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El futuro de la Compañía de Jesús

En la encrucijada de intereses espirituales y temporales

La expectación que ha levantado la crisis de la Compañía de Jesús obedece a que en ella confluyen intereses y planteamientos que desbordan ampliamente el ya de por sí vasto mundo de los 37.000 jesuitas. Decía recientemente el general de los dominicos que «cuando los papas quieren decir algo a los religiosos, se dirigen a los jesuitas». Parece evidente que la decisión anterior de Juan Pablo II refleja y responde a su particular manera de entender las relaciones del Papado con las órdenes religiosas. Algunos han querido rebuscar en sus datos biográficos algo parecido a una frustración, causada por la imposibilidad de estudiar en la Gregoriana, para explicarse este golpe de autoridad sobre la Compañía de Jesús. Se puede suponer, sin embargo, que lo que Karol Wojtyla no entiende es el pluralismo de una orden que se divide en objetivos, no sólo distintos, sino hasta opuestos. Para un polaco, acostumbrado a la uniformidad cerrada, esa pluralidad le puede resultar una incaptable dispersión. No es casual que Juan Pablo II favorezca al Opus Dei, ofreciéndole una mayor libertad de movimiento, mientras decide atar corto a los jesuitas. Se trata de cerrar el arco del pluralismo, pero a costa de su flanco progresista, al que, a se ha caracterizado de secularista, revolucionario y disipado.

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También están en juego planteamientos políticos. Se sabe que en Roma preocupa esa parte de la Iglesia centroamericana que en Nicaragua, El Salvador y Guatemala se ha decantado en favor de los movimientos de liberación. La preocupación alcanza de lleno a la Compañía de Jesús, una organización internacional, mayoritariamente del lado de esos movimientos populares y de alguna manera enfrentada a los episcopados nacionales, tan cercano a la dictadura militar en Guatemala, vacilante frente a la junta cívico-militar en El Salvador y progresivamente distanciado del régimen sandinista en el caso de Nicaragua. Con el nombramiento de Paolo Dezza parece que han dado fruto en el Vaticano los esfuerzos del secretario general del Celam, López Trujillo, secundado por el número tres de la Iglesia católica, el español Martínez Somalo.

Si a los jesuitas en Centroamérica se les acusa de politicismo, bien se puede decir que aquí el Vaticano está utilizando una doble medida, porque es difícil encontrar en la historia contemporánea -fuera del nacionalcatolicismo español- un caso tan claro de intervención política de la Iglesia como en el caso de Polonia. Y es difícil explicar esa doble medida recurriendo a la idea de que lo que se hace en Polonia es defender los derechos humanos, y en Centroamérica, luchar por la revolución. Los cristianos centroamericanos explican que la única alternativa de sus pueblos es vida o muerte, como demuestran las decenas de cadáveres diarios, y la vida física sigue siendo el primer derecho del hombre.

Nadie puede negar a Juan Pablo II sensibilidad y decisión política. Lo que también parece claro es que no valora de la misma manera la opresión colectivista sobre su país que la represión capitalista, parafraseando a su última encíclica, en América Latina.

Todas estas connotaciones pueden explicar que la crisis abierta en la Compañía de Jesús desborde el marco de una orden religiosa. Lo que también es cierto es que la crisis sólo acaba de empezar, de ahí que haya que esperar acontecimientos. Al fin y al cabo, el dúo Dezza-Pittau está prácticamente inédito, no han tomado más decisiones que la de adelantar en unos meses la sustitución del provincial centroamericano y todavía no han nombrado al sucesor. Las espadas están en alto, y no es seguro que cuando desvelen sus planes los jesuitas callen disciplinadamente como hasta ahora.

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