La vieja tradición de veranear en Doñana
La tradición de construir casetas en la playa de Doñana se remonta a tiempos inmemoriables, cuando los habitantes de El Rocío, Almonte, Villamanrique, Aznalcazar, Pilar, Hinojos, situados todos ellos al norte del coto, cruzaban durante el verano las marismas secas para bañarse en las aguas de Atlántico. El viaje a través de los diez y, hasta veinte kilómetros de barro agrietado de la marisma se realizaba en caballos y carretas. Las caravanas que se formaban para realizar estas excursiones a la playa hacían siempre un alto en los alrededores del palacio de Doñana. Los dueños de las fincas que integran el actual parque nacional decidieron acabar con aquel trasiego vendiendo un trozo de playa de siete kilómetros de largo por uno de ancho a una urbanizadora a cambio de que construyera una carretera desde el Rocío al mar bordeando sus propiedades. Así nació la urbanización de Matalascañas, que con sus gigantescas torres domina las dunas móviles de Doñana y así prosperó también lo que hasta entonces sólo había sido un fenómeno de turismo local.Todo el que no pudo comprarse un apartamento en Matalascañas comenzó la construcción de una caseta en la misma línea de playa. Pero ahora ya no eran unos pocos vecinos aferrados a viejas costumbres, sino una oleada de personas que atraídas por la fama y belleza del parque nacional de Doñana utilizaron la flamante carretera, construida a mediados de los años sesenta, para acarrear todo tipo de material de construcción y hacerse una caseta en plena playa.
Tras la declaración del parque nacional de Doñana, en cuyo reglamento se prohíbe la posibilidad de acampar o de levantar cualquier tipo de construcciones, el Icona no emprendió ninguna acción contra las casetas. Sin embargo, después de la promulgación de la Ley de Doñana, en 1977, el Patronato del parque inició una serie de presiones para que se solucionara este problema, ya que con los años se había pasado de una simple infracción de las normas del parque a la aparición de un grave problema higiénico y sanitario.
La concentración de hasta 30.000 personas durante el verano, apiñadas en varios miles de casetas, que utilizaban para beber el agua de unos pozos excavados en la arena pocos metros más abajo de donde estaban instalados los retretes, amenazaba con la posibilidad de una epidemia en cualquier momento. Por otra parte, las casetas se transformaron en negocio de especuladores. En 1980 el Gobierno Civil de Huelva sancionó a varias personas por alquilar cada chabola por 30.000 pesetas.
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