Rirkrit Tiravanija, réquiem por el arte de otro siglo
La retrospectiva del artista tailandés en Luma Arles, entre obras que son fósiles del pasado reciente e instalaciones “reactivadas”, parece una despedida melancólica a la “estética relacional” que lo consagró en los noventa
Rirkrit Tiravanija es uno de los mejores artistas del presente, aunque la parte más significativa de su obra pertenezca ya, por desgracia, al pasado. Queda patente en su nueva retrospectiva en Luma Arles, la fundación de la coleccionista Maja Hoffmann, que parece un réquiem por un arte de otro tiempo. La muestra, procedente del PS1 del MoMA neoyorquino, contiene algunas de sus obras más emblemáticas, instalaciones vivas que fomentaban la interacción entre extraños en pleno auge de la “estética relacional” teorizada por Nicolas Bourriaud, de la que Tiravanija se convirtió en principal exponente junto a Pierre Huyghe o Philippe Parreno. Puede que ya podamos, para lo bueno y lo malo, llamarle clásico.
El artista tailandés, nacido en Buenos Aires hace 63 años (es hijo de diplomático y dejó Argentina de pequeño), llamó la atención a finales de los ochenta con instalaciones de inspiración culinaria. Por ejemplo, cuando cocinó pad thais a los visitantes de una exposición en su galería de Nueva York, allá por 1989: esa nimia relación efímera entre desconocidos en torno a un plato tradicional tailandés constituía la obra. Su arte no se orientaba al consumo, sino a un intercambio dinámico, capaz de transformar un espacio inerte en otro lleno de vida, siguiendo la estela del Fluxus y de los environments primigenios de Allan Kaprow. Representaba una sensibilidad finisecular que no tardó en desaparecer, a medida que el optimismo histórico derivado de 1989 avanzó hacia el perpetuo clima de preguerra al que regresamos a partir de 2001.
En su muestra en Arlés, la mayoría de las obras ya no están vivas; son fósiles de un pasado reciente que remiten a un mundo que dejó de existir, en el marco del fracaso inexorable de un arte parcialmente ajeno al mercado (si bien eso tampoco fue siempre del todo cierto). Incluso las piezas “reactivadas”, ese término tan de moda en el sector, parecen impregnadas de melancolía y una esencia algo ominosa. La reconstitución del mítico café turco que instaló en el KW, el centro de arte de Berlín que mejor simboliza aquel cambio de ciclo histórico en la nueva capital alemana, creado para protestar contra las agresiones xenófobas que vivía esa comunidad, aparece descontextualizada en Arlés, como un souvenir del pasado sin relación con su nuevo contexto, en la agradable asepsia del white cube. Aun así, su propuesta sigue conteniendo una marca de disidencia, como demuestran las últimas Documenta y Bienal de Venecia, que no prescindieron de este tipo de espacios comunitarios, tal vez como recordatorio del potencial del arte al margen del mercado. Ahí reside su legado, por mucho que sea secundario.
La reproducción a escala real de la galería Gavin Brown de Nueva York, donde se gestaron sus primeras obras, parece una reliquia a tamaño gigante. Pero también sobreviven vestigios de vida en la muestra. Por ejemplo, en sus trabajos contra la violencia policial en Tailanda o en la recreación de un proyecto de Július Koller en la Checoslovaquia de 1970, cuando creó un club de ping pong para esquivar la prohibición del derecho de reunión en el espacio público. Tal vez el aspecto más novedoso de la muestra llegue cuando subraya la cercanía de Tiranavija con el cine experimental del siglo pasado: después de todo, el tailandés se formó con Ken Jacobs y cultivó una amistad con Jonas Mekas. Una película de 499 minutos recopila su material fílmico entre 1981 y 2003, tejiendo un relato aleatorio que mezcla la memoria personal y la colectiva.
Otra obra de carga política, The Shop (2022), que da la bienvenida a la exposición, es una réplica de una tienda de paraguas en Hong Kong, en un guiño indisimulado a la revolución prodemocrática de 2014. Solo que, al acceder a su interior, se abre una puerta corrediza que da paso a una sala secreta, donde pequeños aspiradores automáticos se desplazan lentamente, trazando caracteres chinos sobre la moqueta. Descubrimos, al leer la cartela, que escriben una frase de El problema de los tres cuerpos, el libro de Liu Cixin que empieza con la Revolución Cultural y culmina con la posible destrucción de la Tierra. Tiravanija pleantea así un nuevo pronóstico, una previsión aterradora de lo que nos espera, más acorde con la temperatura cultural del momento. La obra tiene un aire de rendición: opta por una espectacularidad estetizante y hi-tech que resulta impropia de su lenguaje artístico. O tal vez sea más bien un aggiornamento de su mensaje político adaptado a los parámetros del arte que funciona hoy. Adaptarse o morir, dicen.
‘Rirkrit Tiravanija. A Lot of People’. Luma Arles. Arlés (Francia). Hasta el 2 de noviembre.
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