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Tribuna:TEMAS PARA DEBATE / EL FUTURO DEL MERCADO COMÚN
Tribuna
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Protestan, pero no se van

En la primavera de 1964 presenté mi tesis doctoral en la facultad de Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales de la Universidad de Madrid sobre el tema "Formación y desarrollo del Mercado Común Europeo". En ella sostenía que el proceso de integración de la Europa comunitaria, a sus siete años de vida, constituía ya una realidad irreversible. Y preveía que, tras la primera frustración de 1963, de no ampliación de las Comunidades con la entrada del Reino Unido por el veto de De Gaulle, inevitablemente el sistema comunitario acabaría por extenderse hasta abarcar, de una u otra forma, a prácticamente toda Europa occidental.Ahora, a dieciocho años de aquel trabajo, y cinco lustros después del acto de la firma del Tratado de Roma (que tuvo lugar a las 18.50 horas del 25 de marzo de 1957, en la sala de los Horacios y los Curacios del palacio romano de Campidoglio), las Comunidades Europeas -CEE, CECA, Euratom- se encuentran en un estadio de indudable incertidumbre y de acerba crítica generalizada. Por sólo señalar una muestra, el prestigioso semanario británico The Economist, en su portada del 25º aniversario de la CEE, la presenta lúgubremente, en el epitafio de una lápida funeraria anticipadamente preparada, como una criatura moribunda.

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La solución ha de ser política

No es para tanto. Es cierto que las Comunidades atraviesan por una crisis de identidad y de visión de futuro. Pero habría que preguntarse si esto mismo no sucede con casi todos los organismos internacionales, o incluso con formaciones políticas nacionales otrora homogéneas y consolidadas en apariencia. Porque la verdad es que de la caja de Pandora que se abrió en 1973, por la conjunción de los avatares del sistema monetario internacional y de los precios petroleros, surgió un vendaval que sacudió violentamente incluso a los cimientos más firmes de todas las instituciones de ámbito nacional e internacional.

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Las observaciones críticas y agoreras sobre las Comunidades Europeas están de moda. La tesis en ellas subyacente consiste en que el proyecto comunitario se ha montado con excesiva ortopedia burocrática, y que no hay bastante autonomía nacional frente a los criterios supranacionales. Pero la situación me parece que es más bien la contraria: la inmensa mayoría de los problemas comunitarios, procede del insuficiente avance del proceso de integración y de los intentos nacionales -especialmente por parte de Francia y del Reino Unido- de mantener aspiraciones de gran potencia. Cuando la realidad es que superpotencias ya sólo hay dos en todo el mundo. El verdadero problema, el estratégico, es que no se han logrado vencer las resistencias para hacer posible el cambio cualitativo, a fin de pasar de un sistema confedera] a un verdadero planteamiento federativo, reforzando las instituciones comunes, dotándolas de más amplias facultades y mayor autoridad; para asumir, en definitiva, la creciente complejidad del funcionamiento de lo que ya no cabe conceptuar simplemente de Mercado Común, sino como una Unión Económica que, en su desarrollo expansivo y creador, se ve trabada por la falta de unas pocas grandes decisiones.

Para ser más concretos, las Comunidades presentan hoy sus mayores déficit de organización en las imperfecciones que se manifiestan en el Sistema Monetario Europeo (SME), en el que ni siquiera se ha integrado el Reino Unido, por sus veleidades de una libra esterlina como moneda de reserva y de pagos internacionales dirigida desde la City. Tampoco hay una política industrial verdaderamente común que dé respuesta a las multinacionales norteamericanas y japonesas dentro del propio territorio comunitario. Y la discusión presupuestaria anual crea tensiones que se deben a una política agrícola común que ha caído en excesos considerables, sobre todo en la falta de modernización propuesta en 1968 en el célebre Plan Manhsolt, entonces descartado por criterios electorialistas a corto plazo. Y no puede negarse que la política de desarrollo regional es todavía incapaz de contrapesar los efectos de la tendencia a la concentración industrial en las áreas tradicionalmente más desarrolladas.

Necesidad de un nuevo tratado

Pero, aparte de este análisis de urgencia sobre los principales defectos integratorios, pocas veces se subraya que la empresa de integración de hoy es bien distinta de la emprendida en 1957. El Mercado Común ha perdido la anterior homogeneidad de sus seis países miembros fundadores. Actualmente, dentro de la CEE, hay países de menor desarrollo, como Irlanda y Grecia; con la previsión de incorporaciones no tan lejanas como las de Portugal y España. Pero eso no es ningún drama, pues las diferencias serán beneficiosas, al permitir nuevos flujos intraeuropeos.

Por otro lado, reiteradamente se subrayan las tensiones separatistas, como las del Reino Unido y Grecia. Pero en realidad se trata de planteamientos cuya finalidad es más bien reforzar las respectivas posiciones dialécticas para lograr un trato singular. La verdad es que hasta ahora sólo Groenlandia ha manifestado claramente su deseo de abandonar la CEE, y ello con la particularidad de lograr un tratado de asociación especial, que, a la postre, le permitiría seguir como hasta ahora en los aspectos favorables, previendo adicionalmente algunas cláusulas especiales para la pesca, la energía y otros recursos naturales en ventaja de su exigua población de apenas 60.000 habitantes dentro de los 275 millones de ciudadanos comunitarios.

Y si todo el mundo protesta, pero de verdad nadie se va, será por algo. Porque, a pesar de todos los pesares, las Comunidades siguen funcionando. Y, así, más que poner epitafios de euromuribundia, habría que preguntarse qué sería del Reino Unido si ni siquiera hubiera recibido los estímulos modernizantes de su integración en las Comunidades; las previsiones de Orwell para 1984 seguramente estarían más próximas en el país de Shakespeare. Y en el caso del sector agrario, sin una política común, el nivel de bienestar de los agricultores sería, seguramente, bastante menor; el de los consumidores, probablemente no muy superior, y el volumen de paro considerablemente más importante que el de ahora, con niveles de gasto público mucho más elevados.

Por lo demás, se olvida con frecuencia que, en el ámbito mundial, Europa son las Comunidades. Y que el concepto que se tiene de los europeos se relaciona estrechamente con el proyecto de integración hoy en marcha hacia un cierto horizonte Político. Será bueno recordar al respecto que las Comunidades mantienen relaciones económicas especiales con los países residuales de la EFTA (Noruega, Suecia, Finlandia, Islandia, Suiza, Austria), que, a los efectos prácticos, constituyen una continuación del Mercado Común industrial. Y en el área del Mediterráneo -a excepción de Libia-, los acuerdos preferenciales han venido a representar vínculos prioritarios para toda la región; en tanto que los países de Africa el Caribe y el Pacífico (las sesenta naciones abreviadamente conocidas como ACP) han encontrado en sus relaciones con las Comunidades un cauce que desborda las antiguas relaciones neocoloniales.

Nadie niega las dificultades en presencia. Hay problemas para encajar los siete idiomas oficiales (y los nueve que serán en el futuro), para dinamizar la maquinaria de los eurócratas, para amoertiguar los todavía muy vivos egoísmos nacionales, para fortalecer ciertas áreas de las políticas comunes. Pero, en realidad, si en 1964 ya podía hablarse del proyecto comunitario como de algo irreversible, hoy, a los veinticinco años del Tratado de Roma, lo que realmente se plantea es la necesidad de un nuevo tratado, en el cual se contengan los medios para abordar y resolver las dificultades de la nueva cornplejidad. Y en ese sentido, la única vía es la del federalismo europeo, para evitar que esta parte del mundo que llamamos Europa se convierta en un apéndice del sistema soviético, o en un protectorado norteamericano. Y en esa vía, el Parlamento Europeo, elegido por sufragio universal en 1979, es el origen de nuevas, y creo que fundadas, esperanzas.

Ramón Tamames es catedrático de Estructura Económica y diputado por Madrid (Grupo Parlamentario Mixto).

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