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Juan Pablo II fue prudente en los discursos pronunciados ayer en Guinea Ecuatorial

Juan Arias

Fue un piloto ruso llamado Anatoli, joven, de bigotes rubios, quien llevó ayer a Juan Pablo II a Guinea Ecuatorial, el país más pequeño y más católico de Africa, donde Juan Pablo II ha extremado la prudencia de su mensaje. El avión era un Yak-40, de fabricación soviética. El piloto no quiso decir su apellido. Supimos sólo que él y el Papa hablaron en ruso y en polaco: "del tiempo, naturalmente", dijo Anatoli.

El avión papal había salido del aeropuerto de Libreville, la capital de Gabón, donde había llegado en la tarde del miércoles. El Papa visitó primero Malabo, la capital de Guinea, donde le rindió honores el presidente de la República. Allí estuvo sólo una hora y salió enseguida para Bata, donde unas 20.000 personas le recibieron."He querido traer una mayor cercanía de la Iglesia, que mira con simpatía profunda a los hijos de esta nación y desea alentarlos en la búsqueda de ese futuro mejor que justamente tratan de lograr", dijo el Papa en su discurso, y añadió: "La Iglesia en Guinea desea colaborar con lealtad al bien común, poniendo a disposición su ayuda para la elevación moral de las personas, su obra en favor de la reconciliación de los espíritus y su servicio en los campos educativo y asistencial".

El Papa fue ayer más bien prudente en sus discursos. Se limitó a decir: "Sé bien que en el pasado habéis tenido que soportar a veces graves dificultades", y alentó a "promover la dignidad de las personas en todo el país".

El Papa, que llegaba a esta tierra con un mensaje de paz y de reconciliación -como le habían pedido los misioneros para evitar que se atizara el fuego de la discordia, aún no apagado completamente a pesar de que en este momento la Iglesia goza de bastante libertad-, prefirió que fuera el arzobispo guineano monseñor Rafael María Nzé Abuy, recientemente regresado del exilio, quien pidiera desde el altar de la Plaza de la Libertad de Bata la condena del régimen dictatorial de Macías.

"Santidad", dijo, "hernos sido víctimas de una auténtica persecución religiosa", y añadió, hablando siempre en español: "nos secuestraron nuestras iglesias y escuelas, encarcelaron, torturaron y persiguieron a nuestros sacerdotes, religiosos y relígiosas". Y pidió al Papa una bendición para el actual presidente quien, dijo, "ha restituído la libertad a nuestra iglesia joven".

El Papa, a quien le caía el sudor desde la frente hasta la barbilla, tenía un aspecto muy cansado, pero siempre acogedor. A veces parecía como un abuelo, repentinamente envejecido, pero quizá esto se explique por el programa agotador de estos días, que ni siquiera los informadores consiguen seguir paso a paso. Por la tarde, el Papa volvió a Libreville, en Gabón, y hoy estará ya de vuelta a Roma en el atardecer.

Antes de dejar Bata, Juan Pablo II quiso ver de cerca en el aeropuerto las danzas de los grupos tribales más primitivos, primero, y después las de las jóvenes vestidas con el traje tradicional africano. Una de ellas, más osada que las demás, se le acercó para danzar delante de él, moviendo rítmicamente su vientre con mucha gracia. El Papa la interrumpió con elegancia para ponerle entre las manos un paquete de estampas con su fotografía.

Antes de tomar el pequeño reactor soviético en el aeropuerto de Bata, entre palmas y magnolias, el Papa leyó unas palabras de despedida con voz agotada por el cansancio y el calor insoportable: "Me llevo conmigo", dijo, "el recuerdo de vuestro entusiasmo cristiano y cortesía, la sonrisa de los niños, las esperanzas de los jóvenes, las experiencias alegres y dolorosas de los adultos, los propósitos de las personas de vida consagrada. Por todos pediré paz y serenidad".

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