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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los Hermanos Musulmanes: religión y política

LOS HERMANOS Musulmanes, que ahora amenazan el régimen sirio de Hafez el Assad y a los que se ha atribuido el asesinato de Sadat en El Cairo, forman un extremismo, un integrismo islámico. No hay que aplicar normas occidentales para considerar este extremismo: no es un grupo reducido de ultras o de terroristas capaces de desestabilizar regímenes por actos aislados, sino que tienen una raíz profunda. Podría decirse que todo el Islam es integrista, en el sentido de que concibe claramente un Estado teocrático, y que, precisamente desde hace unos años, está reforzando sus propias bases culturales, religiosas y políticas como una respuesta a un Occidente que no ha cumplido sus promesas teóricas, sino que ha introducido en su seno, y le está fortaleciendo, a su peor enemigo: el judaísmo.Los Hermanos Musulmanes tienen algo, sin embargo, de secta secreta: porque comenzaron a actuar bajo la colonización y porque han continuado combatiendo los regímenes árabes que les parecían contrarios a los principios de la fe: han sufrido persecuciones, han sido ahorcados, torturados y encarcelados. Mientras ciertos sectores de la juventud, los intelectuales y muchos políticos han tratado de renovar el mundo islámico por la adquisición de las conquistas de la civilización occidental, considerando la suya como estancada, en la Edad Media, los Hermanos entendieron siempre que la fuerza del Islam reside en rechazar todas las costumbres, las técnicas, los modos de vida de Occidente y combatir su infiltración entre los musulmanes. Han ponderado la necesidad de crear una gran nación islámica, más allá de las fronteras (que consideran una imposición occidental colonial y poscolonial, y, antes, un producto de la corrupción de los gobernantes), gobernada estrictamente por los preceptos coránicos. Su pragmatismo, característica de la política islámica y, sobre todo, árabe, les ha llevado a buscar alianzas con los enemigos de sus enemigos: no tuvieron inconveniente en buscar y ofrecer ayuda a los nazis y a los fascistas italianos con tal de que ellos les ayudaran a librarse del imperio británico o del francés. Pueden no tener ahora inconveniente en una cierta alianza con Estados Unidos -como denuncia Hafez el Assad- para destruir el régimen sirio, aunque parece incongruente; de hecho, están prestando y recibiendo colaboración de grupos izquierdistas, cuando son sus enemigos potenciales en vista de su ateísmo. Este tipo de contradicciones -que, en verdad, no está tampoco ausente en la compleja política occidental- es muy característico. Los Hermanos que lucharon con Nasser, y que le dieron sus oficiales libres, no vacilaron en dispararle ocho tiros poco tiempo después (1958) y en pasar a la clandestinidad. En aquel momento del atentado contra Nasser alegan que tenían dos millones de afiliados solamente en Egipto. Hoy pueden tener muchos millones en todo el mundo árabe.

La cuestión esencial está en que no sólo las promesas del nasserismo, sino todas las que significaban justicia social, libertad e independencia, han quedado sin continuación en el mundo islámico, donde, en cambio, ha aparecido el islamismo integrista de Jomeini y sus ayatollah. Aunque muchos musulmanes repudian los actos de Jomeini, aceptan sus principios, su revolución cultural. Ya se sabe, y se ve, que en las grandes capitales islámicas los estudiantes están volviendo a la indumentaria tradicional, las muchachas vuelven al velo y al recato, los escritores y los músicos vuelven a las formas tradicionales, los imanes predican la revolución islámica y todos forman oposición a los Gobiernos modernistas: todo ello sin renunciar a reclamar la libertad y la tolerancia, como interpretación de las suras del Corán.

Forman, por tanto, parte esencial de un amplio movimiento islámico en cuyo proyecto más arriesgado está la guerra santa, y en el más próximo, la creencia de que la obediencia a Dios y al profeta salvará a la gran nación panislámica para devolverle su gloria antigua. Se puede proponer a los sociólogos y a los filósofos de la historia el examen de por qué surge con más fuerza que nunca, desde la decadencia, este esfuerzo islámico, al mismo tiempo que se fortalece el integrismo católico y su espíritu militante y político -Polonia, Ulster-, y cuando los judíos basan en preceptos religiosos y en situaciones bíblicas el asentamiento de su Estado. Probablemente encontrarían que hay algo más que una coincidencia o que una casualidad.

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