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Música india para los carnavales

La única relación que podía encontrarse entre Ravi Shankar, sus acompañantes y las fiestas de carnaval, residía en el hecho de que los músicos iban vestidos de indios. Pero las programaciones son así, y la carpa que durante estos días ha recibido el ambiente más jaranero de la capital acogió el pasado martes una muestra de música india que se pretende (y seguramente lo es) trascendente.Al cabo de un poco salieron los músicos. Armados con varillas de sándalo, sentados sobre el mismo suelo, Nodo Malek, tocador de tambura (el pedal -musical- empleado en la India), con cara seria y concentrada; el maestro Ala Rakha, con su carita de sapo contento, su abotonadura de brillantes y un martillo de plata para afinar la tabla (tambores), y finalmente, Ravi Shankar, tan mayor como los demás, luciendo su esplendente solitario y preparando su sitar.

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Silencio y expectación. Ambiente poco religioso, pero callado. Y comienza la primera de las tres ragas que se nos vendrían encima. Dos de noche, con una introducción de sitar solo y suave, lento, cadencioso, concentrado. Luego entra la tabla, el elemento rítmico que se imbrica con el sitar, ayudado por las sonrisas cómplices de los músicos que se cogen y se dejan en el seno de una estructura prefijada que yo no entiendo, pero alguno de cuyos acentos (como en la raga de la mañana que cerró el programa) puede recordar al flamenco.

De cuando en cuando se sucedían patrones repetitivos que en seguida variaban para buscar otra combinación de notas. Momentos sublimes, momentos aburridos, momentos líricos. Aquello resultaba tan poco criticable como una danza de derviches. ¿De qué criterio disponemos para juzgarlo que no sea alguna presencia aislada, algún disco importado, alguna película sentida? No; esto es muy subjetivo, tanto unos estaban al borde de la levitación y otros a un paso del bostezo. En todo caso, Shankar estaba satisfecho.

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