La diplomacia española se acerca a la realidad centroamericana
Después de su primer viaje oficial a América Latina (Panamá y México), hay que reconocerle a José Pedro Pérez-Llorca varias cosas: que haya hecho un intento serio de acercamiento a la realidad centroamericana, que haya definido de una vez la política exterior española para la zona, que la haya explicado con una claridad poco habitual en él y que lo haya hecho dejando de lado su habitual discurso diplomático (todo un ejemplo de cómo hablar mucho para no decir nada) y contestase sin ambigüedades a todas las preguntas, con sólo una excepción, por otra parte, lógica.Ante la pregunta de si se había abordado en sus entrevistas el tema de la colaboración mexicana en materia antiterrorista, se limitó a contestar que había agradecido al Gobierno la colaboración prestada a Francisco Laína en su reciente viaje a este país.
Tal vez el hecho más importante de su estancia en México haya sido la reunión con todos los embajadores españoles en Centroamérica y el Caribe. Esta práctica, habitual en todas las diplomacias, había sido desconocida para España en esta región del mundo.
Al menos durante la democracia no había habido ningún encuentro de este tipo, y por los resultados se deduce que puede tratarse de reuniones costosas, pero de gran rentabilidad política.
El diálogo con sus embajadores le permitió al ministro aprenderse bien la lección antes de presentarse a los periodistas.
De esto podría deducirse que su discurso abstruso de otras ocasiones es fruto de la indefinición, y, lo que sería peor, tal vez del desconocimiento.
Pérez-Llorca explicó esta vez con seguridad las líneas maestras de la acción exterior de España en América Latina. Pero lo realmente importante es que, en el terreno de los principios, su declaración podría haber sido firmada por el PSOE, con algunas evidentes matizaciones. Esto ya supone una garantía de que un eventual cambio de Gobierno no obligará a revisiones globales y saltos en el vacío.
El principio de intentar mantener buenas relaciones con todos los países de América Latina, pero con un énfasis especial en los regímenes democráticos y respetuosos de los derechos humanos, no parece que pueda ser objetado por el PSOE. Lo mismo cabría decir de la decisión de apoyar todas las vías de diálogo que ayuden a superar los conflictos bélicos.
Sobre el principio de no intervención, aplicado tanto a EE UU como a la URSS, es algo que está en todas las proclamas socialistas. Reconocer, por último, que en el origen de las luchas centroamericanas hay un evidente factor de desigualdad social crónica es una afirmación que Felipe González ha venido pregonando con insistencia desde tiempo atrás.
Las diferencias entre los dos partidos surgen más allá de los principios, en el terreno de la política práctica. Por ejemplo, respecto a Nicaragua. Es evidente que Pérez-Llorca está bastante cerca de la posición norteamericana, que cree que el régimen sandinista ha iniciado ya el camino sin retorno hacia un modelo político de corte comunista. Al PSOE le queda cierta esperanza, cada vez menor, de que será cumplida la promesa de pluralismo y democracia.
UCD no ha roto todos los puentes con los sandinistas, pero la cooperación económica es cada día más reticente, en tanto que los socialistas opinan que un apoyo financiero puede ser una garantía para que los nicaragüenses no caigan en la órbita soviética.
Tampoco sobre El Salvador existe coincidencia. A Pérez-Llorca habría que reprocharle un cierto utopismo. Decir que se está a favor del diálogo entre los sectores moderados del país, cuando la dinámica política va a una radicalización cada día mayor y cuando los poderes fácticos son los sectores armados de ambas partes, es como hablar del sexo de los ángeles. El PSOE se ha mostrado aquí mucho más realista. En El Salvador hay dos grupos en guerra, y, por muy lejos que se esté ideológicamente de ellos, el final de la violencia sólo se atisba desde una negociación entre ambos.
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