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Impresionante cogida del Macareno y tarde muy torera de Campuzano

Plaza de Las Ventas, 11 de abrilToros de El Chaparral, de espléndido trapío, encastados. Cuarto, sobrero de Ruchena, de gran presencia, cinqueño, encastado, agotado en varas.

Macareno: cogido por su primero. Ruiz Miguel. media atravesada y descabello (ovación y salia'a a los medios). Estocada desprendida (petición y vuelta). Estocada caída (qplausos y salida a los medios).

Tomás Campuzano: pinchazo, estocada trasera y descabello (vuelta).

Bajonazo (algunas palmas). Tres pinchazos y estocada caída (vuelta con protestas).

Parte facultativo: Macarerio sufre cornada de veinte centímetros en fosa isquiorrectal, que destroza. glúteo, fractura pelvis y contusiona nervio ciático. Puntazos en mentón, tórax, y muslo. Pronóstico grave.

La cogida del Macareno fue espantosa. Nada más salir el primer toro, que era un pavo de trapío y arboladura, se hizo presente. A los pocos lances de recibo, las astas engancharon el capote, y el tirón desequilibró al espada, que cayó de espaldas. El toro, arrancándose de largo, hizo por él. En medio del griterío, y sin que di.era tiempo al quite, se produjo la impresionante cogida.El torero levantó las piernas en un movimiento instintivo de defensa y la fiera, que clavó con furia, le tuvo unos segundos en el pitón y le lanzó a gran altura. Cuando cayó a la arena, le corneó con saña. Uno de los derrotes arrojó al diestro hasta cerca del estribo y sólo entonces el revuelo de los capotes consiguió distraer la salvaje acometida. El Macareno sangraba a caflo por la zona del glúteo, que es donde se produjo la peor cornada. Boca abajo le llevaron a la enferrnería. Las manos de las asistencias intentaban nerviosamente taponar la enorme y aparatosa heri,da del diestro.Aplaudía el público al torero. Algo había que hacer para liberar la consternación profunda. El torazo también hirió a un caballo, pero se acobardó en el último tercio. Todos estábamos acobardados, salvo Ruiz Miguel, que porfió a un palmo de los pitones, hizo alardes de valor y consiguió sacar tandas de naturales y derechazos a base de torear más aún con el cuerpo que con el engaño.

La faena de Ruiz Miguel tuvo mérito. Es indudable que da su verdadera medida con el toro malo. Con el bueno, en cambio, se cotiza menos. El tercero era un ejemplar de suavidad y nobleza, al que muleteó violento, apenas sin reposo. Como mató de estoconazo, algunos espectadores pidieron la oreja, que el presidente, con muy buen criterio, no concedió. En realidad, Ruiz Miguel se había dejado ir de rositas un toro excelente. El quinto no tenía fuerza y lo trasteó desangeladamente a media altura. Es evidente que le faltaba su toro, el de los problemas.

Con el noble hay que torear como los ángeles. Se hablaría, para estos menesteres, de un artista nato, con su embrujo, su duende y su sentimiento, todo engarzado y en joyel, pero quizá no sea precisa tan sofisticada orfebrería. Con un Tomás Campuzano como el del domingo, basta. Aquel citar medio de frente, traerlo cosido al engaño, baja la mano de mandar, fue muestra repetida del toreo clásico, que reverdecía un diestro hecho a sí mismo, hace dos días modesto y hace tres con fama de tosco lidiador.

Tarde a tarde Tomás,Campuzano depura su estilo; un estilo que alcanzó momentos importantes en los toros nobles, segundo y sexto, y no faltó en el decoroso muleteo de recurso que hubo de empleair para las poquitas fuerzas del cuarto.

Y, además, el capote. En las verónicas al sexto, embraguetado, ganando terreno, se vio obligado a saludar montera en mano. Galleó por chicuelinas, hizo quites poigaoneras y del delantal, bregó con eficacia y clase, sorprendió cori largas de agitanada inspiración. Con la espada, por el contrario, estuvo mal. En el manejo del acero perdió el triunfo que había ganado con los engaños.

Parte del público le hizo responsable de la escasa fuerza que tenía el sexto. La corrida, en general, de trapío y muy encastada, con algunos ejemplares en línea de bravura, perdió fuerza durante el primejtercio. O se la hicieron perder. Porque los picadores, apuntando trasero y pegando sin piedad, causaban destrozos mortales de necesidad. Ese sexto toro de la protesta, por ejemplo, se derrumbó en cuanto le metieron la vara en mitad de la espina dorsal. Como la autoridad no parece dispuesta a acabar con estos atropellos, que sea el público. Porque hay toros y hay toreros, pero esa infame forma de picar nos destruye la fiesta.

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