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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La ocasión de Portugal

EL 25 de abril de 1.974 se produjo en Portugal un movimiento militar cuya intención era actualizar un país anclado en un viejo fascismo y perdido en una guerra colonial sin solución: el último fascismo, el último colonialismo a la vieja usanza. Al frente de los militares estaba un conservador rígido, autoritario: el general Spínola. El objetivo del golpe estaba limitado; pero el movimiento popular, que se desbordó después de tantos años de contención, le dio un carácter equívoco: el de una revolución.No es ocasión ni lugar para que se trace de nuevo la historia de Portugal, pero sí para señalar que en estos años se han producido toda clase de contradicciones, y a partir de aquel equívoco, cuidadosamente conservado entonces y combatido después. El poder quedó en manos de los militares: en el Consejo de la Revolución, que sigue existiendo, y que tiene un carácter también equívoco, entre consejo constitucional, que examina y aconseja sobre las leyes, y una junta que pueda imponerlas. Dentro mismo de ese Consejo de la Revolución hay varias tendencias, aunque los ocho años transcurridos y los varios sobresaltos producidos han depurado a la mayoría de los militares que eran, al mismo tiempo, partidarios de la revolución. Al mismo tiempo, hay una contradicción entre la Presidencia de la República, que ejerce un general, y el Gobierno, que ha ido a parar a quienes son sus adversarios políticos; y un Parlamento al que las sucesivas crisis y elecciones no han conseguido sacar del reparto entre varias minorías que necesitan buscar alianzas para gobernar: y gobierna un conglomerado con aspecto de centro y con alguna inclinación a la derecha. Por encima de esta confusión de poderes, no suficientemente aclarados por la Constitución de abril de 1975, hay unas estructuras muy enfeudadas en sus propósitos: consecuencia inevitable de la pobreza endémica del país, en gran parte heredada del fascismo y de la guerra colonial, y del hecho de que no se haya construido un sistema nuevo de economía para sustituir al corporativista o fascista; estas estructuras son muy radicales, y mientras hay un partido comunista totalmente ajeno al eurocomunismo y -relacionado con la URSS -como excepción en Europa-, y unos partidos pequeños más a la izquierda del comunista, la derecha se organiza en torno a una Iglesia preconciliar y poderosa, un capital que sueña con el antes y algunos jefes militares partidarios de la manera fuerte. Además de sufrir todas las influencias clásicas de la OTAN y de la cabecera del sistema occidental.

Parece que todo ello necesita una clarificación. Se busca mediante una reforma constitucional; tiende a disminuir los poderes presidenciales -más aún, a evitar los intentos del actual presidente de la República de ampliarlos- y a disminuir la fuerza del Consejo de la Revolución, incluso a hacerle desaparecer si fuera posible: en pura lógica, una democracia y un pueblo soberano no tienen por qué continuar tutelados por un grupo de militares que ya han procedido a la depuración de sus izquierdistas. No todo el mundo lo ve tan claro: comenzando, naturalmente, por el general-presidente. Y por sectores de la izquierda que consideran que el actual equilibrio, la actual enemistad entre el presidente de la República y el del Gobierno puede evitar excesos autoritarios por las dos partes. El intento de reforma de la Constitución ha provocado ya numerosos sobresaltos y más de una crisis gubernamental.

No deja de plantear problemas. El presidente Eanes amenaza con dimitir si la reforma constitucional sigue adelante, por lo menos en el sentido de privar su cargo de los poderes que desea. Puede ir implícita en esa resistencia la del Consejo de la Revolución: y por ello, el recuerdo de que en 1974 lo que realmente hubo en Portugal fue un golpe militar, y que podría querer el Ejército superviviente mantener al presidente y su poder. Para el Gobierno, la amenaza de dimisión, y por tanto, de una creación de crisis constitucional a la que tendría que seguir otra de Gobierno, es una presión inadmisible y anticonstitucional. Hay otra amenaza más para la actual coalición de centro-derecha: que Eanes, una vez dimitido de su cargo, pudiera formar un partido o un movimiento que fuera a las elecciones: un partido que congregase a la izquierda -de la que en otros tiempos fue enemigo: fue él quien despidió lisa y llanamente al socialista Soares del poder- y a un verdadero centro moderado, y que podría estar sostenido por los militares.

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Todos los intentos de reforma consitucional han fracasado hasta ahora: este no parece destinado al éxito, o saldría de la Asamblea tan recortado, tan medido y matizado para evitar rupturas o para conseguir pactos que probablemente no tendría la eficacia buscada. El temor no es solamente que hayan quedado definitivamente relegados los sueños de gran ruptura de abril de 1974, sino que la democracia esté tan mediatizada o tan controlada por el peso militar y por los otros poderes fácticos, además de por las necesidades económicas, que hacen tener muy en cuenta la situación exterior, que se esté perdiendo la gran ocasión de reformar de arriba abajo el país.

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