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Dificultades socialistas para aplicar una efectiva política de cambio en Francia

El rigor y el realismo son las dos nociones claves de la nueva etapa de la gestión socialista en Francia. En vísperas de¡ primer aniversario del triunfo del presidente François Mitterrand, el reciente fracaso en las elecciones cantonales y una serie de traspiés gubernamentales durante las últimas semanas han cristalizado las dificultades que encuentra la política de cambio en la práctica.

El Gobierno, en teoría al menos, no renuncia a sus objetivos de transformación de la sociedad gala, pero los hechos le fuerzan a una reflexión, divergente con frecuencia en el seno del Ejecutivo y del Partido Socialista (PS), y que, por ello, deja las puertas abiertas a más de una posibilidad. "En primer lugar, las realidades"; "la ambición y la realidad"; "de no introducir un poco de rigor en su gestión, el Gobierno corre el riesgo de perder las batallas que ha librado contra los especulado res"; "la tercera etapa del cambio será la de la profundización y del rigor". Esta última frase la pronunció hace cuatro días el primer ministro, Pierre Mauroy. Las tres anteriores, referidas a la política global del equipo socialista o a su estrategia económica concretamente, son advertencia de comentaristas de los diarios Le Matin y Le Monde, los dos principales soportes del socialismo a la francesa en el área de la Prensa es crita de circulación nacional.

Este tipo de alertas se repite un día y otro, y no proceden de la derecha, que, de antemano, a más o menos largo plazo, cuenta con el fracaso estrepitoso de la experiencia socialista-comunista. Las interrogaciones sobre el primer año, o casi, de la realidad del poder de Mitterrand se las plantean todas las fuerzas vivas que lo apoyan, ya sean sociales, económicas o políticas.

Este clima, que ha remplazado la euforia y el verbalismo suficiente (expresión del primer secretario del PS, Lionel Jospin), se ha materializado desde hace un mes. El primer aldabonazo fueron los resultados de las elecciones cantonales, negativos para la coalición gubernamental. Fundamentalmente, este escrutinio confirmó una vez más que Francia, como desde hace un siglo prácticamente, continúa dividida en dos mitades, y que la mitad que gobierna, si quiere mantenerse en los límites de la democracia, debe tener en cuenta a la otra mitad.

La confirmación de esta constante ha sembrado la duda en el poder absoluto que los franceses le habían dado a François Mitterrand.

Las dudas del nuevo poder se han traducido en hechos rápidamente. El Gobierno, antes de finales de este año, debía completar la ley de Descentralización con el capítulo más importante: legislar la transferencia de poderes financieros a las colectividades territoriales (municipio, región, departamento). Pero, como ha perdido las cantonales, es decir, el poder en los departamentos, ha decidido repensar ese delicado problema y acaba de anunciar que nada será definitivo hasta 1985.

El último Consejo de Ministros tenía que haber aprobado la supresión de la ley del antiguo poder, Seguridad y Libertades. Esta ley, en opinión de los socialistas, favorece la represión y no garantiza la libertad. Cuando fue votada por la antigua mayoría giscardiana, los líderes del PS la calificaron de ley canalla, inicua y fascista.

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