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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El grupo Yauzkari y la tradición

Yauzkari.

Grupo de Danza del Conservatorio Navarro Pablo Sarasate. Concierto grosso, sobre música de A. Corelli. Volvox, sin música. Salamandra, sobre música de I. Maleck. Preludio a la siesta de algún fauno, sobre música de Debussy. La gran especie, sobre un collage musical de Antón Larrauri, A. Vivaldi y música medieval. Coreografía, vestuario y escenografía: José Láinez.

Luminotecnia: J. A. León. Dirección: José Láinez.

Centro Cultural de la Villa de Madrid, 2 - 7 de febrero de 1982.

El espectáculo que presenta el grupo navarro Yauzkari, y con el que se cierra el ciclo de danza del Centro Cultural de la Villa, es desigual, pretencioso y a ratos irritante, pero tiene dos grandes virtudes: la primera es que el grupo que dirige José Láinez refleja tal variedad de influencias que en dos horas el espectador se ve expuesto a una suerte de cursillo acelerado sobre lo que ya es la tradición moderna en la danza, tanto la de origen americano como la que tiene sus raíces en Centroeuropa, y dadas las pocas ocasiones que el aficionado madrileño tiene de presenciar este tipo de danza que cada vez interesa más, la oportunidad que brinda Yauzkari es muy apreciable.

La segunda virtud plena dada por el gran sentido teatral de Láinez, que maneja todos los elementos de la escena con una seguridad y unos resultados en algún momento deslumbrantes.

Estas virtudes rescatan el conjunto del programa ofrecido y hacen de Yauzkari un grupo de danza excepcionalmente interesante, a pesar de los problemas de técnica o de lo innecesario de alguna pieza, como el Preludio a la siesta de algún fauno, donde Láinez ha querido, probablemente, a la vez homenajear el de Nijinski sin conseguir ninguno de los dos propósitos.

El homenaje que llevaba el Concierto grosso, de Corelli, era de otro tipo: genérico a toda una época de la danza, la de los años veinte, en que se estaba inventando esta otra forma de bailar. El sabor de época que Láinez logra en esta obra es notable y aunque posiblemente ilusorio, el efecto está conseguido y esta coreografía, que abría programa, elevó las expectativas porque, además, estaba muy correctamente bailada. Pero Volvox, que seguía, supuso un bajón: pueril en la concepción, literal en la coreografía y bailado por debajo del aplomo y convicción requeridas, quedaba reducido a un efectivismo juego de trajes y luces.

Finalmente, La gran especie -según su autor, inspirada en El jardín de las delicias-, que ocupó toda la segunda parte, a pesar de la ambición algo desmedida, es una muestra de lo que Láinez hace mejor: un teatro basado en parte en técnicas expresionistas, una sabia utilización del espacio escénico, un recurso a los efectos visuales de ropajes en movimiento que recuerda a los hallazgos históricos de la Graham, un empleo de la música -y del silencio- espec-, tacularmente bien casado con la emoción.

Todo lo cual permite pasar por alto incoherencias como la historia de amor de Adán con su propio pie -bien interpretado por el bailarín-contorsionista Jon Garniea-, la ya señalada literalidad en la que por momentos cae la coreografia, la falta de brillo general en la danza o la pretensión de que nada de esto tenga que ver con el Bosco.

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