tal vez los torpes intentos realizados desde Madrid, a lo largo de 1979 y 1980, para desestabilizar a Antonio Gutierrez y Gregorio López Raimundo en provecho de una mas estricta dependencia disciplinaria del PSUC respecto al PCE contribuyeran a potenciar la disidencia de los llamados afganos, que tuvieron en el hoy notorio fraccionalista Serradell, por entonces secretario de organización del PSUC, su mas hábil promotor. La dimisión de Francisco Frutos como secretario general adjunto del PSUC, inmediatamente después de ser elegido para ese cargo tras el VI Congreso, indica hasta qué punto se hallan deterioradas las relaciones internas entre los comunistas catalanes ortodoxos como consecuencia la crisis de enero de 1981. Sin embargo, las explicaciones conspirativas y maquiavélicas de la historia no suelen tener, a medio o largo plazo, grandes virtualidades explicativas. Sin duda, las razones de fondo de la disidencia pro-soviética no pueden reducirse, a menos de condenarlas a la caricatura, a errores tácticos de la dirección del PCE o a maniobras ocultas de las embajadas.El surgimiento del Partido de los Comunistas de Cataluña, que hace suyos los tópicos, las imágenes y los análisis del bolchevismo primigenio, es no sólo un indicio de las dificultades de la dirección eurocomunista para convencer a sus bases militantes de la nueva doctrina -en la que figura el rechazo de dogmas tan arraigados en la cultura comunista tradicional como la cientificidad del marxismo-leninismo, la infalibilidad de la Unión Soviética y las virtudes democráticas de la dictadura del proletariado- sino también un síntoma de que la crisis económica y política por la que atraviesa nuestro país amenza con expulsar del marco de la negociación a sectores cualitativamente importantes del movimiento obrero. No es casualidad que la condena de los pactos de la Moncloa y el ANE, la reivindicación de la república federal y la defensa del principio de autodeterminación para Cataluña hayan figurado en el recién clausurado Congreso al lado de las emociones pro-soviéticas y de los juramentos sacramentales de fidelidad al marxismo-leninismo. Todavía es pronto, sin embargo, para valorar la importancia del PCC. Sólo la respuesta electoral a sus candidaturas y la capacidad de sus militantes sindicales para controlar Comisiones Obreras en Cataluña o propiciar la creación de una central paralela permitirá conocer las dimensiones de este desafío al eurocomunismo.

Finalmente, queda la gran interrogante de las repercusiones que pudiera tener este Congreso fundacional en el resto de los comunistas españoles. La insatisfacción producida por el crecimiento del paro, el retroceso de los salarios reales en la población empleada, el ascenso de la gran derecha, las amenazas golpistas a la legalidad constitucional, el clima de guerra fría en el escenario internacional, la marginación de los comunistas de los centros de decisión políticos, la escasa democracia interna en el funcionamiento de la organización, las oscuras perspectivas electorales para 1983 y la escisión de los renovadores sirven de combustible al descontento de un sector de la militancia que no termina de ver claras las ventajas del eurocomunismo para su causa. En momentos de crisis, las viejas certidumbres del marxismo-leninismo, aunque sean falsas, y la concepción maniquea del enfrentarniento global entre soviéticos y norteamericanos, presuntos protagonistas de la lucha de clases a escala mundial, pueden servir de opio del pueblo a quienes se ven condenados a sufrir su cotidianidad sin otras esperanzas. No parece, sin embargo, que la herejía catalana pueda extenderse al resto de España de la mano de personajes como Sagaseta o García-Salve. A menos que destacados dirigentes del PCE y de Comisiones Obreras decidieran emprender el camino de la disidencia pro-soviética, es poco probable que los émulos del PCC en el resto de España sobrepasaran el estadio grupuscular. Por esa razón, es precisamente en momentos como los actuales cuando cabe valorar en su medida, pese a las críticas que se le pueden dirigir en otros aspectos y comportamientos, el coraje y la audacia de Santiago Carrillo al encauzar las energías de los comunistas españoles fuera de los caminos de la negatividad apocalíptica y en la senda de la consolidación de las instituciones democráticas en España.

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