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Egipto y su difícil reconciliación con el mundo árabe / 2

Los integristas islámicos han concedido una tregua al presidente Mubarak

A pesar de haber vivido a la sombra del difunto rais, el presidente egipcio Hosni Mubarak ha consolidado, en poco tiempo, su imagen conciliadora con la oposición política. Los egipcios parecen convencidos de que los disparos que acabaron con la vida del presidente Anuar el Sadat anuncian una nueva era, con un Mubarak alejado de la imagen exaltada, nostálgica y faraónica del anterior jefe de Estado. Sin embargo, la estabilización del nuevo régimen puede verse comprometida por la acción del integrismo. No obstante, la liberación de algunos de sus principales dirigentes ha distendido el clima social y ha facilitado una tregua, aunque los fundamentalistas se hallan todavía muy lejos de apoyar a Mubarak. Un redactor de EL PAIS ha visitado Egipto.

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Nueve grupos

Pocas personas parecen dudar en Egipto que, al ordenar la detención de centenares de integristas y fanáticos islámicos, en septiembre del año pasado, Sadat puso en marcha el dispositivo que iba a condenarle irremisiblemente.Jaled el lslambuli, el joven teniente de artillería que adiestró al comando que acribilló al rais el 6 de octubre, durante un desfile militar; Abud el Zumur, el comandante de la inteligencia militar que lo preparó ideológicamente, y Hussein Abbas, el oficial de reserva que dió el tiro de gracia a Sadat, cuando ya había rodado a tierra malherido, participaron esporádicamente a las reuniones cjandestinas organizadas por Abdessalam Farrag, un ingeniero autor de escritos virulentos inspirados en el fundamentalismo.

Los integristas aparecieron por primera vez en Egipto, como una fuerza organizada, a finales de los años veinte. Impermeables a las diversas formas de organización política legal, dotados de una capacidad de destrucción revolucionaria excepcionalmente elevada, según la expresión de uno de sus viejos dirigentes, Omar Telmessani, su popularidad se vio, en buena parte, facilitada por el enriquecimiento abuslizo de una minoria desde los lejanos tiempos del rey Faruk y el rechazo por parte de los Gobiernos que le sucedieron a islamizar por completo las estructuras estatales.

Telmessani, guía supremo del principal movimiento integrista egipcio, los Hermanos Musulmanes, ha recuperado su libertad en diciembre pasado, dentro del primer grupo de fundamentalistas amnistiados por Mubarak, por considerarlos como enemigos de la violencia. A sus 72 años, sigue en activo y reprocha a Sadat el haber rechazado la coexistencia pacífica que le había ofrecido en varias ocasiones. La acción del comando que asesinó al rais, no le parece justificada, "porque es totalmente contraria al espíritu del Islam".

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Menos piadoso, en apariencia, que Sadat, que no dudó en instigar la constitución de las asociaciones islámicas estudiantiles en las diecisiete universidades egipcias, para contrarrestar la influencia de los grupos marxistas, Mubarak ha obtenido la tregua con los integristas, no tanto por haber liberado a unos pocos (más dei 2.500 extremistas musulmanes siguen encarcelados, a los que el régimen deniega su condición de prisioneros políticos), sino por haber suprimido discretamente las trabas que obstaculizaban su libre movimiento.

La Prensa fundamentalista ha vuelto a aparecer, discretamente, aunque sus principales órganos, como la revista El Daua, fundada por el propio Telmessani, sigue prohibida. La fracción institucional y pacífica del integrismo islámico se ha visto incluso alentada por el régimen, mientras las 4 1.000 mezquitas del país han recuperado su animación, con el retorno de una buena parte de sus predicadores, que habían sido sustituidos por funcionarios de la Universidad islámica de El Azhar. El movimiento islámico tiende a ser una de las principales fuerzas políticas del país y pretende, en consecuencia, recuperar sus derechos, por considerar que el principio de la separación de la política y la religión islámica, uno de los motivos centrales de la política de Sadat, constituye una aberración.

Por su parte, la organización terrorista clandestina, acusada por el Gobierno de intentar importar la revolución de Jomeini, sigue actuando en la sombra, con el apoyo de centenares de jóvenes integristas, que rechazan la coexistencia con la minoría copta y pretenden que el Islam triunfe irremediablemente sobre el conjunto de la sociedad egipcia, al término de una guerra civil santa.

La sensación de temor que impregna la comunidad copta sigue planeando sobre la localidad de Asyut, escenario de graves enfrentamientos armados en noviembre pasado. Aunque esta población del Alto Egipto, habitada a medias por musulmanes y coptos, parece haber recuperado una tranquilidad aparente y han desaparecido los controles del Ejército, el clima de inseguridad en que vive la minoría copta no ha disminuido. Muchos de ellos han. decidido abandonarla y buscar trabajo en el extranjero.

Maquis integrista

En El-Minya, a 120 kilómetros al norte de Asyut, la agitación islámica ha sentado sus fueros en la universidad, donde circulan, multicopiados, los opúsculos de los grupos clandestinos Soldados de Cristo y Organización de la Liberación Islámica, que preconizan la violencia. Centenares de sus adeptos, provistos de armas adquiridas con relativa facilidad en el mercado negro se han instalado, al parecer, en las montañas vecinas constituyendo una especie de maquis integrista. Su vinculación con algunos disidentes exiliados, como Dimitri Adib, miembro del Congreso Popular Arabe, creado por Libia, que organizó el proceso de Sadat y le condenó a muerte, tras la firma del tratado de paz egipcio-israelí, es admitida por las autoridades cairotas.

Las asociaciones islámicas, creadas en 1977 y disueltas por Sadat en septiembre pasado, han suministrado los partidarios de la violencia, agrupados, a su vez, en múltiples organismos clandestinos, uno de los cuales, Al Jihad, estaría dirigido por un colectivo al que pertenece el hermano mayor de Jaled el Islambuli, Mohamed, estudiante de la facultad de Comercio de Asyut.

Cada una de estas asociaciones, integradas en su mayoría por muchachos y muchachas de dieciocho a veintisiete años, pertenecientes a las clases media y a la llamada burguesía progresista, está dirigida por un emir, nombrado por un consejo estudiantil, en función de su carácter piadoso y su capacidad dirigente. Helmi elgazzar, profesor de la Universidad de El Cairo, considerado como el emir de los emires, sigue encarcelado en unión de otros, treinta dirigentes, a los que Sadat reprochaba haber organizado decenas de incidentes en la universidad, a partir de 1979, con un grueso saldo de muertos y heridos.

Si en términos de ideología, los integristas se refieren, simultáneamente, a la concepción violenta o pacífica del Islam, en el aspecto organizativo, lo más destacado es la existencia de una amplia trama coordinadora entre las asociaciones islámicas y los Hermanos Musulmanes, incluso y cuando las primeras han adoptado una visión chiita del Corán, que no excluye la violencia, en tanto que el movimiento dirigido por Telmessani se define por la concepción sunnita y preconiza la constitución de un partido islámico egipcio.

El asalto abortado a la Academia Militar Técnica de El Cairo, en 1974 y el asesinato del ministro de Asuntos Religiosos, Mohamed Dhahabi, en 1977, son considerados como dos puntos básicos del surgimiento del integrismo violento, calificado de terrorista por las instancias oficiales. Sus autores consideran ambas acciones como el principio de la transformación de la sociedad secular egipcia en una república islámica.

Un predicador popular

En la actualidad, esa voluntad de violencia está representada no sólo por los grupos clandestinos, sino por personalidades de ascendencia mística, entre las cuales destaca el famoso predicador ciego, de 42 años, jeque Abdelhamid Cheick, puesto en libertad el 26 de enero pasado, en unión de otras 41 personalidades musulmanas y coptas.

El jeque Cheick, calificado por algunos diplomáticos occidentales que tienen muy poca visión del fenómeno integrista, como un espíritu débil y de poca cultura, es el predicador más popular de la hermandad musulmana. Sus homilías del viernes, en la mezquita cairota Manantial de la vida, han sido reproducidas en casetes y vendidas, por decenas de miles, en todo el mundo árabe. El tema central de sus discursos consistía en la denuncia de las injusticias sociales existentes en el Egipto de Sadat. A pesar de las secuelas que han dejado su hospitalización en el centro penitenciario de Kasr el Eini, Cheick sigue siendo un hombre batallador, convencido de la fuerza del Islam y crítico de¡ romanticismo que, según él, habría dirigido la acción de Jaled el Islambuli.

"El Islam", manifiesta, "prohíbe los actos de violencia. El asesinato de Sadat lo ha sido, y como tal debe ser rechazado por los musulmanes. Los hombres religiosos deben servir a los intereses del país y cooperar con las autoridades".

El Islambuli, según los raros testimonios obtenidos por sus familiares, es un hombre convencido de la jihad o guerra santa. "He matado alfaraón", diría ante el tribunal militar que juzga a las veinticinco personas implicadas en el asesinato de Sadat, "porque éste se mofaba del Islam y de las costumbres islámicas".

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