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El futuro de la Compañía de Jesús

El 23 de febrero, en Roma, los jesuitas sabrán lo que el Papa espera de ellos

También los jesuitas tendrán este año su particular proceso 23-F cuando ese día se encuentren en Roma los superiores de la Compañía de Jesús. Aunque muchos provinciales se pregunten a falta de dos semanas que para qué les ha llamado, todos adivinan que Paolo Dezza, el general en funciones nombrado sorprendentemente por Juan Pablo II, les quiere transmitir lo que el Papa espera de la Compañía de Jesús. Desde que el día 22 de octubre, el diario madrileño ABC tuvo acceso a un documento secreto donde constaba el nombramiento de Paolo Dezza al frente de la orden fundada por san Ignacio, la Compañía de Jesús vive en estado de excepción.Con este golpe de autoridad el Papa quería cerrar momentáneamente una crisis abierta en la Compañía de Jesús en agosto del mismo año, pero que ya traía cola. En efecto, en marzo de 1980 Pedro Arrupe, que se siente viejo y gastado, decide convocar una congregación general para que le nombren un sucesor. Aunque nada le obliga a ello expresamente, por deferencia se lo comunica al Papa, que le manda renunciar a la idea porque «no la considera oportuna para el bien de la Compañía y de la Iglesia», según explicaba el mismo

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Arrupe a los superiores provinciales en carta del 3 de junio de 1980 De nada sirven los repetidos intentos del jesuita vasco para encontrar un arreglo al tema: Juan Pablo II da largas al asunto. En el mes de agosto Pedro Arrupe es víctima de una trombosis cerebral que le deja semiparalizado. Inopinadamente, el día 3 de octubre la curia generalicia del Papa negro recibe una carta del Papa donde les comunica que nombra delegado personal suyo al frente de la orden y con todos los poderes a Paolo Dezza, y de asesor al italiano Pittau, que el Papa había conocido en Japón. Juan Pablo II especifica cuál es la tarea primordial de los hombres que él acaba de nombrar: «preparar a la Compañía a la celebración de la congregación general». Salvo contadas excepciones, como los provinciales del Canadá y Francia, un grupo de personalidades alemanas; y las revistas Stimmen der Zeit y Orientierung, los jesuitas se han guardado en casa las críticas a esta decisión, que en algunos casos han sido muy duras.

Es verdad que no es la primera vez que un Papa interviene en los asuntos internos de la Compañía de Jesús. Lo que hoy, sin embargo, muchos discuten son las motivaciones de tal acto. Se suelen apuntar tres. En primer lugar, que Juan Pablo II tiene una idea muy personal de los religiosos cuyos derechos de exención hay que limitar y fiscalizar sus actividades. Abundan en su biografía dichos y hechos que avalan unas relaciones con frecuencia tirantes entre Karol Wojtyla y las órdenes religiosas. La segunda es de índole más externa y tiene que ver con el compromiso social de los jesuitas, sobre todo en América Latina. El tercero, parece referirse al pluralismo interno que va desde las proximidades del Opus Dei al Pozo del Tío Raimundo, amparando en su seno actitudes que Juan Pablo II ha calificado de secularizantes. A resultas de todo ello, la orden de san Ignacio está creando «desorientación en el pueblo cristiano, preocupación en la Iglesia y en el Papa». Se impone una corrección de rumbo a fin de «volver a la austeridad de la vida religiosa, sin ceder a las tentaciones secularizadoras y a la ortodoxia de la doctrina», dijo Juan Pablo II.

Los jesuitas tendrán, sin duda, un sucesor elegido en una congregación general. Pero para que las cosas se hagan como es debido, Juan Pablo II ha nombrado al frente de los jesuitas a Paolo Dezza, cuya misión más importante, según el Papa, es preparar esa congregación general.

Pedro Arrupe, el hombre marginado por el Papa en todo este tratamiento de posibles o reales problemas de la Compañía de Jesús, es todo menos un revolucionario. Quienes bien le conocen dicen de él que es «un profundo devoto del Papa», y que sus primeras intervenciones sobre el ateísmo o la secularización tenían aires de cruzada: «Es lo que se dice un místico», dicen los que le conocen bien. Sin embargo, la experiencia recogida en sus años misioneros en el Japón le dieron una amplitud de mira capaz de favorecer un generoso pluralismo interior, apoyando a cuantos se sitúan en tierras fronterizas, tomando la iniciativa en el diálogo con el marxismo y respetando el desarrollo de la teología de la liberación.

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